Por: George Chaya
La dirigencia política de Irak ha perdido la oportunidad de conformar un Estado iraquí fuerte y unificado. La pregunta es ¿por qué sucedió algo así? De hecho, han tenido tiempo suficiente para hacer un mejor trabajo. Pasaron ocho años desde que se ratificó la actual constitución y seis desde que un parlamento estable fue electo democráticamente, lo que luego dio a la conformación de un gobierno permanente como el de Nuri Al-Maliki. La respuesta es que “todas estas instituciones no han representado mayoritariamente a la ciudadanía ni han sabido direccionar la política, la economía, la seguridad y la lucha contra la corrupción para generar la realidad de un estado unificado”.
¿Dónde está la enfermedad? Antes de que Saddam Hussein fuera derrocado, todos en Occidente, incluso las fuerzas del islam político en el mundo árabe, se unieron en oposición a su gobierno. El pueblo de Irak estaba listo para una alternativa democrática real para librarse de aquella terrible dictadura y poner fin a una larga historia de dolor, guerra y tragedia. Esta esperanza fue agitada por la llegada de las fuerzas estadounidenses en 2003. Sin embargo, lo ocurrido desde entonces “no se parece en nada a la democracia”. ¿Usted cree que si? Yo no me atrevería a conceptualizar de tal modo el escenario actual de Irak donde los islamistas capean a sus anchas y diariamente observamos el incremento de la carnicería entre sunitas y chiítas, y los kurdos no les van en zaga.
El primer Consejo de gobierno, establecido por los norteamericanos en 2004, se basaba en la creencia de que “en virtud de la composición sectaria de Irak (compuesto por chiítas, sunitas y kurdos) dividiendo la torta política de acuerdo a los porcentajes de la población podría servir como garante contra la exclusión y la inestabilidad’. Los estadounidenses se equivocaron, leyeron erróneamente el problema desde una perspectiva social. No entendieron nunca que el problema era y es de naturaleza política. Pero los americanos ya no están. ¿Qué está sucediendo entonces? Eso deberían responder aquellos que se constituyeron en absurdos defensores de los islamistas por el mero hecho de no evolucionar en su antiamericanismo ideológico y pueblerino. Lo cierto es que el proceso de marginación se inició mucho antes y con el establecimiento del propio Estado de Irak entre los años 1920 y 1930, y la naturaleza del problema es absolutamente política, no nacionalista o sectaria. Aunque es innegable que los últimos movimientos han jugado en favor de las dos últimas variables.
Bajo la monarquía iraquí, ningún movimiento nacional pudo establecerse o ganar simpatías populares, la monarquía trascendió las lealtades sectarias y nacionalistas, incluidas las de los kurdos. En la monarquía pre-Saddam, el conflicto giró en torno a los nacionalistas (baasistas y nasseristas) por un lado y los izquierdistas y liberales, por el otro. Hoy, todo ese escenario ha desaparecido por completo. Antes de la caída de Saddam, los opositores creían que la ciudadanía iraquí debía basarse en la idea de “una identidad nacional unificadora que trascendiera la nacionalidad, la religión y la secta”. Durante la era de Saddam esto funcionó, desde luego, en absoluto contraste con aquel régimen totalitario que acogió y protegió a los baasistas en detrimento del resto de los ciudadanos.
En abril de 2003, el régimen de Saddam se reveló como irreal y se derrumbó como el castillo de naipes que siempre había sido. En solo dos días, todas las instituciones civiles y militares se derrumbaron y Saddam huyó de Bagdad para esconderse en un agujero. Su dictadura desapareció sin dejar rastro y los documentos oficiales, como los registros personales, fueron quemados o saqueados. El Estado iraquí que había implementado el Baaz junto al que se decía uno de los ejércitos más poderosos del mundo árabe dejo de existir en menos de 72 horas.
Sin embargo, el Estado iraquí actual no ofrece una mejor y más moderna alternativa. No se basa en la identidad plural y deriva de lealtades secundarias, ya sea doctrinales, políticas o nacionalistas. Por otro lado, la cuestión identitaria, otrora piedra angular del viejo Irak se ha fragmentado en los últimos ocho años haciendo que el país vuele por el aire, lo cual significó el mayor impedimento para la creación de un Estado iraquí real.
Es evidente que la democracia sólo puede ser construida por un liderazgo con mentalidad libre y verdaderas ideas democráticas, si no es así, fracasa. El modernismo y verdadero progreso solo puede alcanzarse con el trabajo de manos y mentes civiles y, en el caso de Iraq, no ha habido un civil de mentalidad democrática entre los que han llegado al poder en los últimos ocho años. Por el contrario, el poder ha estado en disputa entre los defensores del islam político chiíta y sunita por igual, y todo lo que ese liderazgo ha estado haciendo es lo mismo que hicieron desde siempre: combatir por dominar y someter al diferente como lo hacen desde hace 1400. Por ello, mas allá de los esfuerzos de EEUU, Occidente y Arabia Saudita en ayudar a formar un Estado representativo construido sobre un acuerdo chiíta, sunita y kurdo, la ilusión duró poco. El proyecto pronto fue reemplazado por las viejas rivalidades sectarias-confesionales.
Los representantes de las tres facciones no han logrado acordar una constitución consensuada, amplia e inclusiva que abra el camino para establecer un Estado civil y democrático como el que los líderes políticos sectarios iraquíes prometieron a su pueblo luego de la salida estadounidense de su suelo. La Constitución contiene errores fatales que han corroído las instituciones. Hubo un acuerdo temporal para enmendarla y reparar sus deficiencias, como las del artículo 142, que daba preeminencia sectaria a unos sobre otros, y aunque ese artículo se modificó con éxito en el papel, jamás se aplicó en la práctica. De hecho, un comité formado por el primer Consejo de Representantes propuso enmiendas a más de 40 artículos, pero ni aquel Consejo, ni el actual, cuyo mandato expira en las próximas semanas, han logrado éxito alguno.
La falta de pluralismo, la intolerancia sectaria y una constitución contradictoria aseguró que Irak esté condenado a la fractura definitiva. El gobierno actual apenas puede operar un sistema de consenso legislativo entre las fuerzas políticas-sectarias dominantes que dividen los recursos y los empleos de gobierno entre ellos. Las direcciones y jerarquías de todos los ministerios y todas las instituciones de gobierno se han politizado de esta manera. Este sistema estableció eficazmente una red de partidarios de cantones sectarios o nacionalistas que fingen un aparente “Estado iraquí”. Pero hay una gran diferencia entre un sistema de cantones y una nación. Máxime cuando el statu quo sirve a los intereses de la élite financiera y autoritaria, por lo que estos solo se focalizan en un desesperado esfuerzo por defenderlo y se alejan de las demandas populares. Eso es lo que está sucediendo ahora: los líderes de los diferentes cantones no quieren que las instituciones del Estado modifiquen la política para evitar que sus intereses sean socavados.
Así, el liderazgo iraquí se ha mostrado incapaz y poco dispuesto a crear instituciones de un Estado democrático que incluya los líderes que no son parte del proceso político actual: un liderazgo civil y democrático fuera de las filas antidemocráticas de Islam político es imposible en el Irak de hoy. Las elecciones parlamentarias del 30 de abril no ofrecerán ninguna posibilidad al país. El liderazgo civil y laico está anulado por la élite política sectaria. Y esto no cambiará, al menos por los próximos diez años.