Sobre la Universidad de Chile y el boicot a Israel

Federico Gaon

El 25 de abril, los estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile (UCh) decidieron, por medio de una votación representativa, adherir a su casa de estudios a una campaña para boicotear a Israel. Por medio de la presión estudiantil, el objeto de la resolución adoptada consiste en vetar la participación de cualquier persona proveniente de Israel que, según la interpretación facultativa de los delegados, esté vinculada con la ocupación de los territorios palestinos. De esta manera, la universidad más antigua del país, pública, y posiblemente la más prestigiosa también, se suma, virtualmente incondicionalmente, al movimiento internacional para defenestrar al Estado hebreo. Se trata de la última victoria en América Latina del atolondrado proyecto al “Boicot, Desinversión y Sanciones”, más conocido por su acrónimo en inglés BDS.

A mi criterio, atolondrado es precisamente el mejor adjetivo, o al menos el más formalmente correcto para resumir la esencia de este movimiento. Este término se vuelve especialmente revelador en la medida en que da constancia de la ignorancia y de la falta de juicio y mesura de sus integrantes. Sólo basta con encuestar a quienes celebran tales medidas para percatarse de que lo que está en juego es un odio visceral hacia Israel, tan desproporcionado que la sombra del antisemitismo siempre termina haciéndose presente.

Si en el mundo hispanohablante existe cierto sentido de ecuanimidad y rigurosidad intelectual, la decisión de la Facultad de Derecho de la UCh debería causar preocupación. Esto por el simple motivo de que, con su accionar, la facultad en cuestión le ha cerrado la puerta al debate y a la deliberación. Es decir, no ha hecho otra cosa salvo traicionar el espíritu de toda escuela que se precie a sí misma. Ha derogado simbólicamente el ejercicio de cuestionar, la pesquisa por el conocimiento y la razón académica de conocer el mundo mediante la exploración constante de sus problemas.

Con base en lo establecido por el cuerpo estudiantil chileno, por estatuto, un israelí podría verse imposibilitado a dictar una clase o un seminario en la UCh. En el acto, la mera condición de israelí lo convertiría a uno en sospechoso. Como en la liturgia del BDS Israel es una palabra invariablemente endemoniada, todo lo que venga asociada con ella es recibido con antipatía.

Para ilustrar mejor la situación, digamos que usted es un profesor israelí que suele dictar clases en los salones de Jerusalén y Tel Aviv —y, en estos días, tiene agendado brindar una conferencia en una UCh adherida al boicot. ¿Cómo reaccionarían los partidarios del BDS?

En primera instancia, la imaginación de dichos activistas volaría con la suerte de indagación panfletaria que caracteriza a los pensadores conspirativistas. Estos preguntarían: “¿Qué hace usted acá?”, “¿para qué viene?”, “¿quién lo envía?”, “¿cuál es su verdadera agenda?”. Si usted fuera alemán, chino o ecuatoriano (por mencionar tres nacionalidades cualesquiera), difícilmente alguien frunciría el ceño. Pero como si haber nacido en determinado lugar fuera pecado, para el activista del BDS la condición de israelí viene necesariamente apegada a una posición de ocupante ilegitimo, de conquistador. Mientras que en el ámbito universitario cualquier otro nacional será juzgado a posteriori por sus ideas y el carácter de su personalidad, con usted la lógica en algún punto funciona a la inversa. Verán a priori que usted es israelí, y consecuentemente buscarán en internet qué es lo que usted piensa, con qué instituciones se afilia y —como ha viajado desde tan lejos para dar una ponencia— buscarán darle un significado más amplio a su periplo.

Efectivamente, la propuesta avalada por el cuerpo estudiantil deja en claro que las personas vinculadas con la figura jurídica del Estado de Israel, o con alguna universidad emparentada con las políticas de este, no deberían participar en la UCh. Siguiendo con nuestro ejemplo, siendo que usted además de israelí es académico, seguramente tendría alguna posición permanente dentro de por lo menos una academia hebrea. Como resultado, además de inquirir sobre usted, quienes suscriben al boicot también buscarían plagas en la institución que lo apadrina. Si en algún modo (desde ya, obtuso) se percibe que su casa de estudios “apoya”, “promueve” o “justifica” las penurias impuestas sobre el pueblo palestino, usted irreflexivamente quedará etiquetado como persona non grata. Nuevamente, el aspecto multidisciplinar y proclive a la diversidad de opiniones que encuadra —o, mejor dicho, que debería encuadrar— a una universidad quedaría descartado al instante.

Este es el tipo de dogmatismo marxista del cual hablaba Raymond Aron cuando, en 1955, escribía El opio de los intelectuales. Se establece un binario estático entre dominadores y dominados que suprime cualquier posibilidad de dar con una escala de grises, producto del diálogo, el debate y la puesta en común. Al caso de nuestro ejemplo, siguiendo los postulados de tal tendencia (muy vigente entre los pensadores populistas), usted funciona como un representante ineludible de una casa matriz real o imaginada.

