Por: Jorge Ramos
“¡Ganamos!”, oía el grito por el celular. “¡GANAMOS!”, repetía. El grito era tan potente que lo escuchaba a través del celular de otra persona, no el mío. Era una venezolana que celebraba el triunfo de su compatriota, Gabriela Isler, en el concurso Miss Universo.
En Twitter la celebración de los venezolanos parecía una fiesta. Como si se tratara de una hermana suya. Me pareció una exageración, un festejo desproporcionado. Pero era, en realidad, la primera buena noticia para los venezolanos en mucho tiempo.
Mientras en Moscú, lugar del certamen, Miss Venezuela era coronada como la mujer más bella del mundo, en Caracas era liberado el corresponsal extranjero del diario The Miami Herald, Jim Wyss. Pasó dos días detenido en Venezuela por el gobierno del presidente Nicolás Maduro sólo por reportar sobre el contrabando, los saqueos y el desabastecimiento en todo el país. Cree que arrestando periodistas se acaban las malas noticias.
El día antes de que Wyss fuera liberado, Maduro acusó a una cadena de tiendas de electrodomésticos de vender a precios que él consideraba demasiado altos, y ordenó al ejército que ocupara las tiendas. Se decomisó mercancía, los precios de los aparatos fueron rebajados y miles de personas irrumpieron en los comercios para aprovechar los precios “más justos”. El resultado: motines, saqueos y un nombre más en la larga lista de empresas que hoy están al borde de la bancarrota. Maduro ha ordenado a los militares que investiguen a cualquier negocio que pueda estar acaparando productos o elevando excesivamente los precios, aunque nunca ha admitido que sus políticas económicas, y no las acciones individuales de algunos empresarios, puedan haber causado el desastre económico en que se encuentra el país.
Venezuela produce muy poco. Casi todo lo importa con el dinero que gana del petróleo. El control oficial del dólar ha creado una nueva clase de millonarios chavistas y una enorme red de corrupción dentro del gobierno. Mientras tanto, la industria nacional y los pequeños negocios mueren lentamente y los venezolanos, como los cubanos, se pasan el día de tienda en tienda buscando mercancías y productos que ya no encuentran.
Pero, según el gobierno de Maduro, los culpables son los codiciosos especuladores y acaparadores.
Venezuela está en un callejón sin salida: le urge un cambio pero no hay ninguno a la vista. Todo mundo se burla de Maduro y de su lengua que parece tener vida propia, pero él todavía ocupa el poder. Ahora Maduro pretende gobernar solo, con una ley habilitante que le da poderes de tirano. Y la oposición, dividida y debilitada, no ofrece muchas opciones, salvo esperar.
El problema de Venezuela es muy sencillo. El tiempo de salir a la calle para recuperar el poder ya pasó.
Ese momento era el miércoles 17 de abril, tres días después de las elecciones presidenciales de este año que de manera fraudulenta, se robó Nicolás Maduro (los resultados oficiales del Consejo Nacional Electoral, que él mismo controla, le dieron 50.61%).
Henrique Capriles, el candidato opositor, en una polémica decisión, canceló una marcha de protesta para ese 17 de abril debido a que, según me dijo en entrevista, tenía información de que el gobierno iba a ocasionar varias muertes. Esa decisión cambió la historia y dividió a la oposición.
“Al retractarse aquel miércoles 17 (Capriles) nos dio una terrible señal”, se le oyó a la diputada opositora María Corina Machado en una grabación. Leopoldo López, ex alcalde de Chacao y duro opositor del chavismo, me dijo en una entrevista que él tampoco estuvo de acuerdo con la decisión de Capriles.
Imposible saber si el gobierno planeaba actuar con violencia ese día. Imposible saber, también, si el chavismo, sin el difunto presidente Hugo Chávez, hubiera aguantado un protesta de esa magnitud contra el fraude en las elecciones presidenciales. Todo son especulaciones. El caso es que la oposición decidió no jugar y en ese mismo momento perdió.
Ahora no les queda más remedio que esperar dos años (para ver si pueden sacar a Maduro en un referéndum revocatorio) o cinco años a que termine su mandato. Un golpe de estado es impensable y estúpido. Eso no lo hacen los demócratas. Y es poco probable el escenario de una rebelión popular o un ajuste de cuentas dentro del chavismo-madurismo.
Mientras, Maduro sigue de presidente. Un día se le ocurre crear un ministerio para la felicidad, otro se cae de una bicicleta, uno más inventa palabras y al siguiente quiere reinventar Twitter. Es un mal chiste y los países no se gobiernan con chistes. En otras palabras, Maduro no es Chávez. Y la Venezuela del desabasto, de la peor inflación del continente, del crimen rampante y de la corrupción desenfrenada no tiene ninguna posibilidad de mejorar así.
Ciertamente hay muchas cosas que no funcionan en Venezuela. Pero lo que sí funciona es su industria de crear reinas de belleza. Siete de ellas han ganado el Miss Universo (sólo Estados Unidos tiene una más).
Así que, por ahora, Venezuela hace bien en celebrar a su Miss Universo. A ver cuanto dura la fiesta. El problema es que ella sola no puede rescatar a todo un país.