Por: George Chaya
A medida que EEUU y Rusia se preparan para verificar los trabajos de desmantelamiento de las armas químicas en Siria, algunos think tanks en Washington y Moscú están tratando de revivir la idea de dividir el país devastado por la guerra en miniestados.
Todo es muy similar al debate previo a las elecciones de Irak en 2003, tras la liberación de la tiranía baasista de Saddam Hussein. Incluso una serie de libros editados recientemente en los EEUU avanzan sobre el tema de dividir Siria en miniestados, igual que el Irak actual fue repartido fácticamente en tres cantones: chiíta, sunita y kurdo.
Recuerdo exactamente un enfrentamiento verbal que tuvo sobre el tema el senador Joseph Biden, actual vicepresidente de los EEUU, con el senador John McCain. En esa discusión, Biden insistió en que Irak era un estado artificial y no podía sostenerse. Lo que el actual vicepresidente no entendía ni comprende actualmente es que todos los Estados árabes, y también los EEUU, son artificiales, sencillamente porque ninguno cayó del cielo completamente formado y menos en sus circunstancias actuales.
Algunos expertos están tratando de utilizar la guerra civil de Siria como una excusa para revivir la llamada Doctrina Wilson, donde los EEUU pretendían transformar las pequeñas comunidades del difunto Imperio Otomano en mini estados-nación. Pero la guerra civil siria no es la única razón que se dio para justificar la reactivación de este debate, al que secretamente los rusos no ven con malos ojos si de salvar a su socio Al-Assad se tratara.
Los ejemplos que pueden encontrarse en tal sentido han sido nefastos. Líbano y sus instituciones democráticas actualmente están secuestrados como rehenes políticos del grupo político-terrorista Hezbollah. La incapacidad para formar un nuevo gobierno libanés fuerte y celebrar elecciones generales es absoluta por esta endemia, y lo seguirá siendo por mucho más tiempo. La “democracia” sectaria que ha mantenido al país más o menos a flote está en peligro de ser destruida por la determinación de Hezbollah de imponer sus políticas a punta de fusil.
También se habla de un Kurdistán independiente, este tema se debatirá en noviembre en una conferencia pan-kurda en Erbil. Todas estas opciones son pamplinas. La teoría de que muchos de los problemas de la región se deben en gran parte a la incapacidad de las diferentes comunidades o naciones de vivir juntos en el marco de un Estado unificado jamás puede tener futuro cuando la secta se impone a la ciudadanía en la mentalidad de los habitantes de la nación que fuera.
Sin embargo, la solución podría ser la balcanización, como fue el caso de la ahora extinta Yugoslavia. En el caso sirio, algunos expertos han reflotado el texto de una carta enviada en 1936 por Suleiman Al-Assad al primer ministro francés León Blum. En ella, el abuelo del actual presidente sirio -Bashar Al-Assad- pide que se incluya la franja costera regional, desde las montañas hacia el mediterráneo, es decir al oeste de Damasco, en lo que claramente era una ambición siria de incluir y anexar el futuro Estado Libanés dentro del territorio sirio sin considerar a los cristianos que allí habitaban. En ese momento, el término alawi no era demasiado conocido como hoy, ni su uso tan frecuente. Y aún no había sido adoptado como una palabra o código para la identificación sectaria de los alawitas sirios.
Fue así que bajo el mandato francés, la franja costera designada en 1922 como la gobernación de Latakia disfrutó de un grado de autonomía. Sin embargo, el gobierno francés había decidido crear un sistema unificado en Siria, incluyendo la controvertida franja costera. Así, desde que el abuelo de Bashar Al-Assad vio el mundo en términos de divisiones sectarias, cayó en desgracia con los colonialistas franceses, que no eran mejor que él, pero mantenían una idea de conformar estados-naciones y no estados confesionales. Assad abuelo no tuvo éxito en sus planes aunque siempre trató de halagar a Blum haciendo referencia al origen milenario judío del primer ministro francés.
Hay suficientes antecedentes de ello en documentación obrante en el museo francés para el Levante, donde se pueden leer cartas de Suleiman Al-Assad diciéndole a Blum que los musulmanes suníes eran “radicales y asesinos”. En una de ellas, Suleiman Al-Assad escribió: “la buena noticia para los alawitas es que los judíos habían traído a todos los árabes la cultura y la paz distribuyendo la riqueza y la prosperidad en Palestina sin dañar a nadie ni tomar nada por la fuerza. Sin embargo, los musulmanes han declarado la Yihad en contra de ellos y no dudaron en cortar las gargantas de sus mujeres y niños”.
No obstante, Blum, quien era socialista y arquitecto del acuerdo del Frente Popular con los comunistas, veía el mundo en términos de división de clase y no de sectarismos religiosos. Como resultado, en 1946, cuando terminó el mandato francés, se estableció un estado unificado con todas sus diferentes comunidades religiosas y étnicas en Siria. Assad abuelo fracasó en sus planes sectarios y durante más de seis décadas, en las cuales Siria ha pasado de ser una nación de 1,2 millones de habitantes a una de más de 20 millones, un marcado sentido del sirianidad se convirtió en la columna vertebral de la nueva identidad del país. Si lo nuevo o reciente es una prueba de la validez de una nación, Siria debe ser considerada como una de las más antiguas naciones-estados en el mundo de hoy. La Nación-Estado siria es más antigua que la República Popular de China y la India, para citar sólo dos ejemplos.
Poner el foco crítico sobre el origen de cualquier Estado-nación puede revelar puntos de controversia. Pero lo que importa en casi todos los casos es la realidad existencial de la nación-estado en cuestión. Por ello, el punto de partida de cualquier discusión de los problemas de Siria debería ser su existencia como un estado-nación unificado y no otro. El acuerdo Obama-Putin podría ser capaz de hacer una contribución positiva sólo si se reconoce la preservación de la unidad nacional y la integridad territorial siria como hechos evidentes y si se destruye absolutamente la totalidad del arsenal químico en manos de los alawitas del régimen.
La crisis que ha afectado a Siria desde hace más de 30 meses no se debe al sectarismo, aunque hay sectarios de todos los bandos que luchan entre sí y matan a los miembros de otras sectas a quienes consideran sus enemigos. La tragedia siria comenzó como un levantamiento popular que exigía más libertad para todo su pueblo, no a una determinada secta. Inicialmente, ni siquiera existía demanda para que el presidente Assad se marche. Esto tomó cuerpo cuando el levantamiento comenzó a ser reprimido violentamente y todos los sectores fueron empujados a la radicalización. Así, Bashar Al-Assad se convirtió en un símbolo de la represión, aunque pronto quedó claro que no era el único en hacer uso de la violencia desmedida.
Allí surgió la demanda de la destitución de Assad y el llamado a un cambio de régimen. Ello desencadenó la guerra civil que hoy amenaza la paz y la estabilidad de toda la región. Así, las reuniones de Ginebra II deben servir para allanar el camino a un cambio de régimen en Siria. Ese cambio es inevitable. Podría venir en unos meses más de lucha o incluso desde una intervención militar extranjera en el corto plazo si es que Assad no cumple con la destrucción de su arsenal químico. Pero también podría ocurrir a través de un acuerdo entre las potencias interesadas, como lo son Rusia y EEUU. La división de Siria en estados confesionales sólo podría desviar la atención de las verdaderas causas del conflicto actual. Y así, convertir la búsqueda de una solución en algo mucho más difícil y destructivo. No cabe duda de que Assad debe irse, pero Siria debe seguir existiendo.