Por: Jorge Castañeda
Las historias de éxito de países son escasas y peligrosas de contar. Escasas porque hay pocas excepciones a ciertas reglas; y peligrosas porque el éxito de hoy puede ser el fracaso de mañana. Por ello, es conveniente adentrarse con precaución en el relato de un desarrollo exitoso de un país, como es hoy el de Polonia.
Después de la caída del bloque socialista, Polonia pasó por un período de ajuste económico brutal, por todo tipo de distorsiones y excesos en su tránsito del régimen autoritario a una democracia representativa, y de una economía socialista (salvo la agricultura) a una de mercado. El gran cambio comenzó en 2004 con la entrada a la Unión Europea. Acceso difícil que implicó modificaciones internas tanto legislativas como sociales.
Gracias a esta entrada, además de haber reducido drásticamente la diferencia entre su PIB per cápita y el del resto de Europa, Polonia ha construido una economía competitiva en poco tiempo, y probablemente duradera. Conviene reseñar las ventajas que el ingreso a la Unión Europea trajo para entender lo que pudiera haber sido, en un esquema imaginario, la pertenencia de México a una “Unión Económica de América del Norte”. Y para entender cuán difícil es lograr esos avances sin los apoyos procedentes de esquemas como éste.
A lo largo de nueve años, y sobre todo en 2007, Polonia ha recibido en promedio más de 4% de su PIB en apoyo de Bruselas, a través de los llamados fondos de cohesión y de infraestructura. El equivalente para México sería de más de 50 mmd al año. Por otro lado, dos millones de polacos han emigrado legalmente a Inglaterra, Irlanda y a Alemania, de donde envían 18 mmd de remesas, suma inferior a la que envían los mexicanos de EEUU, pero a una población mucho menor y una economía más pequeña.
Todo esto ha generado tasas de crecimiento del 4% al 5% al año, incluso en el 2009, y garantiza un crecimiento a futuro más o menos al mismo ritmo, visto que las inversiones ya se están haciendo con capital procedente del mundo entero, pero en particular del resto de Europa, sobre todo Alemania.
Quizás el impacto más importante de Europa en Polonia ha sido cultural o social. Una sociedad conservadora, católica y refugiada detrás de arcaísmos que sirvieron para proteger una identidad nacional sacudida por siglos de repartos e invasiones, empieza a abrirse al mundo. Esos arcaísmos empiezan a tambalearse por la mera pertenencia al mundo moderno, donde temas como el aborto, los matrimonios gay y ciertas formas de muerte asistida, o bien son comunes o bien están en camino de serlo. La Iglesia Católica se ha vuelto el bastión, junto a una derecha nacionalista, pero a diferencia de otros países (como Irlanda) y a semejanza de España en el momento de su ingreso en los ochenta, la influencia de la UE es altamente modernizadora, liberalizadora y benéfica.
Todo esto podría acabar mal. Es posible que con las dificultades que atraviesa toda Europa (de las cuales Polonia se ha salvado al no entrar a la zona Euro), pueda recortarse el flujo de Bruselas. Es posible que se produzca una reacción nacionalista, católica y conservadora frente a una injerencia excesiva del exterior. Y es posible que los riesgos geopolíticos que Polonia siempre ha enfrentado (dos vecinos gigantescos y ambiciosos, no sólo uno como en nuestro caso) no siempre podrán esquivarse con equilibrio diplomático. Pero a riesgo de equivocarme, de subestimar los problemas que aún confronta una sociedad de las más cerradas, o de sobreestimar los apoyos del exterior, da la impresión de que se trata de una historia de éxito, gracias al ingreso a la UE, a la democratización que la hizo posible, y a la habilidad de los diplomáticos polacos que desde hace 20 años han mantenido a raya tanto a Alemania como a Rusia sin echarse en manos de EEUU. Un país hasta hace poco rural y pobre ha rebasado al nuestro en su PIB per cápita. Ciertamente no lo ha hecho solo, pero ha sabido conseguirse a los amigos necesarios.