De décadas ganadas o perdidas: la enfermedad de las sociedades modernas

George Chaya

¿Me venderán? ¿Me volveré mendigo? ¿Debo escapar? ¿Terminará mi huida? Estas eran las preguntas de los ciudadanos durante la era de Diocleciano (284-305 AD).

Una sociedad estable es aquella que lucha constantemente por alcanzar un equilibrio -que generalmente logra- entre la necesidad de cambiar y la necesidad de conservar. Si se rompe ese equilibrio, no puede restaurarse con facilidad.

El equilibrio es fundamental. Aun en una era racionalista, que arroja dudas sobre todas las tradiciones, valores morales y convenciones sociales del pasado. Aun en una época en que la sociedad no se ve tal como la vio Burke, como una continuidad entre los muertos, los vivos y los que están por nacer, cuando el equilibrio peligra, debe ser preservado tanto por la clase política como por los ciudadanos.

La pérdida de reverencia por el pasado es algo específicamente moderno, tal como lo es la idea de que la humanidad está embarcada en una marcha a través de la historia hacia cierto paraíso secular en el cual el león habrá de convivir con el cordero. La falta de raigambre histórica y esa visión resplandeciente sobre el otro lado del desierto han producido cierto desprecio respecto de la idea de que hay límites para la acción política o personal. No se ha comprendido que el costo de la transgresión de aquellos habrá de ser un periodo de desintegración social seguido de una nueva era de autoridad y creencia, en la que la religión perdida será suplantada por los ídolos erigidos por el Estado, y aquellos limites que se ignoraron tan arrogantemente serán redefinidos en tablas de piedra y guardados por perros de policía y dispositivos electrónicos. Ésta es la tragedia del hombre fáustico, del hombre que pensó que podía trascender todas las leyes violando todos los límites.

No obstante, ‘’las estrellas se mueven todavía; el reloj sonará de nuevo; llegará el diablo y Fausto se condenara’’. Williams Mogg, editor de The Times en los años ’80, acertó en sus varios escritos cuando hablaba y definía a ‘’la corrupción’’ como ‘’una enfermedad del desorden social’’. A mi juicio, el error principal de la mayoría de los gobiernos occidentales en los albores del siglo XXI, es la irresponsabilidad con que manifiestan el rechazo a la idea de la disciplina y el orden. Muchos políticos niegan el daño que han ocasionado a sus países con explicaciones que bien pueden aplicarse en la erosión freudiana de la restricción sexual o con el ataque keynesiano a la idea de la disciplina de la moneda.

En la ignorancia y la esclerosis de sus capacidades da lo mismo para muchos. Un ejemplo de tal debilidad intelectual y moral es la psicología de la inflación implantada profundamente por la clase política. Una sociedad que no ataca a las fuentes de la inflación y cuyos políticos todavía continúan instalando en la opinión pública que ‘’un poco de inflación es bueno para Usted’, se encuentra en la misma situación de una sociedad que falla en responder a las violaciones sistemáticas de la ley. Ambas fallas son características de la Argentina actual, donde las normas escritas y táctias son dejadas de lado. El proceso es especialmente perjudicial en tres piezas de interconexión de la vida económica: la alimentación de la inflación, las prácticas monopolistas de los sindicatos de trabajadores y la ‘’vendetta’’ contra la empresa privada y la propiedad privada en general.

La Rochefoucauld dijo de la corte de Luis XVI en vísperas de la Revolución Francesa, ‘’que la toma de decisiones políticas se habían degradado al punto de que las promesas se hicieron en la extensión en que los hombres esperaban, y que se mantuvieron en la extensión en que ellos temían’’. Con ello explicaba que las conductas democráticas de aquel momento no eran ni democráticas ni modernas. En la Argentina actual, la duda que queda es si un electorado democrático esta fatalmente atraído a premiar a aquellos que le ofrecen la clase equivocada de promesas.

A mi juicio, un político se convierte en un estadista apoyándose en principios básicos, y apuntando a objetivos de largo plazo. Pero es claro que las elecciones y la gestión de mayorías parlamentarias precarias parecen depender del éxito a corto plazo, quizás lapsos tan cortos como las cifras que mes a mes ofrece el INDEC. Por lo que es cada día más apreciable la peligrosa y trágica tendencia a ofrecer pan y circo, mientras Roma se incendia.

Concretamente, en la Argentina actual, muchos oficialistas creen que pueden vivir en el corto plazo, usando la inflación como medio de ‘’impuesto sin representación’’ y parecen olvidar las experiencias del pasado cuando una moneda muere. Y bien vale citar aquí la muerte de la moneda en Weimar, pues con ella también murieron los hábitos de toda una vida de honestidad, autodisciplina, trabajo productivo y preocupación por los demás. La clase política argentina en general y el kirchnerismo en particular deberán asumir que su gestión durante las últimas décadas configura una tragedia nacional que ha desmoralizado a la clase media y aquellos grupos sociales inclinados a vivir en una sociedad ordenada, entre los que la palabra ética era la más pronunciada.

Revisando la historia de la humanidad no queda muy a las claras cuándo un líder popular comienza a convertirse en tirano. Pero la historia sí nos muestra que el hombre que prueba un solo bocado de carne confundido con el resto del sacrificio está destinado a convertirse en lobo.

Si Argentina logra superar sus problemas actuales podría desempeñar un papel preponderante en la elaboración de un nuevo modelo de gobierno cuyo principal objetivo debe ser ‘’el respeto por la libertad del individuo y las instituciones democráticas’’. Pero ¿cómo se lograría esto? El principio de la sabiduría y de la solución es aceptar el hecho de que no hay planes que cubran todos y cada uno de los detalles. No existen varitas mágicas en la historia.

Lo que se necesita es emprender una difícil tarea de investigación e innovación, y crear un sistema de post-desastre si es que la Argentina desea apartarse del ciclo de desgobiernos demagógicostrágicas intervenciones militares y gobiernos partidistas incompetentes que han obstaculizado su historia desde 1945 impidiéndole materializar su tremendo potencial de gran nación. Y esto deberá ser realizado a través de un sistema de gobierno creado por argentinos para argentinos.

No es tarea compleja, aunque tampoco sencilla. Ello podrá ser alcanzado y gestionado desde la base de la toma de conciencia de que ningún conjunto de instituciones políticas es un fin superior, y recordando, que en muchas oportunidades -vivas y aún cercanas en la memoria- quienes no lograron entender este criterio fundamental, y en ningún modo académico, abrieron las puertas a los enemigos de la libertad y de la democracia.