Por: Jorge Ramos
El estadio de Columbus, Ohio, estaba vestido de rojo y blanco, los mismos colores de las siete barras rojas y seis blancas de la bandera de Estados Unidos. Busqué en el monitor de la televisión algunas camisetas verdes que indicaran la presencia de algunos fanáticos del equipo mexicano, pero no la encontré. Estaban ahí, pero no se veían.
Por eso escogieron ese estadio -no es un secreto que cada vez que Estados Unidos y México juegan un partido de fútbol en territorio norteamericano buscan un estadio donde haya más seguidores del equipo de las barras y las estrellas. Pero no es cosa fácil. El fútbol (“soccer”, como le dicen aquí) no es tan popular como el fútbol americano, el básquetbol o el béisbol. Y cuando se trata de un partido para clasificar al Mundial de Brasil 2014, los mexicanos siguen a su selección a donde sea. Incluso a Ohio. No importa cuántos años estén en Estados Unidos, siguen apoyando al equipo mexicano.
Lástima que están siguiendo a una selección perdedora. México perdió ese partido 2 a 0 frente a Estados Unidos y está a punto de ser eliminado del campeonato mundial. Esto me recuerda la época en que algunos en la prensa escrita llamaban “ratoncitos verdes” a los jugadores de equipo mexicano; por malos, por su actitud derrotista y, sobre todo, por no echarle ganas. Y desde luego, el equipo mexicano no sintió el amor de las tribunas en Ohio.
La población hispana de Columbus no llega ni al 6%, según datos del ultimo censo, a pesar de que el nombre de la ciudad lleva el apellido del descubridor de América. En comparación, los latinos somos el 17% de la población de Estados Unidos. Si el partido de fútbol hubiera sido en Los Ángeles, Chicago, San Antonio, Miami o Nueva York, el estadio habría estado pintado de verde, no de rojo y blanco. En Columbus, simplemente, no hay tantos mexicanos.
Lo ocurrido en ese estadio es la excepción. Los mexicanos nacidos en México han pasado de menos de un millón en 1970 a 11,4 millones el año pasado, según datos del Pew Hispanic Center. Es decir, estamos por todos lados.
Este “Méxodo” surgió, como todo fenómeno migratorio, por algo que los expulsaba de México y algo que los atraía de Estados Unidos. El primer impulso del Méxodo fue por la búsqueda de trabajos. Uno de cada 10 mexicanos se ha ido.
Los priístas nunca crearon suficientes empleos para evitar esta migración. La llegada de la democracia a México en el 2000 no fue una varita mágica. Sacó a la dictadura del PRI después de 71 años, pero no creo los empleos que México necesitaba. Los panistas tampoco.
Tanto el presidente Vicente Fox, del PRI, como Felipe Calderón, del PAN, me dijeron en entrevistas que podrían crear más de un millón de empleos al año. Pues habrá sido en sus sueños porque ninguno de los dos siquiera se acercó a esa cifra. Ahora, el reto para Enrique Peña Nieto es el mismo: crear las condiciones para que más mexicanos decidan quedarse en México.
Esos jóvenes mexicanos que no encontraron empleo en México los hallaron en Estados Unidos y con salarios mucho mayores. Es muy tentador para un mexicano, que gana 5 dólares al día en México, venir a Estados Unidos donde puede ganar lo mismo en media hora. Más de la mitad de todos esos mexicanos están trabajando ilegalmente en Estados Unidos. Ese es el primer Méxodo.
El segundo Méxodo es mucho más reciente. Debido a la narcoviolencia que cobró al menos 60 mil muertos en el sexenio de Calderón (2006-2012) – y que el gobierno de Peña Nieto tampoco ha podido detener -vemos algunos cambios en el tipo de mexicano que viene. La crisis económica que entró en el 2008 se ha hecho sentir y, por lo tanto, los mexicanos ya no vienen a Estados Unidos sólo a buscar trabajo.
Datos demográficos de Pew apoyan esta afirmación: en 2011, más mujeres emigraron de México a Estados Unidos que antes (47% contra 25% en 1990); la edad promedio de los inmigrantes mexicanos fue de 38 años, contra 29 años en 1990; más inmigrantes con diplomas de preparatoria llegaron a Estados Unidos (24% contra 12% en 1990), y otro tanto ocurrió con quienes tenían educación universitaria (17% contra 13%). De hecho, en el pasado los inmigrantes mexicanos quizá provinieran de áreas rurales, pero muchos de los nuevos inmigrantes son familias urbanas de clase media.
El Méxodo es un fenómeno vivo y, por ahora, no se va a detener. Setecientas millas de muro y 40 mil agentes en la frontera no podrán detener a miles de mexicanos que tiene hambre, miedo a los narcos y la esperanza de una vida mejor en el norte. Y tarde o temprano, pintarán de verde una parte del estadio de Columbus, Ohio. O en Dakota del Norte. O en Alaska. O a dondequiera que lleven al equipo mexicano de fútbol para que no se sienta solito y vuelva a perder.
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