Líbano: conmemoraciones sí, festejos no

George Chaya

Muchas instituciones y organizaciones libanesas de la diáspora festejarán el próximo 22 de noviembre el 72.º aniversario de la independencia del país.

Líbano es el único país en Oriente Medio que, por muchos años y hasta la irrupción del terrorismo palestino, a principios de los años setenta, gozó de un sistema democrático maravilloso. El pueblo libanés luchó valientemente a través de su historia en defensa de valores democráticos y de sus derechos políticos, civiles y humanos contra invasores y conquistadores. Miles de sus mejores hombres y mujeres sacrificaron sus vidas en el altar del Líbano por la defensa de su libertad, su democracia y su independencia.

En el pasado, para estas fechas, en Líbano se acostumbraba cantar con orgullo himnos por la libertad, la soberanía y la independencia. Así se conmemoraban las situaciones heroicas de nuestros antepasados y se rendía tributo al sacrificio de los mártires, en recuerdo al honor de los que nos antecedieron.

Hoy las cosas han cambiado, por lo tanto, quienes el próximo 22 de noviembre festejen en lugar de conmemorar la fecha serán utilitarios a aquellos que vaciaron precisamente de toda sustancia la independencia y democracia libanesas. Sus festejos, sus cenas y sus bailes serán fraudulentas teatralizaciones que no representan lo que viven los ciudadanos dentro del país. Quienes festejan deben saber que el mayor y más grande ausente de esos festejos habrá de ser, precisamente, la independencia en sí misma.

Muchos liliputienses políticos en Líbano —y en la diáspora— irán más lejos aún y se prestarán como lo que son: colaboradores de los destructores del Líbano y se reunirán con instituciones pro-terroristas no libanesas bajo el falso lema de la fraternidad y la cooperación. De allí la importancia para muchos descendientes y personas en general en saber que son esos mismos sujetos los que han entregado la independencia y su dignidad hace tiempo, por lo que carecen de autoridad moral y espíritu patriótico.

Todo lo que esas personas deberían hacer es preguntarse si esta es la independencia por la que miles de hombres honrados se sacrificaron para hacer de ella una realidad.

Lo cierto es que para celebrarla, en primer lugar, se debe saber su significado. No se puede hablar de independencia y desconocer sus componentes. No se debe reducir brutalmente a cantar, comer, beber y bailar el día de la conmemoración, cuando lo real es que no comprenden o ignoran deliberadamente su completo horizonte.

La lucha por la independencia debe perseguir la justicia, la seguridad, la libertad, la decencia, el derecho y la legalidad, la responsabilidad, la ley, la igualdad, los derechos humanos, la dignidad, la integridad del territorio y la estabilidad del seno social.

Independencia es sinónimo de libertad, y ambas son esencialmente una en su sustancia, son inseparables. La primera pierde su basamento si se la vacía de libertad. En el mismo contexto, la libertad es inseparable de la responsabilidad, y la libertad pierde sus valores si estos no se encuentran organizados y reconocidos en un marco transparente ofrecido por la independencia de criterios.

Tampoco se puede separar la responsabilidad de la ley, porque la responsabilidad pierde su sentido si se genera un vacío en su significado. De la misma manera, la ley es inseparable de la justicia, pues la ley pierde su credibilidad cuando los dobles estándares y el favoritismo se aplican en su puesta en práctica.

Esa es la independencia que los libaneses creyentes en la legalidad y la democracia deben honrar, respetar y por la que deben trabajar pacíficamente. Esta debe otorgar seguridad, justicia, paz y respeto a todos por igual, dentro y fuera del Líbano.

En el Líbano atomizado de hoy, la mayoría de los ciudadanos no goza de los componentes de la independencia. Viven la vida del día a día con incertidumbre sobre el futuro, porque los grupos mafiosos que importan el terror al servicio de países extranjeros los exponen a las injusticias eligiendo por ellos, oprimiendo sus libertades, confiscando el proceso de toma de decisiones libres, ignorando sus intereses personales y nacionales, violando sus derechos humanos, privándolos de democracia, arrastrándolos a la edad de piedra y forzando a miles a abandonar la tierra y emigrar.

Mientras esto sucede, los funcionarios favorables a la injerencia extranjera y sus milicias armadas continúan avanzando sobre los componentes de la independencia sin ningún pudor. Así, avasallan los derechos humanos, las leyes y la Constitución con conductas oportunistas y sicopáticas, sin dignidad ni ética.

En este marco, funcionarios de Beirut designados por países extranjeros, representantes de instituciones libanesas, dignatarios y clérigos en ultramar celebrarán el próximo 22 de noviembre el aniversario de la independencia, cuando, en realidad, esta ha sido vaciada de todo contenido debido a sus conductas.

En la mirada de estos funcionarios y de los colaboradores de ultramar, la independencia es su Dios personal, es un tambor de guerra que transmite odio, una ideología devastadora e importada. Es muerte, pobreza e injusticia, secuestros y detenciones arbitrarias, es un proceso fraudulento forjado en la corrupción y la malversación de la toma de decisiones nacionales. Es, al fin de cuentas, esclavitud y sumisión de un Gobierno que responde a quienes ocupan el país actualmente: las milicias de Siria e Irán.

Esto no es lo que significa para otros miles de libaneses que desean vivir en paz, libertad y democracia. Un libanés que desea la paz y trabaja por la independencia es el que por amor al Líbano busca constantemente la justicia y la verdad. Es el que no acepta que el terror se adueñe del país y cree que la lucha en curso por un Líbano libre, independiente y soberano es un destino y un deber, no una opción.

Para festejar la independencia hay que ser creyentes en la única religión libanesa, la religión de la libertad, de la civilización y la democracia. La religión de Kadmous, Aheram, Hannibal y Zinoon, la del esfuerzo y el trabajo. Un verdadero libanés no se sienta a la mesa a compartir el pan y la sal con quienes han incendiado su tierra, sus bosques y sus ríos. Los que hagan tal cosa, no son más que hombres de papel a quienes mal puede llamárseles libaneses.

Por tanto, es nuestro deber honrar nuestras raíces y lo que nuestros padres y los padres de nuestros padres nos han legado, y ello es resistir pacíficamente desde las ideas hasta que la verdadera independencia sea una realidad en Líbano. Entonces habrá días de festejos. No hoy.