Por: George Chaya
El secretario de Estado de los EEUU, John Kerry, adelantó el martes pasado el plan de su gobierno sobre la guerra civil siria, que de ponerse en práctica tal y como la diplomacia estadounidense lo plantea, está condenado al fracaso desde el primer minuto en que se intente implementar. Según Kerry, “el resultado de la guerra siria no se definirá en el campo de batalla sino en una mesa de negociaciones”. Hasta allí está muy bien, aplausos para Kerry. Lo he señalado en reiteradas oportunidades meses atrás. “La guerra civil siria no se puede ganar y debe ser suprimida”. La pregunta es: ¿por qué la administración Obama esperó hasta aquí para ofrecer una salida diplomática? Si el señor Kerry conociera la historia de los conflictos árabes en particular y del mundo en general, debería saber que en determinadas fases de un conflicto armado “los resultados de todas las guerras se han determinado en el campo de batalla”.
Lo explicaré sencillo: ‘Las guerras ocurren cuando un statu quo que garantiza un equilibrio de poderes contradictorios dentro de un sistema político deja de funcionar. Cuando eso sucede, el status quo se vuelve intolerable para uno o más de los elementos que coexisten en su interior. Luego, sucede que uno o más de esos elementos tratan de romper el status quo por la fuerza, lo que provoca conflictos con otros elementos que están presentes en ese escenario con intereses reflejados en el orden político existente.
La política en general, y la diplomacia en particular, deberían ser las herramientas eficaces para prevenir la ruptura de ese status quo. Pero una vez roto, la política y la diplomacia se convierten en armas de la guerra. Dicho de otra manera, la guerra puede describirse como la continuación de la política por otros medios. Pero una vez comenzado el conflicto, la política y la diplomacia sólo serán herramientas útiles en la morigeración de las secuelas de la guerra ayudando al perdedor a aceptar la derrota y conteniendo la euforia del ganador para evitar el desmedido triunfalismo. Sin embargo, mientras que una guerra se está librando, lo único que importa a los bandos en el campo de batalla es la victoria absoluta y la neutralización de todas las fuerza del enemigo. El absurdo que esgrimen los ilusos de buena voluntad sobre ganar una guerra a través de negociaciones diplomáticas es posterior y generalmente propiedad del perdedor.
Lo concreto es que la política y la diplomacia pueden utilizarse para movilizar apoyo interno, encontrar aliados externos e incluso dividir al adversario. Las potencias externas interesadas en el resultado de una guerra también podrían utilizar la política y la diplomacia para conseguir apoyo para el sector con el que simpaticen. De allí que la decisión más importante para los países centrales es elegir a quién apoyar. El poder político que decide no tomar partido se convierte en aliado de la parte que pasa a dominar el campo de batalla en un determinado momento, pero generalmente paga sus costos por no haberlo hecho antes.
Al inicio del conflicto sirio, el presidente Barack Obama pareció haber entendido estos hechos. Cuando Obama declaró públicamente que el presidente Bashar Al-Assad ‘debía irse’, parecía haber elegido de qué lado se posicionaba. Casi tres años más tarde, el secretario Kerry refleja el cambio de posición de su jefe cancelando esa opción. Ahora, se pretende que los EEUU están poniendo sus esperanzas en una ‘solución política’.
No creo necesario recorrer los antecedentes históricos de todas las guerras, sólo mencionare algunos. Desde los albores de la humanidad ninguna guerra terminó sin la victoria para uno de los contendientes, y más importante aún, con la admisión de la derrota del otro. Incluso guerras que duraron siglos, como los choques entre los Imperios Romano y Persa o la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, no terminaron hasta que un lado admitió su derrota.
En la Primera Guerra Mundial, los intentos por evitarla a través de la diplomacia comenzaron poco después de que se escucharon los primeros disparos. Sin embargo, el resultado fue determinado cuando Alemania reconoció su derrota. Incluso en la Segunda Guerra Mundial, los esfuerzos diplomáticos no tardaron en llegar. Hasta los nazis enviaron a Rudolf Hess, el segundo al mando del régimen de Hitler, en una misión secreta a Inglaterra para negociar un acuerdo que no funcionó. Desde 1942 hasta 1944, los aliados, Gran Bretaña, Rusia y EEUU, llevaron a cabo conversaciones secretas en Estocolmo con emisarios de Hitler en la búsqueda de una solución diplomática. No obstante, el resultado, se decidió sobre las ruinas humeantes de lo que se conoció como la batalla de Berlín.
Los patrones que se aplican a las guerras entre naciones también pueden aplicarse a las guerras civiles. Los ejemplos más antiguos, como las guerras civiles romanas que enfrentaron a Marius contra Sila o a César contra Pompeya, lo confirman. No hay una duración estándar de las guerras civiles, pueden durar semanas o años. La guerra civil inglesa duró casi una década. La norteamericana cuatro años, la de México llevo casi 10 años. La guerra civil rusa después de la toma del poder bolchevique tomó tres años. La guerra civil de Nigeria de 1960 terminó después de cuatro años. La guerra civil libanesa tomó más de 15 años y en cierto sentido pareciera estar latente por la influencia del conflicto sirio.
En las guerras civiles, las potencias externas terminan tomando partido por un lado u otro. La posición que adopte EEUU es de especial importancia por dos razones. La primera es que, guste o no, EEUU es el único poder exterior que podría acortar una guerra civil tomando partido por uno de los bandos. La segunda razón es que si los EEUU están a la cabeza de una coalición, otros países acompañan el poder estadounidense. Si los EEUU no hacen nada en concreto más allá de la gesticulación diplomática, no habrá otros países que se comprometan en poner fin a un conflicto bélico en el mundo de hoy.
Al negarse a tomar partido, la mala noticia que nos da la Administración Obama es que autoriza el apoyo al régimen del presidente Assad por parte de Rusia y la República Islámica de Irán sin hacer nada. Eso es exactamente lo que está sucediendo. A diferencia de su antecesor, George W. Bush, a quien se sindicó como el mentor de las guerras preventivas, la decisión del presidente Obama aceptando una derrota sin siquiera intentar brindar apoyo material a alguno de los bandos puede entrar en la historia política mundial como un estilo que bien podría llamarse ‘modelo de rendición preventiva’. La buena noticia es que el pueblo sirio está hecho de material más fuerte que Obama y Kerry juntos.