Malvinas, el día después

Fernando Petrella

Una buena diplomacia procura maximizar con prudencia las circunstancias positivas que le brinda la dinámica internacional y minimizar las repercusiones cuando dichas circunstancias resultan desfavorables.

El reciente referéndum en las Islas Malvinas podría ser una buena oportunidad para no otorgar mayor relieve a un acto cuyo resultado sólo tendría gravitación entre quien administra las islas, el Reino Unido, y los administrados -aun considerando su relativa autonomía-, que son los isleños.

Exagerar por nuestro lado la respuesta brindaría al referéndum proyecciones que desbordarían el marco “interno”-Reino Unido/isleños- en que ha tenido lugar. Eso sería perjudicial para los intereses argentinos. Naturalmente que fijar con toda claridad la posición es necesario, pero las reacciones oficiales deberían pensarse para la sofisticación del “mercado” externo, buscando comprensión y adhesiones y no con miras al ámbito doméstico, que no duda de nuestros derechos soberanos ni del sistema establecido por las Naciones Unidas para resolver la disputa.

Esto último parece aún más importante en razón de que los isleños aspiran a exhibir los resultados del referéndum con el propósito de desprestigiar la posición argentina. El Comité de Descolonización de las Naciones Unidas tendrá que registrar lo acontecido, por lo que presentar ahora nuestra visión con mesura, sin calificativos y sin ofender, es la mejor manera de ganarse la simpatía internacional, contrarrestar la estrategia isleña y, tal vez, retomar el camino con el Reino Unido para solucionar gradualmente el diferendo.

Pero todo este episodio pone también al descubierto la urgente necesidad de establecer una política interrelacionada en tres direcciones principales: el Reino Unido, el Atlántico Sur y los isleños. Con el Reino Unido, en abierto contraste con nuestros vecinos, hemos dejado pasar más de diez años sin promover reuniones estratégicas de alto nivel. La última reunión data de 2002, entre Carlos Ruckauf y Jack Straw. El ex secretario general de las Naciones Unidas para Asuntos de Desarme Vicente Berazategui era nuestro embajador en Londres. Mantener innecesariamente esa distancia con los británicos no ha sido un exponente de política “firme”, ha sido ejemplo de política estéril que debe subsanarse. Hay que “insertarse” en la agenda del Reino Unido con propuestas mutuamente convenientes, porque los problemas bilaterales más serios se conversan en los altos niveles. Esos son los escenarios que hay que buscar. Los cuadros técnicos actúan después y en consecuencia. El contexto internacional pocas veces ha sido tan favorable a la Argentina. No hay que desaprovecharlo.

En lo que hace al Atlántico Sur es vital recuperar de manera ostensible la presencia naval y aérea en las áreas bajo nuestra jurisdicción. Tenemos allí responsabilidades exclusivas y excluyentes, sólo limitadas por la situación que implica la falta de encaminamiento sustentable de la disputa sobre las Islas Malvinas. Es necesario que la comunidad internacional vuelva a reconocer que los intereses argentinos en esas áreas se apoyan en los hechos y no sólo en las palabras.

Ahora bien, sostener que los isleños deben quedar al margen de esta problemática constituye un retroceso inmenso. Buena parte de la política instrumentada a partir de la adopción de la Resolución 2065/65 y, en especial después de la firma de los Acuerdos de Comunicaciones en 1971, sabiamente se orientó a lo contrario. Se orientó a mantener contactos y diálogos oficiosos con los pobladores para inducirlos a una mayor asociación con la Argentina. La discusión de fondo -sobre soberanía- vendría después de un período de “convivencia” cuidadosamente administrado por las dos únicas “partes” en la disputa, la Argentina, el Reino Unido. Por eso el envío de las maestras a las islas y tantas otras facilidades que, con generoso interés, concretó Argentina durante un largo período.

Lamentablemente, es lo opuesto de lo estamos haciendo. Desaprovechamos los apoyos que por tanto tiempo nos brindó la comunidad internacional y desoímos el mensaje de la presidenta Cristina Kirchner, que pide sentarse a dialogar sin esperar que se le dé la razón. Para esto hay que crear las condiciones de convergencia con la otra parte, lo que se logra con persuasión y no con agravios. El referéndum es la respuesta a nuestros errores.

Sin embargo a la diplomacia argentina le sobra inteligencia para proponer un nuevo modelo asociativo entre instituciones, cultura, territorio y recursos que refleje un mundo de fronteras más difusas, de responsabilidades compartidas y solidarias como se avizora ya para la post crisis financiera.

A la luz de todo esto, es de esperar que repensemos la actual estrategia respecto a Malvinas, aprovechando el clima creado por el “día después” del referéndum.