Por: Germán Messina
El 17 de octubre sería la fecha límite para elevar el “techo de la deuda” americana. Como todo estado, Estados Unidos necesita financiarse, por lo que recurre a los mercados para tomar deuda. El problema que se presenta en esta fecha no es de la misma gravedad que el shutdown del gobierno por la no aprobación del presupuesto nacional. Es mucho peor.
Si Estados Unidos no eleva el debt ceiling, caerá en default por primera vez en su historia. La Primera Guerra Mundial, crisis del 30, Segunda Guerra Mundial, entre otras, forman parte de esa historia. Sus consecuencias son impredecibles aunque catastróficas. Si la quiebra de Lehman Brothers, un gran banco de inversión, sacudió y provoco un paro cardíaco en las finanzas mundiales, el default americano sería muchísimo peor, en términos simples: game over.
Estamos presenciando un conflicto político que se está extendiendo en el tiempo y está provocando a esta altura cierto nerviosismo. Casi nadie cree realmente que Estados Unidos no va a honrar su deuda, pero cada día que pasa y no se resuelve, el nerviosismo va a ir en aumento. Es como un accidente en cámara lenta, estamos en el auto, vamos a una velocidad prudente, vemos la pared, los conductores (políticos) también la ven, pero no doblan.
Cuánto más nos acerquemos más visibles van a ser las consecuencias. Por lo pronto, la yield curve se invirtió para las letras de cortísimo plazo de tesorería. Es decir, los intereses mínimos que pagan por obligaciones digamos a un mes, son más grandes que los de a 6 meses. Nadie cree, incluso ante un default momentáneo, que Estados Unidos no va a cumplir sus compromisos.
Pero el problema se presenta en que aunque momentáneo y fugaz, el daño provocado sería de una magnitud que podríamos llamar inconmensurable. En los mercados de capitales cada segundo se realizan miles de transacciones y el activo sin riesgo por excelencia son las letras y bonos de tesorería americanos. Es el safe haven en los peores momentos. Afectar ese mercado puede provocar una reacción rápida y furibunda en el resto. En los casos de inflación, los inversores pueden hacer cobertura diversificando monedas, en el caso de devaluación del dólar pueden hacer cobertura comprando metales, en el caso de riesgo sistémico, letras y bonos de tesorería americanas, en el caso de default de esas letras y bonos, no hay cobertura posible. Es decir no hay lugar para refugiarse. Esperemos que el buen juicio predomine y que los actores políticos no arrastren al mundo a una experiencia demasiada traumática para ser vivida.