Si usted apoya la solución de dos Estados, pero digamos que enseña en la Universidad de Bar-Ilan, donde hay mucho activismo religioso, favorable a la expansión de los asentamientos, entonces usted será reprendido por la UCh por dictar cursos allí. Si, en un escenario análogo, usted trabajara en el Ministerio de Turismo de Israel y vino a Chile a promocionar Tierra Santa como destino especial, sin importar con qué político israelí simpatice y con cuál no, al trabajar para la “entidad sionista”, usted podría tener vetado el acceso a los salones de la Facultad de Derecho.

Dicho esto, el BDS revela no solamente un prejuicio latente hacia lo israelí, pero también una miopía severa en relación con los acontecimientos globales. Independientemente del grado de responsabilidad que tenga Israel a la hora de explicar el fracaso del proceso de paz entre judíos y palestinos, lo cierto es que, en perspectiva, a escala regional y mundial, se producen sucesos muchísimo más costosos en términos de vidas humanas que el conflicto palestino-israelí. Lo que es más, ni siquiera todas las guerras del conflicto árabe-israelí llegan a superar el número de muertes causadas por la guerra fratricida en Siria.

Este dato no exonera a Israel de críticas honestas y legítimas, y bajo ninguna circunstancia opaca la importancia del conflicto que lo envuelve. Sin embargo, muestra asimismo que el conflicto no es categóricamente determinante a los efectos de traer la paz a Medio Oriente. Señala que suceden atrocidades por diestra y siniestra que, no obstante, los boicoteadores desconocen. Pregúntese si no, ¿cuándo fue la última vez que presenció una manifestación estudiantil contra Bashar al Assad? ¿Presenció alguna vez una protesta por el número elevadísimo de ejecuciones realizadas en Irán año tras año?

El caso es que hoy en día es impensable que algún cuerpo estudiantil se pronuncie en contra de recibir a un académico sirio o iraní, incluso si este coincide con su Gobierno. En todo caso, la actividad de la cual el invitado participa será entendida como un acto para generar un entendimiento más amplio de los flagelos que afectan a Medio Oriente. Esta actitud, legítima y moralmente correcta, paradójicamente deja de valer cuando el invitado proviene de la única democracia cabal de la región. En este sentido, los boicoteadores eligen no ver que la política israelí está compuesta por matices de todos los colores, con coaliciones de Gobierno extremadamente susceptibles al escrutinio de los parlamentarios. Esto es curioso, porque al igual que el típico personaje que dice no ser antisemita por tener amigos judíos, el vicio preferido de quienes se afilian al BDS es parafrasear, citar y alabar, a aquellos judíos e israelíes que se oponen vehemente a la idea misma de un Estado judío.

El boicot contra Israel pretende cerrarles la puerta no sólo a profesores, sino también a artistas y empresarios. En algún punto creo que este esfuerzo se asimila, de un modo figurado, a la quema de libros por parte de los regímenes totalitarios de la historia. Allí es donde entra la gnosis antisemita, siendo que Israel, al fin y al cabo, es el único Estado judío en el mundo.

De este modo, en el contexto educativo, el BDS hace que la búsqueda por el conocimiento degenere en fanatismo. Por medio del proyecto al boicot, el espíritu crítico de la academia se transforma en una pronunciación obsecuente que explota el anhelo de los jóvenes por marcar la diferencia, por reparar el mundo. En tanto vende al conflicto palestino-israelí como el más importante de la Tierra, el movimiento genera adeptos sedientos de “hacer algo”. Pocos de ellos están circunstanciados con la realidad en el terreno o con los debates referidos. Pero eso no les importa. O bien eligen desconocer la realidad o bien directamente no se percatan de ella. Al final del día, con el BDS se infunde inconscientemente un principio de doble moral que puede terminar en antisemitismo.

Como no podía ser de otra manera, en función de lo expresado anteriormente redundan las paradojas. Si Israel es la única democracia de la región, ciertamente es el país que más empeño pone en capitalizar la materia gris de sus ciudadanos. Por citar algunas muestras conocidas, al boicoteador del Estado hebreo (y en realidad a cualquier persona) se le hace imposible vivir sin tecnología desarrollada por israelíes, incluyendo la mensajería instantánea, las versiones recientes de Windows, diversas aplicaciones para los celulares y los procesadores de la familia Intel.

No sorprendentemente, saltó a la luz que una página vinculada al BDS había sido construida por medio del software de una empresa israelí. Seguramente más trascendental, cabe destacar que hace pocos días se dio a conocer una noticia que podría darle a Stephen Hawking el Nobel que tanto se merece. En breves cuentas, un equipo de científicos israelíes del Technion, en Haifa, habría logrado probar la hipótesis del físico británico, quien postuló que los agujeros negros se evaporan lentamente. Esto viene al caso porque Hawking, irónicamente, apoya el boicot académico contra Israel.

Existen muchas razones para criticar al Estado sentado en el banquillo de los acusados. Pero también existen amplios y diversos motivos por los cuales celebrarlo y exonerarlo. El BDS, sobre todo en su variante académica, pretende clausurar semejante exhibición y contraste de argumentos. Si los estudiantes de la Facultad de Derecho de la UCh tuvieran un mínimo compromiso con los estándares que les demanda su futura profesión, deberían haber votado una moción para boicotear a los boicoteadores, como loa paralela a la cultura de debate. Antes que repetir consignas indignas, los estudiantes deberían haber leído más.