Por: Guillermo Marín
Ahora que caímos en la cuenta de que los médicos en la Argentina están mal distribuidos (en Capital Federal hay un profesional cada 30 personas; en la provincia de Buenos Aires existe un médico cada 514 ciudadanos; mientras que en Misiones, uno cada 800), es una lástima pensar que luego de este anuncio oficial en el 132º período de Sesiones Ordinarias del Parlamento, nada se ha hecho para modificar la situación. Pero ahora se suma lo que pocos quieren escuchar: la falta de insumos hospitalarios. Porque amén de la espectacular proclama presidencial -“Somos, de la región, incluidos los Estados Unidos, el Estado que más gasta en salud pública”….,etc.-, los hospitales públicos de la provincia de Buenos Aires están al borde del colapso; al filo de la emergencia de insumos; en terapia intensiva por falta de remedios, espacio e inseguridad.
¿De qué forma se asimila una frase como esta?: “Somos uno de los mejores sistemas de salud de América latina por cobertura”, según un tramo del discurso presidencial. ¿Qué atención recibe un paciente cuando hay inexistencia de agua oxigenada, jeringas, suero, guantes de látex, placas radiográficas (por nombrar materiales básicos) en la mayoría de los centros de salud estatales? Porque para una atención “saludable”, muchos pacientes deben contar con sus provisiones de medicamentos, además de sus dolencias. Dramático, no hay dudas.
En estos días, la situación por la que atraviesa gran parte del sistema de salud bonaerense, provocó renuncias y despidos: Alan Berduc, director de la Región Sanitaria VII, renunció porque “la falta de pago a proveedores hace que los pacientes sufran la escasez de fármacos para el asma, el cáncer y otras aflicciones”. En tanto que Juan Chichillitti, director ejecutivo del hospital San José de Pergamino, fue separado de su cargo al comprobarse serias fallas en el funcionamiento de la entidad. Mucho antes, Gustavo Crivelli, jefe de cirugía del mismo hospital, había confesado que debieron organizar “una rifa para comprar toallas de papel para que los profesionales pudieran secarse las manos”. Patético.
En 2012, la titular del gremio de médicos y profesionales de la salud (Cicopi), Viviana García, había dicho que se registra “una escasez generalizada” de insumos, situación que, en algunos hospitales, “obliga a ejercer el trueque de jeringas por sueros”. Virreinal, ¿no?
Un médico de planta del área de clínica médica del Hospital General de Agudos Manuel Belgrano de la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires, me cuenta que, cuando faltan insumos, se los piden en préstamo al Hospital Eva Perón (ex Castex) porque lo tienen cerca. Y así hasta que lleguen las partidas correspondientes.
Volvamos al principio. En el país hay un médico cada 200 personas (de las 10 escuelas públicas se reciben más de 4 mil por año). Esto nos coloca, por debajo de Italia, en la región con más profesionales de la salud por habitante en el mundo. Pero tenemos déficit de galenos (grosero) en Santiago del Estero (1 cada 670); Chaco (1 cada 600); San Juan (1 cada 580); Corrientes (1 cada 535); La Rioja (1 cada 530), amén de la descuidada Misiones.
Nadie objeta que los exámenes de ingreso a medicina deban ser más duros, menos politizados. Sin embargo, no se entiende por qué se piensa en situar el dique selectivo sólo en esa dimensión, cuando también se debiera poner coto por provincia, región, área o distrito cuando de distribución profesional se trata. Por otra parte, la falta de enfermeros en la provincia de Santa Fe sigue siendo preocupante. En 2011, la viceministra de Salud provincial, Débora Ferrandini, confirmó a un matutino que Santa Fe cuenta con 1,55 enfermeros cada mil habitantes, y reconoció: “Estamos lejos de alcanzar las fórmulas internacionales”. La funcionaria se refería a lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS): 8 enfermeros por cada mil personas. Desde entonces, todo sigue igual. Hay mucho más bullicio, pero se corre el peligro de dejar sordo al más sordo que se hace el sordo.
Hemos ido y vuelto en esta charla y no hemos avanzado casi nada. Porque lo que abruma es saber que sobra capital humano. Pero está mal distribuido, mal pago, maltratado, a veces hacinado y sin insumos. ¿Se puede hacer atención primaria de calidad, como muchos creen que se practica en toda la Argentina, con esta realidad inocultable? Como en muchas áreas sensibles de la sociedad, en salud se habla más de lo que se hace. Es de esperar que esto no siga sucediendo, que no tome envión de relato eso de que a falta de insumos pronto nos manden a los pacientes, como ordenó alguna vez Sócrates, a inmolar un gallo para Esculapio.