En casi todas las industrias modernas, la tecnología está cambiando el modo en que los usuarios acceden a la información. Pero todavía vemos poco de estos cambios en la educación, especialmente en América Latina. Los padres no suelen tener acceso a información sobre la calidad de las escuelas, lo que los lleva a tomar decisiones basadas en otros factores, como la ubicación o las referencias de sus amigos. Esto ocurre incluso con las escuelas privadas, que “no comparten indicadores educativos reales con los padres”, dice Massimo Mazzone, fundador de Cadmus Academies, una nueva red de escuelas privadas de bajo costo en América Central. “Su posicionamiento está más ligado a elementos como el confort y la seguridad de las instalaciones en lugar de las estadísticas de acceso a la universidad o inserción laboral”.
El fenómeno se repite en la educación superior. Los rankings se enfocan en el tamaño de los campus, la cantidad de publicaciones del cuerpo docente y la evolución del financiamiento, en lugar de la escala salarial y las oportunidades de carrera de los alumnos. Sin importar si se elige una licenciatura tradicional de 4 años o algún curso técnico vocacional, prácticamente no hay buena información sobre el destino de los graduados.
No está claro por qué no existe una demanda mayor de este tipo de información, o por qué las instituciones de alta calidad -que deberían enorgullecerse del éxito de sus alumnos- son reticentes a brindarla. Lo que salta a la vista es que esta opacidad acarrea un costo social. “Los estudiantes no tradicionales tienen particulares dificultades para culminar [sus estudios]”, concluye un reporte del Comité para el Desarrollo Económico de la Fundación Lumina, por “la incertidumbre relacionada con las opciones educativas y con los eventuales beneficios de continuar con el proceso de formación”.
Contar con información robusta sobre estos beneficios es crítico para los estudiantes, pero también es importante para mantener la transparencia de las instituciones con financiamiento público. En Estados Unidos, como en América Latina, el actual sistema de acreditación suele ser privado, a pesar de los más de 75 mil millones de dólares que se destinan anualmente en fondos federales al sector universitario. En 2013, la administración Obama impulso un necesario debate sobre la rendición de cuentas con un llamado a establecer pautas sobre accesibilidad y resultados educativos como criterios para recibir subsidios estatales.
¿De dónde saldrán estas pautas? Ya existen algunos emprendimientos orientados a cerrar las brechas. Payscale.com y Collegemeasures.org son dos que ofrecen información de rendimiento educativo de universidades en todo el país, mientras que Beyondeducation.org trabaja con el Departamento de Oportunidades Económicas de Florida para brindar información estandarizada sobre el estado de empleo e ingresos de los graduados. En América Latina, Qfuturo.com está trabajando para asociar los perfiles de talento con estudios, carreras y niveles de ingreso.
En América Latina, también existen programas ministeriales con financiamiento público. “Chile Califica y el Observatorio Laboral para la Educación en Colombia son dos buenos ejemplos de cómo los Gobiernos están contribuyendo a proveer más información sobre la inserción laboral y la perspectiva salarial de la educación postsecundaria,” afirma Francisco Marmolejo, un especialista en educación superior del Banco Mundial.
El Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), por ejemplo, analiza el sector en su reporte “Educación Técnica y Desarrollo Profesional en América Latina”. “El acceso simplificado a información útil sobre la oferta y demanda de cursos puede contribuir a superar las asimetrías y a lidiar con las fallas del mercado que ocurren cuando las empresas no pueden o simplemente fallan en invertir en formación laboral”, concluye el documento.
Las nuevas tecnologías tienen un gran potencial para contribuir a lidiar con estas asimetrías y conectar mejor a los estudiantes con el desarrollo de carrera más adecuado a sus intereses y sus talentos. La información colaborativa provista por millones de graduados puede ser una fuerza disruptiva, que empuje a las instituciones educativas a enfocarse en los que realmente importa y provea una orientación personalizada a los estudiantes más jóvenes que están decidiendo sobre su futuro.
En palabras de David Wessel, de Brookings, “los futuros alumnos merecen contar con buena información y fácilmente digerible sobre las tasas de inserción laboral y la escala salarial de los programas que están considerando.” Los estudiantes latinoamericanos están pidiendo sistemas educativos más receptivos a las demandas, como evidencian los movimientos de protesta en Chile, Brasil y Colombia. El progreso está en camino, pero, como concluye Wessel, “aun no hemos llegado todo lo lejos que podemos llegar”.