Europa y Estados Unidos necesitan un curso de kirchnerismo económico

Iván Carrino

Muy al contrario de lo que pasa en Argentina, en Europa y Estados Unidos las autoridades no están preocupadas por la inflación, sino por su desaceleración. De hecho, el presidente del Banco Central Europeo ya se refiere abiertamente al “riesgo de deflación”.

En la Eurozona, la inflación medida por el IPC cayó desde el 2,7% en enero de 2012 hasta el 0,7% de octubre de 2013. En Estados Unidos, la situación es similar. La variación anual del IPC ascendía al 3% en enero de 2012, mientras que fue de solo 0,9% en octubre de este año.

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Aunque no siempre es cierto que la deflación sea un problema, la idea generalizada es que si bajan los precios, la gente demora en consumir, esperando que los precios bajen cada vez más. Y, a menor consumo, menor inversión y empleo. Por ende, los gobiernos siempre intentan combatir la deflación.

¿Cómo han hecho europeos y norteamericanos para combatir este problema en el pasado? En julio de 2009, durante el momento álgido de la crisis subprime, cuando los precios medidos por el IPC cayeron 0,6% anual en Estados Unidos y 2% anual en la Eurozona, la reacción de los respectivos bancos centrales fue unánime: imprimir dinero y reducir la tasa de interés a niveles mínimos históricos. Además, a ambos lados del atlántico se aumentó el gasto público, como mecanismo para estimular el consumo, tal como prescribiera Keynes en los años ‘30.

Ahora bien, si los líderes de Europa y Estados Unidos hubieran prestado atención a nuestro flamante jefe de gabinete, Jorge Capitanich, al célebre Guillermo Moreno o a algunos economistas locales, podrían haber evitado tomar medidas tan drásticas. Podrían haberlo resuelto con un simple llamado al diálogo de “todos los sectores”.

Porque si los famosos acuerdos de precios sirven para controlar la inflación, ¿por qué no van a servir para la tarea inversa, es decir, para controlar también la deflación? Lo que los gobernantes  europeos y norteamericanos deberían haber hecho, entonces, es trabajar sobre las “expectativas de deflación” y acordar precios con los “principales actores”. La única diferencia es que no se les pediría que congelen o que los bajen los precios, sino que los suban. Y lo mismo para los sindicatos. Nada de ajustarse el cinturón: ¡a reclamar aumentos!

Sin embargo, por ahora no hay signos de que ningún funcionario del hemisferio norte esté por iniciar acuerdos de ese tipo ni negociaciones sectoriales. Hasta el momento, los medios no han reportado ningún decreto que fuerce a los empresarios a subir precios.

Se ve que esos países comparten el consenso generalizado de que la deflación (y la inflación) no son un fenómeno de los precios, sino de la cantidad de dinero en circulación. Cuando ésta es excesiva, hace que los precios suban y, cuando es escasa, hace que los precios bajen.

Una lástima por ellos. Deberían tomar algún curso acelerado de kirchnerismo económico para poder saltar sin escalas a nuestro querido tercer mundo.