Por: Federico Gaon
El último jueves 16 tuve el privilegio de asistir a un seminario en la Universidad Torcuato Di Tella, dónde expusieron sus visiones dos distinguidos oradores: el embajador palestino ante Reino Unido, Manuel Hassassian, y el profesor israelí Edward Kaufman. Invitados por el Ministro de Relaciones Exteriores en el marco de una agenda para promover el diálogo entre árabes y judíos, ambos conferencistas hablaron desde la experiencia, y reflexionaron sobre los desafíos que le deparan al proceso de paz. Sin embargo, no sabría decir si el evento en sí representó un debate. Ambas ponencias parecieron más bien complementarse una con otra, y la única constante discutida fue la culposa responsabilidad que Israel tendría en no aceptar el plan de paz de la Liga Árabe, esbozado por primera vez en 2002. Es decir, en ningún momento, se planteó crítica alguna, por más pequeña que sea, a la gestión del liderazgo palestino en la resolución del conflicto.
La propuesta de la Liga Árabe le exige a Israel abandonar los territorios capturados tras la guerra de 1967. A cambio del pleno reconocimiento diplomático, los israelíes deberían devolverle a los sirios las alturas del Golán, y retirar sus asentamientos y puestos militares de los territorios palestinos. Todos los Estados árabes -con la notoria excepción de Siria- endorsaron la propuesta, liderada por Arabia Saudita, el país que guarda las ciudades santas de Meca y Medina. Si bien todos podríamos estar de acuerdo que la formalización de tal propuesta es un gran avance, pues reconoce que el único camino es la paz con Israel, la realidad – que a mi criterio los conferencistas han obviado– es que hasta ahora los árabes se han mostrado inflexibles frente al prospecto de negociar dicha plantilla. En otras palabras, mientras que a Israel se le exigen históricos compromisos, a la Autoridad Nacional Palestina (ANP o PA) que gobierna en Cisjordania se le exige poco y nada.
El profesor Kaufman explicó que aquello que para él es esencialmente un conflicto político y nacional, frente a la falta de una solución, se ha lamentablemente tergiversado en un conflicto religioso. Sugirió que en las últimas décadas las tablas han cambiado, y que hoy Israel es el principal culpable de la situación actual. Si antes los israelíes sabían separar entre la utopía, la idea de la redención de la Tierra Prometida, con la idea de un Estado basado en compromisos pragmáticos, hoy en día esta separación perdió sustento. En contraste, siguiendo el mismo argumento, si los árabes antes eran maximalistas indispuestos a ceder una parcela de territorio a los judíos, hoy se han percatado que deben comprometerse en función de un “interés ilustrado” por el bienestar de sus pueblos.
El embajador Hassasian insistió en la necesidad de pensar hacia adelante con optimismo, y se valió de la hipótesis de Kaufman para afirmar que las negociaciones con los israelíes fracasaron debido a la situación de asimetría entre una nación poderosa, y un movimiento nacionalista que aún no es Estado. Más adelante, insistió en separar el comportamiento errado de los extremistas musulmanes de lo que es el islam, y aseveró que Israel será un Estado paria de no acatarse a lo dispuesto por la comunidad internacional.
Bien, está más que claro que son muchas las cosas que pueden legítimamente objetársele a Israel, no obstante me preocupa que en ningún momento se haya hecho siquiera mención a las reiteradas oportunidades que tuvo la dirigencia palestina para alcanzar un compromiso. Quizás el ejemplo más claro de esto fue lo que ocurrió tras las negociaciones de Camp David en el año 2000. En aquel entonces, Ehud Barak ofreció a Yasir Arafat el 97% de los territorios en disputa, incluyendo el desmantelamiento de 63 asentamientos judíos, la formalización de una capital palestina en los barrios árabes de Jerusalén oriental, y reparaciones en $30 billones de dólares para ser repartidas entre los refugiados palestinos. El punto es que Arafat dijo que no, pese a que lo único que tenía que hacer era ceder sobre algunas cuestiones menores, pero de vital importancia para la seguridad de Israel, como el uso del espacio aéreo palestino, y la soberanía hebrea sobre algunas partes del Muro de los Lamentos, cargado con un fuerte simbolismo religiosos para los judíos.
En su autobiografía, el expresidente Bill Clinton, mediador de las negociaciones, expresa que durante las mismas: “Estaba llamando a otros líderes árabes a diario para pedirles que presionaran a Arafat a decir que sí. Todos estaban impresionados con la aceptación de Israel y me dijeron que creían que Arafat debía aceptar el trato”. Por otro lado, de acuerdo con el testimonio de la viuda del legendario cabecilla palestino, éste utilizó deliberadamente la Segunda Intifada para crear tensiones que en última instancia presionarían más a Israel a ceder frente a mayores reclamos. Paradójicamente, la terquedad de la vieja guardia palestina solo logro reforzar a la derecha israelí, con la cual progresivamente comenzaron a suscribir influyentes formadores de opinión de este país.
En un intento por forzar alguna mención a los errores de la ANP, le cité al embajador Hassasian informes de mecanismos especiales que hablan de la corrupción entre la dirigencia palestina, y le recalqué que Mahmud Abás debió, según lo estipulado, haber terminado su mandato en 2008. Mi pregunta fue: ¿cómo afectan estos hechos al proceso de paz, y si no piensa que es momento de abrir el foro a nuevos espacios políticos, a nuevos dirigentes dentro del liderazgo palestino?
Salvando las distancias, imagínese el lector preguntarle a un funcionario kirchnerista sobre la corrupción o la inflación en la Argentina. El embajador desmintió mis “acusaciones” como insensatas aseveraciones de un estudiante universitario, y culpó a Israel de que no se hayan celebrado aún las elecciones presidenciales. Pero más a mi pesar, Kaufman, quien confesó su disgusto con el actual gobierno israelí, luego pasó a sugerir que este tipo de alegatos no hacen más que restar al dialogo para alcanzar una solución. Para ser sincero, creo que mi pregunta debería haber sido más amena en función de la situación. Hassasian es un político y como tal, dio respuestas de político. Sin embargo, creo que Kaufman, en su posición de académico que no ostenta un cargo público, podría haberse explayado sutilmente acerca de los problemas en la otra cara del conflicto.
En suma, los disertantes se dedicaron a idealizar el plan árabe de 2002, que en teoría suena maravilloso, mas no se dedicaron ni un minuto a especificar cómo podría llevarse a cabo su implementación en el mundo real en el que vivimos. Se lo atacó a Israel por decirle al plan que no, pero no se explicaron sus reservas o preocupaciones. Sería interesante, para la próxima ocasión, presenciar un intercambio menos unidireccional, y más centrado en exponer distintos puntos de vista. De todas formas, rescato del evento el hecho simbólico de que dos destacadas personalidades de ambos lados puedan compartir una gira en conjunto. Estos hombres hicieron un sincero llamado a la importancia de la educación por la paz al largo plazo, a erradicar estereotipos y construir un futuro mejor. Pero como quien dice, de las palabras a los hechos queda un largo camino por recorrer.