Entre el shock y el gradualismo

En una nota publicada el mes de febrero en este mismo portal , adujimos que podría tensionarse la piadosa imagen general dominante desde hace tiempo en el país, acerca de una transición económica 2015/16 afable. Los agudos desalineamientos de variables operantes –partiendo del núcleo duro macroeconómico: el set de precios relativos y las dimensiones fiscal y monetaria-, en su proyección, liman progresivamente la hipótesis de una transición automáticamente “rosa”.

Véase que el actual esquema económico oficial –que bautizamos “Plan Verano”-, y, que, aun muy condicionado, posee chances de afirmarse en una faz transitoria, si bien podría implicar cierta mejora de fachada, en sustancia, reproduciría los desequilibrios de fondo y la escasez de dólares de base. A su vez, los nuevos gobernantes, ya no gozarán del beneficio de la imagen antes citada, sino que les cabrá la severa tarea de concretarla.

Y, desde la posibilidad de una transición más adusta, al debate entre shock y gradualismo, hay poco trecho. Porque, dados los desequilibrios, su corrección implica traspasar un umbral, corporizando así dicha corrección. A mayores desequilibrios, el umbral se ubica más alto, y su traspaso exige más esfuerzo.

En el plano económico estricto, la gran ventaja del shock –vgr., un sinceramiento rápido y frontal de la distorsión de precios relativos (también tallan ajustes mesoeconómicos) y el levantamiento lo más veloz posible del cepo cambiario-, es que apunta de forma plena y directa a traspasar aquel umbral. Con cambios rápidos y de entidad, algunos eventuales desvíos de dosis de las medidas son absorbidos por el rigor de base de los cambios. Claro: aquel sinceramiento exigiría francamente –entre otros serios elementos- duras políticas fiscal y monetaria (aquí, en el límite, no debería descartarse una reforma monetaria que incorporara cierta punción o recorte de la masa de liquidez en pesos, excedentaria respecto del stock de reservas del Banco Central). A la par, el ordenamiento antiinflacionario cobraría peso como decantación ulterior de shock.

Las desventajas de la terapia de shock gravitan en la faz política y social por las tensiones iniciales involucradas; aquí “primerea” el planteo gradualista. Muchos conjugan a éste con las delicias del financiamiento externo al que se accedería fácilmente con el nuevo gobierno, el que serviría para canonizar el dólar (real) barato. Algunos, confiados en esas delicias, hablan, por ejemplo, de un ajuste fiscal tan nimio como indoloro. Otros aducen que deben adelantarse pruebas de amor: bajar unos puntos el déficit fiscal de motu propio.

También están aquellos que urgen una corrección más fuerte del atraso cambiario (temen los estragos del dólar barato enquistado), aunque sin el rigor de la del shock. Pero, la hipótesis no se salva, si desea evitar la frustración del ajuste de enero de 2014, de serios recaudos en materia de políticas fiscal, monetaria y de ingresos.

El déficit del gradualismo es que marcha hacia el umbral aludido a través de adecuaciones módicas, sumables en un tiempo extendido. Apenas se filtren desvíos, la propia marcha global puede tambalear. No se alcanzaría el umbral, y resurgiría, de segunda mano, la sombra del shock. Como sea, las dirigencias que miran al 2016 tienen mucho que pensar sobre estos delicados tópicos.

Apuntes sobre la transición económica

Una cuestión que sin dudas ganará espacio con el tiempo es la manera de abordar la transición económica 2015-16.

Hoy por hoy, este escenario se plantea light por varios motivos: a) porque a esta altura –arrancando 2015- puede lucir prematuro intentar avanzar más, faltando referencias; b) porque la lucha electoral, aun a tiempo vista, exige un sensible cuidado –distinguir entre lo exotérico y lo esotérico- sobre lo que se puede decir, y cómo; c) porque prima un “lugar común” o imaginario –de una transición afable-, con anclaje interno y externo, que se asocia a la convicción de que el simple recambio de autoridades posibilitará automáticamente, por propio peso, encauzar de modo rápido, fácil y hasta indoloro, el severo plexo de desequilibrios que afronta la economía. Imaginario o convicción que se proyecta sobre los principales referentes, incluido el más conspicuo, actualmente, del sector oficialista.

Sin embargo, si se prescinde por un momento de todas estas semblanzas y restricciones, la percepción del desafío que, probablemente, implique la transición, debe tomarse con particular seriedad y profundidad. Justamente, si hay una nota que reafirma en especial esta condición, es el perfil que trasunta el fenómeno de sobrevaluación cambiaria real en curso. Lamentablemente, el parcial ensayo devaluatorio de hace un año, desprovisto de un encuadre orgánico, se frustró, deparando más molestias que beneficios.

