Por: Fernanda Kobelinsky
El acuerdo alcanzado por EEUU, Francia, Reino Unido, China, Rusia y Alemania con Irán para frenar el plan nuclear de Teherán, a cambio de levantar parte de las sanciones económicas, es la novedad geopolítica más importante de las últimas décadas para Medio Oriente.
Más allá de la letra chica del acuerdo, que se revisará en 6 meses, lo que se decidió en Ginebra significa la vuelta al mundo de los persas. Pero también significa un golpe duro para sus mayores enemigos: Israel y Arabia Saudita.
La Revolución de 1979 parece ya anacrónica para la mayoría de la ciudadanía iraní. Con una población mayoritariamente joven, son esas nuevas generaciones las que vienen exigiendo cambios. Así, llegó Hassan Rohani al poder. Con un discurso mucho más moderado que el explosivo Mahmoud Ahmadinejad, tiene la doble tarea de cumplir sus promesas y contener a los halcones persas… entre ellos al ashatollah Jamenei.
Irán no es una democracia como la que conocemos en esta parte del mundo. Es una teocracia atada a la voluntad de un líder supremo, que incluso aprueba o veta al presidente elegido popularmente. Son chiítas, lo que supone una verticalidad que contradice los preceptos democráticos contemporáneos. A diferencia de los musulmanes sunnitas, la inmensa mayoría del mundo musulmán, los edictos religiosos del ayatollah son de obligado cumplimiento. Esa verticalidad se impone siempre… Este lunes, increíblemente y contra todo pronóstico, Jamenei agradeció a los negociadores iraníes, lo que supone su visto bueno a este acuerdo.
Con la capacidad de poder limitada, Rohani está intentando cambiarle la cara al régimen. Un maquillaje, de todas formas, no significa una modificación profunda. Menos mientras continúen las detenciones arbitrarias, las limitaciones a la libertad de prensa y las persecuciones políticas.
Irán aceptó suspender “todo el enriquecimiento (de uranio) por encima del 5 por ciento y ha garantizado que no aumentará sus reservas de 3,5 por ciento o uranio enriquecido a bajo nivel“. Esta solución global permitirá a Irán disfrutar plenamente de su derecho a la energía nuclear con fines pacíficos bajo las normas y obligaciones del Tratado de No Proliferación.
Y aquí reside parte de la explicación del plan nuclear iraní: energéticamente lo necesita. Porque si bien tiene petróleo no tiene infraestructura en refinerías para convertirlo en energía. El pueblo iraní sabe de sus riquezas y consume energía a lo loco, la malgastan… pero sin refinerías la capacidad energética del país no da abasto. El acuerdo también contempla el freno a las nuevas plantas nucleares que Irán está construyendo y el compromiso de inspección exhaustiva a partir de ahora.
¿Alcanza? Para muchos no. Es que no identifican a Teherán como un interlocutor confiable. Los halcones estadounidenses harán lo imposible para que Obama dé marcha atrás, o Teherán rompa el pacto asfixiado por nuevas sanciones.
El acuerdo aplaca la posibilidad de que Irán tenga la bomba nuclear, pero no frena su capacidad para tenerla en algún momento. Saben cómo hacerla, simplemente que, por ahora, decidieron volver al mundo…