Ser o no ser estudiante, ésa es la cuestión

Graciela Adriana Lara

Hace unos días fui convocada por el Bachillerato de Bellas Artes de La Plata: se cumplen 25 años desde que egresé de la institución. Con una sonrisa, leí en el bello programa donde figuraba mi nombre, que éramos la promoción XXX. En una ceremonia emotiva e inolvidable, me encontré asombrada ante un grupo de adolescentes que, desde el escenario del salón de actos, interpretaron en nuestro honor, un tango. Su profesora, Paula Mesa, egresada de mi promoción, había logrado darles la libertad de tocar sus instrumentos admirablemente, de cantar: durante unos minutos fuimos todos estudiantes, atemporales, felices, bañados por la música que borró edades e historias.

Me quedé pensando en ellos: para tocar un instrumento con libertad, es preciso pasar años practicando, estudiando, ensayar. Para ser músico, es preciso ser estudiante.

Hace 25 años, los alumnos de Bellas Artes sabíamos que debíamos esforzarnos y practicar para desarrollar habilidades: todos éramos estudiantes. No serlo podía significar tener que abandonar esa escuela. Por otro lado, hace 25 años, como señaló una de mis compañeras graduadas, no se podía elegir libremente en Bellas Artes ofrecer un tango. Fuimos la promoción que entró con la democracia, tomó tiempo que las cosas cambiaran. Los que nos dedicamos a la docencia sabemos que hubo muchísimos cambios en las escuelas, buenos y no tanto. Fue una alegría saber, mirando a esos chicos que nos lanzaban miradas entre tímidas y burlonas, que el espíritu de mi escuela sigue vigente, que los cambios fueron buenos y que sus alumnos siguen siendo estudiantes, como lo fuimos nosotros.

Se preguntarán a qué me refiero con “ser estudiante”. En mi opinión, el mero hecho de que un niño o un adolescente esté adentro de una escuela no lo hace “estudiante” mágicamente. Para mí, una de las cosas que ha cambiado para mal en los últimos 25 años, es que los adultos hemos puesto en un lugar secundario el enseñar la importancia de ser “estudiantes” a los niños y adolescentes y no asumimos la culpa de las consecuencias que eso ha ocasionado. Lo voy a explicar, sean pacientes.

Si un niño sólo come comida chatarra, por ejemplo, y se enferma, la culpable es su mamá. Nadie en su sano juicio le echaría la culpa al chico: no se debe permitir a los niños hábitos inconvenientes para su salud. Si un niño fuma o bebe alcohol, todos estaríamos de acuerdo: estamos ante algo que está mal. Sus padres serían culpables. Si un niño se niega a aprender a leer y a escribir, a sumar, a restar, a saber que vive en Argentina, a oprimir el botón “power” para prender la tele, a usar el control remoto… evidentemente algo está muy mal. Si un niño o adolescente se niega a leer, a hacer el esfuerzo de comprender algún texto, no intenta escribir en forma coherente algo con un grado mínimo de formalidad… ¿quién es el culpable de habérselo permitido? ¿Quién no le ha hecho entender las inmensas e importantes cosas que se pierde? ¿En qué momento la sociedad ha dejado de considerar que eso está terriblemente mal?  Para ser libre de estudiar lo que me apetezca (o no estudiarlo), de investigar, de leer o dejar de leer, debo poseer esa habilidad, que demanda práctica y esfuerzo. Para tocar el piano y acompañar un tango, debo haber estudiado, practicado y ensayado durante años. Alguien ha olvidado enseñarle a ese jovencito imaginario de mi ejemplo la importancia de ser estudiante, tan crucial como la de no alimentarse exclusivamente de grasas ni ser fumador.

En las  universidades y en los terciarios hay que entender los textos para poder aprender. Para ingresar en un trabajo hay que llenar formularios, superar entrevistas en donde hay que hablar y escribir. El joven que desee hacer algunas de estas cosas y descubra que no posee las habilidades necesarias, deberá cambiar su actitud y desarrollar en corto tiempo las habilidades que podría haber cultivado durante los doce o trece años que duró su educación formal. O dedicarse a otra cosa, que no demande esas habilidades. Se puede vivir sin saber tocar el piano. Se puede vivir sin saber leer, pero no estaríamos hablando de libertad en ese caso.

Como sociedad, deberíamos replantearnos las “libertades” que estamos permitiendo a los niños y dejar de confundirlas con sus “derechos”. Los chicos deben alimentarse en forma saludable por su bien (la palabra “alumno” quiere decir “el que es alimentado intelectualmente”, ya que menciono los alimentos). Deben ejercitarse y no ser sedentarios. Deben aprender a comunicarse, las cosas relativas a su cultura, deben jugar, leer leyendas, cuentos, novelas, hacer cuentas, resolver problemas, escuchar música, dibujar, diferenciar lo que es bueno y lo que es malo, lo que conviene y lo que no conviene para poder, en el futuro (que es su futuro) ser adultos jóvenes libres y responsables.

Si le damos la posibilidad a alguien de elegir no hacer el esfuerzo por aprender, le damos pruebas a carpeta abierta con preguntas previamente conocidas, aceptamos pasivamente que su escritura sea incoherente y plagada de errores de ortografía, estamos haciendo lo mismo que si le decimos que no es necesario lavarse los dientes, levantarse por las mañanas, bañarse, desayunar saludablemente, ir a la escuela, estudiar… en definitiva, estamos haciendo todo lo posible para que esa persona no sea saludable ni libre.  Un chico dormido o jugando al counter al lado de un piano no es un estudiante, es un chico. Un chico que probablemente no será ni bueno ni malo tocando el piano, porque no podrá hacerlo.

Estudiante: el que estudia algo. Del verbo estudiar: dedicarse con atención, con aplicación, con celo a algo. Como si fuera un maleficio, la idea de que aprender demanda esfuerzo ha dejado de ser natural y se desparrama la idea contraria, poderosa. Muchísimos chicos se niegan a dedicarse con atención a estudiar. Como docente, debo enseñar la importancia de ser estudiante para poder comenzar a enseñar.

Sonó el timbre del recreo en el Bachillerato, mientras continuábamos dándonos besos, abrazos, y exclamando “¡Estás igual!”, en una postal digna de ser musicalizada con lo mejor de los 80. Estremecidos por un escalofrío, los de la promoción XXX contemplamos la salida de los estudiantes. El presente joven pasó por entre nosotros,  que somos también presente, pero adulto. Estábamos en nuestra escuela. Fue fenomenal; aprendí allí a ser libre responsablemente, elijo gracias a eso trabajar hoy enseñando el valor que tiene esa libertad. Gracias totales.