La desaparición de Hugo Chávez está llamada a generar un profundo debate introspectivo en toda América Latina. Podríamos identificar tres ámbitos principales. El ámbito argentino, el latinoamericano y, también, el global.
En lo que a nosotros se refiere, seguramente la relación argentino-venezolana no sufrirá cambios. Esa relación es anterior a Hugo Chávez y lo trascenderá. Se origina en el fondo de la historia común, con San Martín y Bolívar, se fortalece con Perón y Pérez Giménez, continua con la generosidad venezolana hacia los primeros exilados argentinos, cuando asomaba la violencia irracional a principio de los ’70, y se mantuvo firme respaldando la causa Malvinas, las candidaturas multilaterales argentinas y, sobre todo, defendiendo la unidad hemisférica de los proyectos “separatistas” que aspiraban a excluir al Caribe, América Central y México de la región.
Por su parte Argentina tomo la iniciativa de crear el Banco del Sur, que Hugo Chávez acariciaba, y propuso el ingreso de Venezuela al Mercosur con los objetivos de lograr mayor “masa” política y autonomía energética, para citar sólo dos exponentes de los entendimientos estratégicos labrados desde la asunción de Néstor Kirchner hasta la fecha. Hugo Chávez tuvo excelente relación personal con Carlos Menem, aunque ésta se dio antes de que el caudillo venezolano proclamase su “socialismo para el siglo XXI” y se volcase hacia Fidel Castro. Esos sentimientos siguieron durante el gobierno de la Alianza y también en el intervalo de Eduardo Duhalde.
Argentina sin duda alguna pierde ahora un interlocutor de confianza personal y coincidencias políticas. El futuro inmediato nos dirá si, con el sucesor, las cosas seguirán igual. En parte podría depender de nuestra propia actitud, que debería ser de respaldo en los complejos momentos que presenta toda transición y de amistad y cooperación en los campos que Venezuela necesite. Seamos primeros y no segundos en esta tarea.
En lo que hace a América Latina recordemos sobre todo lo positivo. Hugo Chávez ayudo a las gestiones de Néstor Kirchner para el rescate de Ingrid Betancourt y otros rehenes del cruel cautiverio de las FARC, favoreció el dialogo entre del gobierno colombiano con dicha “organización” y fue, además, funcional al abrazo entre Correa y Uribe logrado por gestión de Cristina Kirchner durante la reunión del Grupo de Río en República Dominicana. En otro orden, Chávez ayudo económicamente al régimen cubano, creo el ALBA para consagrar el “ideario bolivariano” y oponerse Estados Unidos, pero fue también impulsor de la Celac, que acertadamente desdeña el separatismo en América Latina y el Caribe.
En lo global Chávez fue puerta de entrada para Irán en la región. No fue el único, Lula agasajo a Ahmadinejad y lo propio hicieron Correa y Evo Morales. Esta intrusión en la agenda de la seguridad global por parte de Chávez es negativa, como también es negativo el distanciamiento respecto de la OEA -que nos ha contagiado- porque ese organismo regional defiende los derechos humanos, la libertad de prensa, la Carta Democrática Interamericana y la alternancia de los periodos presidenciales.
Habra entonces que repensar mucho la región hacia adentro y la Argentina deberá tener el rol motorizador que su diplomacia históricamente ha tenido. En efecto, la Alianza del Pacífico perfora la Unasur con un grupo de países en pleno crecimiento, con firmes democracias, orientados al libre comercio sin ingenuidad y acercándose al Pacífico que es hoy centro del crecimiento global. El presidente Obama propone una zona de libre comercio hacia el Pacífico y hacia Europa Occidental. Esto nos plantea a nivel nacional y a nivel Mercosur un debate impostergable. Ese debate, ya en estos momentos, está teniendo lugar en nuestro poderoso vecino Brasil. Es que nadie desea quedarse afuera de la renovación y realineamientos que la crisis global está generando. Una América Latina dividida en su concepción de la democracia y en su proyecto de inserción virtuosa en el mundo está ahora afuera de lugar y debería ser cosa del pasado. Se ha ido junto con Hugo Chávez, del que siempre recordaremos su calidez personal, su energía, su carisma, su fe religiosa y su confianza en un mundo mejor y más justo.