El cambio de un embajador

Fernando Petrella

En la instrumentación de la política exterior el cambio de embajadores es algo natural que no debiera sorprender ni dar lugar a interpretaciones que vayan más lejos de lo meramente formal. Por esto, el reemplazo del embajador Jorge Arguello por la embajadora María Cecilia Nahón debería analizarse bajo una óptica burocrática como tantos otros cambios en el Servicio Exterior.

Sin embargo, las características sorpresivas de la medida y algunos comentarios que no hacen al fondo del episodio han dado lugar a especulaciones que tienen que ver más con las supuestas luchas de poder en los “entornos”, que con el verdadero fondo del asunto. En realidad, el punto a considerar acá es si el cambio implica también un cambio de política respecto de EEUU o si, más bien, lo que implica es solamente una “profundización” de la situación existente.

La relación con los Estados Unidos es central para cualquier país, al margen de su dimensión. Suponer que, en un escenario globalizado e interdependiente, se puede crecer, prosperar y adquirir relevancia regional e internacional poniendo distancia con la principal potencia del mundo es un error cuyas consecuencias negativas se pagan a muy corto plazo. De allí que nuestros socios y vecinos cultivan con extrema prolijidad sus vínculos con EEUU y otros actores centrales, procurando incluso llevarlos a los más sensibles asuntos estratégicos. Los acuerdos de Brasil con EEUU, Francia y el Reino Unido son un ejemplo cercano de esto, como así también los de Chile, Colombia y Perú en nuestra subregión. Es la densidad de lazos en temas estratégicos la que abre las puertas de los niveles más altos, que es, justamente, donde se pueden también incluir temas comerciales y financieros.

La experiencia diplomática indica que para hacer “buenos negocios” hay que realizar primero buenas políticas con perseverancia y buena fe. Para conseguir los propios objetivos hay que procurar que Argentina “cuente y pese” en la agenda más delicada y sensible de la contraparte. Esa, y no otra, es la síntesis de toda buena diplomacia. Sin embargo, existe la impresión de que Argentina no valora dichas reglas. Es como si los coletazos del default que nos obligó a un traumático aislamiento no pudiesen superarse y nos impidiesen encaminar la relación con EEUU y Europa de manera positiva -no defensiva- basándonos en las enormes capacidades argentinas en todos los campos. Dejar trascender que lo “importante” es la disputa con los “fondos buitres” y el FMI es otorgarles a esos problemas una estatura que no poseen. Ponerlos como prioridad en las conversaciones con los EEUU equivoca la naturaleza y la dirección de la relación con ese gran país que es, además, socio tecnológico imprescindible dela Argentina.

Argentina ha sido suspendida del Programa generalizado de Preferencias -al que había accedido durante la gestión Duhalde/Ruckauf- por no cumplir los fallos del Ciadi y actuar de “mala fe” respecto de empresas y ciudadanos norteamericanos. Se trata de palabras muy duras suscriptas por el presidente demócrata Barak Obama que contribuyen a que la relación haya devenido “compleja” al decir de la embajadora Roberta Jacobson, subsecretaria para Asuntos Hemisféricos. Las demoras en atender las demandas del Ciadi no deberían equipararse al problema de los “fondos buitre”. A estos últimos la propia Justicia les esta poniendo freno. Por otra parte, el déficit (crónico) de la balanza comercial debe ser un tema de la relación pero no puede hacerse pivotear todo en derredor de algo que, por el momento, no tiene solución. El mismo asunto aqueja a nuestros vecinos y sin embargo han encontrado las vías para ubicar sus diálogos con EEUU en andariveles más relevantes.

Asumir que el camino pasa por buscar también otros temas “gruesos” de interés estratégico común para compensar falencias, concretar visitas oficiales que permitan discutir en profundidad las dificultades y no sólo conformarse con encuentros ocasionales, es entender y finalmente, practicar una buena diplomacia. Ese es el cambio de fondo que se necesita.

Madeleine Albrigth le manifestó al entonces canciller del gobierno de la Alianza, Adalberto Rodríguez Giavarini, que los entendimientos entre Argentina y los EEUU habían sido el acontecimiento más relevante en las relaciones hemisféricas del siglo XX. Muchas cosas sucedieron desde entonces. Obama felicito a la presidenta Cristina Kirchner por el histórico liderazgo argentino en no proliferación nuclear pero, en otros terrenos vitales para Argentina, la relación perdió su rumbo. La frialdad con que recientemente el Departamento de Estado consideró la disputa sobre las Islas Malvinas apartándose de un consenso que acompañaba desde fines de 1982 debería causarnos justificada alarma. Se trata del conflicto territorial más importante del Hemisferio Occidental, reconocido por las Naciones Unidas y que afecta espacios terrestres y marítimos donde tenemos responsabilidades exclusivas y excluyentes. Este sí es un tema trascendente y el apoyo de EEUU es determinante.

Como vemos la agenda es muy importante. Sepamos diferenciar lo transitorio de lo sustancial; lo que deberíamos resolver solos y con dignidad, de aquello para lo cual el respaldo de EEUU es necesario. Nuestra nueva representante deberá cultivar los temas de interés para Hillary Clinton, posiblemente John Kerry y León Panetta. En ese círculo se define la sustancia de nuestros intereses. La presencia argentina en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde la situación de Irán es asunto fundamental, nos brinda un instrumento muy valioso. Si creamos adecuadamente las condiciones, podría ser más eficaz plantear problemas comerciales en esos niveles de la administración norteamericana, que por la mesa de entradas de la Secretaría de Agricultura. Cerremos entonces filas en respaldo de María Cecilia Nahón como lo hicimos con Susana Ruiz Cerruti y Susana Pataro en Ghana y en Hamburgo y felicitemos a Jorge Arguello por el trabajo realizado. Ojalá el reemplazo marque el principio de un cambio de fondo en la relación bilateral y no un mero episodio burocrático impregnado de luchas por espacios de poder.