Los peores al poder

Facundo Chidini

“Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados, y ningún hombre de espíritu elevado les adulará”. Aristóteles

 

Cuando leí esta frase hace unos días, inmediatamente me hizo acordar al capítulo “Por qué los peores se colocan a la cabeza” del libro Camino de servidumbre del premio Nobel de Economía Friedrich Hayek. El autor plantea que para poder llevar a cabo un régimen autoritario con una economía planificada es necesario hallar el mayor grupo cuyos miembros concordasen suficientemente para permitir una dirección unificada de todos los asuntos y, consiguientemente, explica que hay tres razones principales para que este grupo, con opiniones homogéneas y con apoyo absoluto hacia el líder, no lo formen los mejores sino los peores individuos de la sociedad.

La primera razón que establece es que si se desea un alto grado de uniformidad y semejanza de puntos de vista, se tiene que descender a las regiones de principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y comunes instintos y gustos.

La segunda causa que expone se basa en que el líder será capaz de obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores confeccionado, si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia. De esta manera, afirma que serán los de ideas vagas e imperfectamente formadas, los fácilmente modelables, los de pasiones y emociones prontas a levantarse, quienes engrosarán las filas del partido autoritario.

El tercer argumento, manifiesta el autor, es quizá el más importante elemento negativo de selección para la forja de un cuerpo de seguidores estrechamente coherente y homogéneo. Por consiguiente, afirma que parece una ley de la naturaleza que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio al enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del “nosotros” y el “ellos”, la lucha contra los ajenos al grupo, parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común.

Me cuesta mucho, lamentablemente, no relacionar las reflexiones del austríaco con la política actual de Argentina.

El primer rasgo lo podemos ver en la decadencia intelectual y moral de los miembros más sobresalientes del kirchnerismo. Por sólo nombrar algunos, cuando la ministra encargada de nuestra seguridad es una ex terrorista montonera; cuando el vicepresidente estaría sumergido en varios hechos de corrupción y, siendo economista, sostuvo que la inflación afecta a las clases más altas; cuando el secretario de Comercio cree que bajo amenazas fascistas puede establecer los precios y decidir, arbitrariamente, quién importa productos o sostener estadísticas falsas con el Indec; cuando su piquetero estrella es antisemita y destila odio hacia las personas más pudientes (siguiendo esta última premisa, quizá se odie a sí mismo); cuando el viceministro de Economía, siguiendo sus ideas marxistas, que fracasaron en todo el mundo, quiere planificar la economía desde su escritorio, mientras la realidad le demuestra lo contrario; cuando la diputada nacional Diana Conti se confesó seguidora del dictador asesino de miles de personas Joseph Stalin; o cuando el jefe de Gabinete de la Nación, en una gran muestra de bajeza humana, expresó: “Las vidas que se perdieron, se perdieron”, sin importarle en lo más mínimo las 51 víctimas fallecidas en la tragedia de Once ni sus familiares.

La segunda similitud la podemos sentir presente en el grupo de obsecuentes, representados mayormente por La Cámpora, Hinchadas Argentinas, La Tupac Amaru y Vatayón Militante, que aplauden y festejan con mucho ímpetu todo lo que diga el amo; sin importar su contenido, ellos obedecen.  Si hay que apoyar en un futuro a Clarín o a Menem, como lo hicieron en el pasado, no tengan dudas, llueven los aplausos.

La tercera coincidencia podemos advertirla en su afán de unificar y homogeneizar al grupo. Su estrategia consiste en ponerse de acuerdo en el odio y la envidia hacia un “enemigo” en común; basados en la dialéctica del “nosotros”, autodenominados “el pueblo” o el “ellos” titulados como “cipayos, golpistas, gorilas, imperialistas”, entre otros. De este modo, buscan incesantemente confrontar y destruir al que piensa diferente. Con el mero hecho de leer las noticias unos días, podemos ver esta situación plasmada en los constantes ataques que sufre el PRO y los miembros de la oposición, que buscan ser una alternativa diferente. También podemos percibirlo en el hostigamiento a los periodistas o artistas que tienen voz propia. En la guerra incesante contra los medios independientes (cada vez son menos); en la ofensiva, de los últimos meses, hacia la Justicia porque no falló según sus caprichos y en las reiteradas persecuciones producidas por la AFIP al que levanta la voz. ¿Se acuerdan cuando la Presidenta denunció por cadena nacional a un empleado de una inmobiliaria por no haber presentado su declaración jurada?

Claramente, los individuos más capacitados, que creen en el respeto irrestricto hacia la Constitución Nacional, que defienden los principios republicanos y las ideas de libertad que formaron nuestro país, no pueden compartir esta forma autoritaria y mediocre de hacer política. Es así que el kirchnerismo, siguiendo la línea argumental de Hayek, sólo puede tener en su equipo de aduladores, a personas sin escrúpulos y con poca o nula formación intelectual.

La situación actual de nuestro país nos muestra la prueba empírica del fracaso de ser gobernados por mediocres. Sin embargo, la esperanza de que Argentina vuelva a recuperar su grandeza es lo último que se pierde. Es por eso que, ante este panorama desolador y ante el avance amenazante del Gobierno Nacional, confío plenamente en los millones de ciudadanos que, sin micros ni dádivas, produjeron desobediencias civiles históricas como el 8N o el 13S. Esto es una gran demostración de que, si hay unión y compromiso, en lo más hondo de nosotros la llama de la libertad sigue ardiendo.