Por: George Chaya
A medida que la crisis siria entra en su trágico cuarto año, la pregunta sigue siendo si el régimen del presidente Bashar Al- Assad será vencido y derrocado o si finalmente será capaz de someter a la oposición y mantener el poder en su devastado país. El número y la intensidad de las batallas diarias en toda Siria muestran que los tres años transcurridos no han inclinado la balanza claramente en favor de alguno de los contendientes. A pesar del apoyo ruso-iraní que el régimen dispone y del soporte que Arabia Saudita y Qatar brindan a los rebeldes, ambos bandos parecen estancados más allá de los combates y las victorias parciales.
Hace dos años, Assad trataba de comprar algunas semanas de tiempo con la comunidad internacional para establecer el control sobre algunas regiones que los rebeldes habían conquistado. A principios del año pasado, Bashar dijo estar de acuerdo -en principio- para negociar la incorporación de extra-partidarios a su gobierno con el fin de continuar ganando tiempo. Entonces ocurrió el ataque con gas neurotóxico en la zona de Ghouta, Damasco, ante lo cual, Assad nuevamente movió ficha confiando en las garantías de sus aliados rusos e iraníes e hizo una propuesta para entregar su arsenal de armas químicas. La propuesta era -y fue- también una táctica con la que Assad evito la intervención de EE.UU, y a través de la cual, obtuvo más tiempo para ejecutar su estrategia y finalizar la batalla aplastando a la oposición en varias ciudades en manos de los rebeldes.
Sin embargo, a pesar de todo el tiempo que el régimen se procuro, de las armas que adquirió de Moscú y Teherán, de los expertos y de la participación activa en los combates del Hezbollah libanes, Assad aún no ha logrado afianzar su control sobre toda Siria. El único éxito que ha tenido el régimen tanto como los grupos islamistas que lo combaten, ha sido la completa destrucción del país llevando a sus ciudadanos en un viaje sin retorno al enfrentamiento sectario y al odio más profundo a nivel comunitario.
Entrados ya en el cuarto año de una de las guerras más feroces que haya conocido la región para derrocar un régimen la mitad de la población siria está desplazada y perdió sus hogares, el 90% de ciudades y pueblos del país están destruidos y el número de muertos contabilizados por la ONU -hasta octubre de 2013 en que dejo de hacerlo- es de unas 175.000 personas. Al mismo tiempo, los combates se están desarrollando en los suburbios de Damasco en momentos en que el régimen parece haber consumido el tiempo que compró en el pasado cuando ofreció deshacerse de su arsenal químico. Assad y el Baath sirio saben que esta noticia no es buena para su supervivencia y no desean quedar expuestos ante la comunidad internacional sin su arsenal de armas tácticas. Pero puede que sean escasas para el régimen las posibilidades de ganar más tiempo. Moscú no desea que la crisis siria humille más aun a los EE.UU, pues tiene asuntos más importantes que atender en Crimea y Sebastopol y necesita buen clima con Washington. Esto último puede no ser bueno en el corto y mediano plazo para Damasco ni para Teherán.
Cabe preguntarse ¿qué ha pasado con el apoyo internacional a la oposición siria y al Ejército Sirio Libre (ESL)? ¿Tiene aun el mundo libre entusiasmo, capacidad y voluntad para armar al ESL, para ayudar a los millones de refugiados y participar en batallas políticas contra Assad e Irán en el escenario político internacional? Aquellos que creen en la oposición y apoyan el pueblo sirio -en particular Arabia Saudita, los Emiratos Árabes y Qatar- siguen comprometidos con su postura. Estos países dan cuenta de las amenazas que se plantean si abandonaran a la oposición. Ellos entienden que quitar su apoyo significaría la victoria del régimen iraní en el conjunto regional. También son conscientes que la tragedia se expandirá si abandonan su papel en la ayuda y que la lucha contra Assad debe ser llevada hasta el final.
La oposición también tiene una responsabilidad importante por su fracaso en conseguir apoyo político global y no ha sabido evitar los temores de la comunidad internacional respecto a su capacidad para administrar las zonas liberadas, sus habitantes y los recursos que le fueron dados ante la expansión e infiltración en suelo sirio de grupos criminales como el Frente Al-Nusra y el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Estos grupos han sido funcionales a los intereses del régimen amenazando las minorías y aterrorizando a la mayoría de las personas que se sublevaron contra el régimen, y con ello, colocaron al mundo en la dicotomía de brindar apoyo al mal menor, pero lo cierto es que han paralizado mucha ayuda occidental.
En todos los casos, la Siria actual no será nunca más la de antes. Seguramente no va a ser un camino de rosas construir una nueva Siria plural y tolerante entre las distintas sectas religiosas que la han compuesto en el pasado. La situación del país ha cambiado de manera dramática y para siempre. Assad y su régimen son parte de una historia que el mismo presidente ha decidido, no cuenta lo duro que pudo resultar tal decisión. Inclinándose por Irán y Hezbolllah, Assad ha mostrado a las claras su adhesión a las acciones de violencia dentro y fuera de la región.
Una transición rápida podría aliviar el sufrimiento del pueblo sirio que no dispone de demasiadas opciones y pareciera tener que escoger entre el mal menor sin encontrar una salida pacificada. Tanto el régimen como los islamistas no tienen mucho que ofrecer en dirección a la pacificación del país. Mientras tanto, el mundo se empeña en prolongar el derramamiento de sangre y el dolor de los ciudadanos sirios ante la brutalidad a la que los someten ambos bandos en el día a día.