Vivir bien en Buenos Aires

Gabriela Cerruti

Mis orquídeas amanecieron ayer con manchas marrones en las flores que están por abrir. Son capullos de orugas. Afean la planta y probablemente pierda las flores de esa vara, pero se metaformosearán en mariposas, que en la primavera polinizarán las otras orquídeas.

Hace muchos años ya que la teoría de la evolución darwiniana se revolucionó cuando biólogos como Lynn Margulis sostuvieron que no habían triunfado los más fuertes sino los que habían aprendido a cooperar. Desde los microbios y las bacterias que participaron de las simbiosis, hasta las colonias de animales que buscaron juntos la mejor manera de hacer frente a las adversidades.

No estamos solos, formamos parte de una comunidad, y sólo en diálogo y colaboración con los otros podremos alcanzar la única meta que de verdad tenemos todos en la vida: ser felices. Esa comunidad no es sólo de otros como nosotros: es de iguales, semejantes y diferentes, pero es también de los objetos, las cosas, el medio ambiente, las calles y las plazas, los caminos, todo lo que interactúa y que nos ayuda o nos impide, que nos apoya o nos pone trabas.

Porque esto es lo que pienso, porque creo que tenemos que lograr vivir bien en Buenos Aires –y vivir bien en el sentido aymará del término, vivir en plenitud, vivir de acuerdo a los deseos de cada uno y a la búsqueda de la armonía –, cuando me preguntaron hace unos días en una charla agradable en una radio si me enojaba que mis opositores políticos hicieran algo bien dije lo que siento: no, la verdad que no, el actual gobierno está haciendo cosas bien en la ciudad, y es sobre esos logros y esos avances que tenemos que seguir construyendo para alcanzar lo que buscamos.

Tan mal estamos, tan poco nos queremos y nos escuchamos, que eso causó un revuelo.

Creo que el Metrobus en la Juan B. Justo está muy bien, como está muy bien incentivar el uso de la bicicleta en todas sus formas. Es la base, el inicio, sobre el que queremos avanzar en una nueva cultura hacia una ciudad con menos autos, menos bocinas, menos smog y menos congestionamientos. Claro que no alcanza con las bicis y el metrobus: hace falta más y mucho transporte público, pero también reordenar la ciudad para que podamos resolver más cosas a distancias más cortas que podamos hacer caminando. Recuperar la educación, la salud, la vida cultural, en cada barrio para que podamos volver a disfrutar de vivir en distancias más cortas que nos devuelvan además el sentido del tiempo libre.

Hay algunas plazas y parques que están mejor, más cuidados, con alguna infraestructura. En esos parques y plazas queremos poder pasear sin miedo, ocuparlos en armonía, con actividades culturales, con intercambio, con iluminación. Pero además necesitamos que cada manzana de la ciudad tenga su espacio verde, que se abran los jardines nuevamente a la calle, que los árboles estén cuidados. Y, sobre todo, queremos recuperar la costa del río de la plata, el mayor espacio verde de la Ciudad, donde podemos ver salir el sol y la luna, donde todos los porteños y las porteñas podemos ejercer nuestro derecho al horizonte.

Está claro que Parque Patricios avanzó con el Polo Tecnológico, cualquiera que transite por sus calles y avenidas puede verlo. ¿Por qué vamos a negarlo? Tiene que avanzar todo el sur de la ciudad, las villas tienen que ser barrios porque se puede, porque está el presupuesto para hacerlo, porque es un escándalo moral para el resto de la ciudad que una parte de sus habitantes viva en esas condiciones de vulnerabilidad y precariedad. Porque así también vamos a recuperar la costa del Riachuelo, que hay que sanear definitivamente para unir a la región metropolitana.

En muchas zonas la ciudad está muy sucia, en otras más limpia. No se avanzó en el cumplimiento de la ley de basura cero. Falta mucho por hacer. Desde el Estado y desde cada uno: consumir menos es producir menos basura y es cambiar de paradigma. Nuestro paradigma de desarrollo no puede ser el consumo, porque ninguna sociedad es viable como ningún hombre es feliz si esa es su meta.

En los encuentros con vecinos en los barrios, siempre surge la nostalgia de volver a vivir como antes. La nostalgia de algo que no sabemos que existió, pero que seguramente tiene que ver con volver a esa época en que caminábamos por la calle sin miedo. Porque la ciudad era más segura, pero también porque nos sentíamos más seguros, con menos incertidumbres. Porque había tal vez menos iluminación pública en las calles, pero las persianas no se bajaban y volvíamos a casa adivinando en las luces de cada hogar la vida que se desarrollaba allí dentro.

Vivir bien es una nueva forma de relacionarnos. De escucharnos. De construir una ciudad a escala humana, donde nos cuidemos entre todos, donde pensemos en una ciudad vista desde los ojos de un niño para quien un columpio es el Everest o un viejo, para quien cruzar la calle es nadar en mar abierto.

Vivir bien es ser parte de una continuidad histórica, tomar lo bueno, transformar lo malo, saber reconocer al otro como alguien que tiene algo para aportar. En eso estamos. Ojalá pronto logremos también que algo tan sencillo no sea motivo de asombro.