La vida en el mar – como también sucede en tierra firme- se encuentra simplificada por una enorme cantidad de ayudas a la navegación que hacen que día a día el “arte de navegar” se vea facilitado por todo tipo de equipos electrónicos que hacen la tarea del marino no solo más sencilla sino muchísimo más segura. Sin pretender transformar la columna en un curso acelerado de navegación, lo invito – amigo lector- a imaginar la diferencia entre navegar en una nave impulsada por la fuerza del viento a hacerlo en uno de los modernos cruceros tan de moda por estos días.
Sin lugar a dudas una de las “siete maravillas” de la navegación moderna está constituida por la aparición del “girocompás”. Esta ingeniosa invención aprovecha los principios de “inercia y precesión” para obtener una marcación casi perfecta del “norte”. Sin ser usted marino, entenderá que en medio del mares fundamental no perder jamás el norte. También es fundamental mantener el norte en nuestras vidas y me atrevo a decir que en la política aquel que lo ha perdido, se encuentra en gravísimos problemas.
Invito a un breve repaso por los últimos hechos que han ocupado la atención de quienes siguen el rumbo de la particular navegación de esta enorme nave llamada República Argentina.
En un “pase de revista” aleatorio me vienen a la mente imágenes relacionadas con el “boom” de la compra de autos importados de alta gama, adquiridos con un tipo de cambio preferencial fomentado por un gobierno que impuso un “cepo” cambiario que se empeñó en negar, como negó también que el “mercado blue, negro o marginal” es el que marca el verdadero valor de una divisa cada vez que el Estado es empeña en torcer artificialmente la pizarra de cotizaciones. También recuerdo claramente “el golpe de timón” que determinó pasar del “autos caros para todos” al actual “autos para ninguno”. Por mucho plan crediticio que ahora nos quieran ofrecer, el mercado automotor (todos lo sabemos) está definitivamente muerto y sepultado.
Si viajamos con la memoria un poco más atrás, también nos llegarán imágenes de conflictos agrarios, con productores quejosos por ser obligados a vender sus producciones con altas retenciones, cobrar su exportación al cambio oficial y con una serie de regulaciones adicionales que han hecho que su mejor negocio sea precisamente no vender lo que producen y atesorar el grano en silo bolsas, que ya son parte inseparable del paisaje campestre nacional.
No podría escapar a nuestra revisión la particular situación impositiva de miles de asalariados a los que se les cobra impuesto a las ganancias por el solo hecho de trabajar; haciéndolo el Estado de una forma tan particular que hace que muchas veces el peor castigo que pueda recibir un trabajador sea el de recibir un ascenso o un aumento de salario, que haga que al cambiar de escala de retención su nuevo cargo le implique una sensible baja de sus ingresos. Este impuesto al trabajo tiene además algunas perlitas tales como la de permitirle al “sujeto impositivamente responsable” deducir de sus ganancias el sueldo de su mucama, pero no el alquiler de su vivienda; los gastos de la medicina prepaga, pero no lo que gastó para darle de comer a sus hijos.
Ayúdeme amigo lector a no hacer tan extensa esta columna, y repase por su cuenta el rumbo de la política de los últimos años en materia de seguridad, educación, justicia – vicepresidente y sus amigos incluidos- y tratemos juntos de imaginar, cual fue el rumbo tomado en caso y su relación con el “norte” del sentido común. Y luego de varios minutos de análisis por separado, volvamos a ocuparnos Ud y yo del tema que acapara la atención de miles de argentinos por estos días; Mundial al margen claro está.
Me refiero obviamente a la situación de nuestro país frente a sus acreedores externos; algunos mansos adherentes a nuestra propuesta de canje, otros rebeldes buitres carroñeros (según nuestros funcionarios) que no aceptaron la propuesta argentina y muchos otros, mudos espectadores de una suerte de partida de ajedrez jurídica cuyo resultado final sellará su suerte.
Es más que obvio que quienes no somos expertos en cuestiones financieras internacionales, no estamos capacitados para desmenuzar la letra chica de convenios oportunamente suscriptos por esta y otras administraciones en los que- por lo que sabemos- sometimos a los tribunales de New York la resolución de controversias respecto a todo lo relacionado con el cumplimiento de nuestras obligaciones nacionales y -por qué no decirlo- populares.
Y sin pretender analizar porque será que dejamos que un “buitre” compre nuestros bonos cuando valían apenas 50 millones de dólares en lugar de recomprarlos nosotros mismo (Néstor se negó a hacerlo); o intentar determinar si la solvencia moral de este tipo de usureros debe anteponerse a la legitimidad de los fallos judiciales que les dan la razón, si creo que como ciudadanos que somos podemos exigir a nuestros gobernantes que nos den al menos señales claras de lo que pretenden hacer.
Desayunamos una mañana escuchando a nuestro jefe de gabinete y vocero presidencial anunciar con altanería que nadie viajará a ninguna parte a negociar nada con otro nadie. Más tarde la propia Jefa de Estado nos arenga colérica, despotricando contra un juez extorsionador al servicio de intereses cipayos que sólo pretender dañar a nuestro pueblo, pero que no pretendan de ella alguna actitud funcional a sus perversos intereses. Pocos días después, en ocasión de honrar a uno de nuestros máximos próceres, le avisamos al mundo que estamos dispuestos a cumplir con todos nuestros acreedores (palomas y buitres), le pedimos respetuosamente a su señoría -esa misma que tildamos de extorsionador- que suspenda su propio fallo para que podamos negociar… Algo así como haber perdido un partido de fútbol por 3 a 0 y pedir una definición por penales.
Podemos abundar en detalles pintorescos, el ministro que no viajaría, viajando. La invención de un feriado administrativo (Día del Empleado Público…) para justificar la realización de un pago anticipado con la esperanza que la picardía criolla aplique también en el “gran país del norte”. La interminable alternancia entre insulto, súplica al insultado, nuevo insulto y nueva súplica y todo hecho siempre bajo el amparo de los mismos ideales, las mismas convicciones y augurando en todos los casos el éxito seguro de ambas diametralmente opuestas estrategias discursivas. Es imposible no recordar aquellos comunicados oficiales que detallaban como día a día “íbamos ganando” la guerra de Malvinas hasta que un 14 de junio nos avisaron que nos habíamos rendido.
Y, volviendo al principio, le quiero completar aquel concepto sobre la importancia del norte. Es obvio que el norte no es el sinónimo del rumbo correcto. Pero para ir al sur, al este o al oeste, resulta imprescindible saber perfectamente donde está el norte. El Norte es el grado 0, pero también el 360, todo rumbo posible oscila entre dos extremos de una escala que nos refiere al norte. Se puede ir a cualquier lado, pero se debe tener un solo norte; a nuestro frente, a nuestra espalda o nuestro costado, pero uno. El barco de la patria navega hace diez años con una cantidad cada vez más frecuente de espasmódicos cambios de rumbo propios de la impericia de sus timoneles; eso puede ser corregido –urnas mediante- con un cambio de tripulación. Pero lo que resulta imposible de comprender es cómo hace esta gente para pretender que la Patria navegue segura cambiando el norte de lugar cada mañana.