¿A dónde vamos?

Gastón Recondo

Cada vez que sale a la venta un nuevo producto tecnológico se produce una lógica efervescencia entre los consumidores. De hecho, este tipo de reacciones llaman tanto la atención que se apoderan rápidamente de los medios como noticia destacada. Son generalmente los celulares o las llamadas tablets los más requeridos en términos de renovación constante e innovación aceleradísima.
Hace algunos años alguien definió este Siglo XXI, o al menos la primera década del mismo, como la “Era de la comunicación”. Se supone que cuantos más elementos de conexión con el mundo y más vías de acceso a la información general de todo el planeta, más comunicados estaremos. El error es creer que estar informado significa estar comunicado. Porque la gente sabe cada vez más cosas de los demás, es cierto, aunque eso no significa que sean cosas relevantes en el cotidiano de cada uno. La tecnología ayudó a las comunicaciones hace muchos años. En estos tiempos, se ha transformado en una herramienta de complejo manejo en manos de personas no siempre preparadas para ello. Ya hemos explicado varias veces que los tímidos o cobardes fueron los más beneficiados a partir de la invención de las redes sociales (que no existirían a no ser por la modernización de los elementos de comunicación, está claro).
La pregunta que me hago hoy es qué lleva a un ciudadano común a cambiar su teléfono cada 6 meses, o su computadora cada un año. En todo caso, los beneficios de las nuevas funciones de cada artefacto son aprovechados por los eruditos en la materia, no por cualquiera. Daría toda la impresión de que la gente está distraída, mareada, considerando fundamentales cuestiones intrascendentes, superficiales. Lo más preocupante es la evidencia de que no va a calmar esta furia de renovación tecnológica constante sino todo lo contrario. Será, acaso, que estará llegando el tiempo en el cual el diálogo dejará de existir salvo que sea por trabajo o por el placer de usar la tablet o el celular último modelo. Cada vez más frívolos, cada vez más aislados, cada vez menos comunicados. Si tuviéramos claro hacia dónde queremos ir, lo justificaría. Sin embargo, hay cada vez menos caminos que unan,
son cada vez más los senderos paralelos. Máxima velocidad, destino incierto… Un despropósito.