Pero la contracara de ello es que el retraso cambiario real -a un nivel agudo- tiende a consolidarse, y hasta puede acentuarse. Es sabido que hablar aisladamente del tipo de cambio es una soberana necedad y que, en definitiva, tallan marcos macroeconómicos. Precisamente, se encuentra en marcha un esquema de política económica –que tratamos bastante, bautizándolo como “Plan Verano”-, que, en principio, tiene chances en los meses venideros de presentar, aun sin exagerar, una fachada más atractiva que la floja imagen que mostró el 2014.

El quid es que ese mayor retraso cambiario –sobre un nivel de por sí delicado-, tendería a operar como un exigido colateral de aquel esquema (tanto menos se lo respetara, tanto más peligraría la matriz de dicho esquema). Pero, entonces, cabría hablar de un desalineamiento cambiario, con un panorama que se extendería asimismo a los (desalineamientos) de orden fiscal y monetario. Pudiéndose avanzar desde este núcleo duro hacia otros diversos vectores con bemoles (vgr., expectativas de inflación, costo laboral en dólares, tarifas).

El hecho es que no es descartable a priori cierto éxito del Plan Verano en los próximos meses, con una marcha comparativamente favorable frente al 2014. Pero, a la par, el otro hecho es que el tal fenómeno no implicaría encauzar los referidos desalineamientos. A no dudar, la confluencia de estos dos hechos se las trae. Quizás, avanzando el año, esa confluencia pueda alentar tensiones. Llegado el caso, la perspectiva de la transición, por ende, podría ir instigando una faz más adusta, y colocando más a prueba aquel imaginario tan confiado que se citó arriba. Incluyendo a tantos que habrían hallado la panacea, enarbolando la apelación al neoendeudamiento externo y a “un toquecito aquí y allá”.

Paradojas en el bienio 2015-2016

Un análisis de días atrás de S&P señalaba que el año 2015 podía lucir en lo económico mejor que el 2016. No tomamos a S&P como cátedra, pero el comentario no deja de ser útil, ligado a un “juego de estrategia” que bascula entre el 2015 y lo que puede venir después. Lo caracterizamos diciendo que interactuamos entre el síndrome del Plan Primavera (1988) y lo que llamamos el efecto de la buenaventura futura.

Al aludir a aquel síndrome, no negamos diferencias de situación, ni nos centramos en los detalles y en el resultado. La analogía reside en el desafío operante: cómo defender en lo económico –que está en un curso muy flojo-, ante comicios cercanos, una determinada continuidad política. Fácil de definir en 1988; menos, ahora. La apuesta de continuidad exige armar un “producto”, propio de una transición corta, más presentable que la experiencia reciente, pero, sin pretender corregir a fondo los gruesos desalineamientos en danza.

Véase que hoy las autoridades esbozan la posibilidad de una inflación algo más baja en 2015, buscando anclas al efecto (que, claro, no pasan por lo fiscal-monetario), y de una demanda doméstica más tonificada. Por cierto, esto debería empalmar sí o sí con una respuesta consistente en materia de divisas en el año, algo aun en barbecho. Se percibe que se busca erigir un tinglado macro que, aunque apoyado sobre bases limitadas, permita mostrar una faz más airosa que la de 2014.

Lo curioso es que una visión muy optimista sobre el futuro a partir de 2016 puede ayudar a la estrategia de transición. Es el efecto de la buenaventura futura, que enfocamos en un paper titulado “La Argentina del Futuro:¿”Edén” y Enfermedad Holandesa?”. Tal visión, no exenta de toques de chamanismo, aludiría a una pronta -y casi indolora- corrección de los desvíos que carga la economía. Pudiendo disparar una modalidad retráctil de aquel efecto, beneficiando el margen de maniobra presente. Tanto más crecía esta imagen a mitad del 2014, hasta que el abominable fallo del juez Griesa escupió el asado.

Entonces, ¿ahora qué? Pues, cuaja la interacción arriba citada. Por un lado, sabiendo de los límites del plan de transición, habrá que ver si, por lo menos, inspira una convicción básica para respaldar su sostenibilidad. En su defecto puede apurar una instancia crítica, capaz de precipitarse a pleno sobre la nueva administración.

Pero, a su vez, perdurando y funcionado hasta cierto punto dicho plan -por más que ello no signifique resolver desequilibrios de fondo, e incluyendo expectativas que pueden tomar nota de esto en determinado momento-, cabría un eventual contraste entre un año 2015 relativamente digerible en la epidermis, y un 2016, ya con una nueva administración, donde el imaginario optimista debe empezar por la ordalía de un paquete de ajuste de tono no trivial.

Alguien llamaría a esto una paradoja: el 2015, vía un esquema de transición –síndrome del Plan Primavera-, no centrado en atacar los desvíos sustantivos, presentaría una imagen genéricamente más llevadera que la hirsuta del 2016, donde el ajuste puede imponerse a modo de primer paso, justamente, para encarar esos desvíos. El comentario de S&P alude a algo de esto. Quizás, no debamos echar en saco roto la posibilidad de estas paradojas en el bienio.