Acuerdo con Repsol: cuando el gobierno renuncia a la soberanía nacional

Gabriel Solano

Uno de los aspectos más relevantes del acuerdo sellado entre Kicillof y Repsol es que el gobierno ha convertido al monopolio petrolero español en un agente de la colocación de la deuda Argentina. El Estado ha renunciado a jugar ese papel, que le es propio, y lo ha tercerizado en un monopolio privado que milita en la oposición política al kirchnerismo.

El mecanismo de esta colocación de deuda es simple. El gobierno le da a Repsol los bonos de la deuda soberana, y éste los venderá en el mercado con un descuento para hacerse de los dólares. Como se prevé que los bonos tendrán una quita al momento de la venta, el gobierno se comprometió a emitir deuda hasta 6.000 millones de dólares, para asegurarle a Repsol un mínimo de 4.760 millones. Es claro aquí que el acuerdo no tiene una lógica interna, o lo que es lo mismo peca de incoherente, pues de venderse los bonos por debajo del 80% de su valor nominal, los 6.000 millones no alcanzarán a cubrir el piso asegurado a Repsol. ¿Qué ocurrirá en ese caso? Ahí entra a jugar la cláusula del acuerdo que establece que la deuda no se dará por cancelada hasta que Repsol no se haga de los dólares billetes. De este modo surge que el techo de deuda anunciado no es tal, y que si llegase a ocurrir una caída de los bonos argentinos el Estado deberá emitir bonos por encima de los 6.000 millones.

Pero el resguardo que tiene Repsol no lo tiene, en cambio, el propio gobierno. Es que al convertir al monopolio petrolero en el agente de colocación de deuda pasa a depender de él. Repsol bien podría vender mal los bonos y derribar de ese modo la cotización de la deuda soberana, elevando el riesgo país y la tasa de interés. Repsol no perdería nada en ese caso, pues reclamaría una suma mayor de bonos. Un golpe de ese tipo colocaría al gobierno en un cuadro de crisis terminal, derribando toda su hoja de ruta para salir de la crisis, que consiste en volver a colocar deuda en el mercado internacional a una tasa de interés razonable.

Como vemos, el festejo de Kicillof, que vio en el acuerdo con Repsol el primer paso en su plan de endeudamiento no sólo es injustificado sino completamente falso. El “soviético” se adelantó varios pasos al afirmar que Argentina lograba colocar deuda a una tasa de interés de un dígito. La verdadera tasa se sabrá recién cuando Repsol se desprenda de los bonos. Pero eso será una decisión que ya le es ajena al gobierno, pues si Repsol decidiese vender los bonos rápidamente haría caer su valor y subir la tasa de interés. El gobierno que se denomina a sí mismo como “nacional y popular” ha realizado un acto escandaloso de renuncia de soberanía.

Si el gobierno quiere evitar una caída de los bonos deberá alinear toda la política económica en función de dar garantía de pago. Eso significa reducir el déficit fiscal, tarifazo mediante, y llegar a un acuerdo con el Club de París, el FMI y los bonistas que reclaman en Nueva York. En términos de política energética deberá sin medias tintas viabilizar un nuevo naftazo, como se lo hicieron saber los gobernadores de las provincias petroleras. Sapag, de Neuquén, fue contundente: sin naftazo no habrá inversión en Vaca Muerta.

Las veleidades nacionalistas ya han sido dejadas de lado. Si en el pasado justificaron el pago al contado al FMI como una suerte de precio para sacarnos de encima las revisiones e intromisiones del imperialismo, ahora por el contrario justifican el acuerdo con Repsol como un paso necesario para lograr viabilizar la inversión del gran capital en Argentina. A Kicillof le soplaron en la oreja que si sigue esta política al final del camino alguien le prestará 10.000 millones de dólares para pagar la deuda de aquí al 2015. De principio a fin la política del kirchnerismo está caracterizada por el entreguismo.

El impacto político del acuerdo con Repsol llevará a un nuevo retroceso en la capacidad de arbitraje del gobierno. Este, más que nunca, se ha puesto a merced del capital financiero internacional. Se trata, por lo tanto, de un nuevo capítulo en la disolución del régimen bonapartista con el cual Cristina Kirchner logró pilotear la crisis del 2008-2013 y derrotar a la oposición. Si la crisis avanza un peldaño más, el destino del gobierno estará en manos de Repsol.