Por: Jorge Ramos
En este 2014, los legisladores van a tratar de lograr lo que debieron hacer en el 2009: una reforma migratoria que legalice a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Lo sé: parece el cuento del lobo feroz que nunca viene. Pero si recordamos correctamente, al final del cuento el lobo llega. Espero que lo mismo ocurra con la reforma. No deja de sorprenderme el optimismo de los inmigrantes sin documentos y, particularmente, el de los “Dreamers”. No importa cuántas veces los políticos digan que no, ellos siguen insistiendo. Reconozcámoslo: quienes han mantenido vivo este movimiento son los Dreamers, esos valientes jóvenes – llegados ilegalmente de niños a este país – que se meten en las oficinas de los congresistas, se hacen arrestar y no paran sus campañas por la Internet. Ellos son los verdaderos héroes de los inmigrantes. Ahora, permítanme regresar al 2009, el año en el que se suponía se iba a aprobar la reforma migratoria. El candidato Barack Obama lo había prometido en campaña un año antes – “Lo que puedo garantizar es que tendremos en el primer año una propuesta migratoria que yo pueda apoyar” – y ambas cámaras del Congreso estaban en poder del Partido Demócrata. Entonces ¿por qué no hicieron nada? Había otras crisis más importantes, me dijeron personas que trabajaban para el presidente Obama en ese 2009. “La realidad es que en su primer año, la economía -que estaba en una recesión e iba hacia una depresión – fue su principal atención,” me dijo Rahm Emanuel, quien era secretario general de la Casa Blanca en esa época (y hoy es alcalde de Chicago). Además, Estados Unidos peleaba dos guerras, en Irak y Afganistán. Pero ciertamente el temor de que el sistema económico se desmoronara lo dominaba todo. Obama “heredó una economía mucho peor de lo que cualquiera anticipó,” me dijo Janet Napolitano, quien en ese 2009 era la secretaria de Seguridad Interna. “El hecho concreto es que el principal tema cuando él asumió la presidencia tenía que ser la economía.” Hillary Clinton, como candidata presidencial, dijo en el 2008 que si ella ganaba la Casa Blanca, propondría una reforma migratoria durante los primeros 100 días de su mandato. Sin embargo, su esposo el ex presidente Bill Clinton me dijo a finales del 2013 que Obama, ya en la Casa Blanca, fue rebasado por la mala situación económica. “El primer año en que él estuvo en el poder,” me dijo el ex presidente, “él primero tenía que evitar que el país, y el mundo, se sumieran en una gran depresión.”
Estamos todos de acuerdo. La economía era la prioridad en el 2009. Pero eso ya lo sabía Obama en el 2008. Entonces ¿por qué prometió algo que no podía cumplir? Fue, sin duda, una oportunidad desperdiciada. En noviembre del 2010 el Partido Republicano retoma el control de la Cámara de Representantes con la clara intención de no darle a Obama y a su partido un sólo triunfo político. Y ahí se quedó atorada la reforma migratoria. Saltemos ahora al 2014. Aunque Obama ha deportado a casi 2 millones de inmigrantes indocumentados desde que él asumió la presidencia, el Senado, controlado por los demócratas, aprobó el año pasado una iniciativa de ley de reforma apoyada por la Casa Blanca. Hasta ahora la Cámara de Representantes no la ha considerado. Los próximos meses darán a los legisladores la última oportunidad para actuar sobre este asunto antes de que se celebren las elecciones para el Congreso y que la campaña presidencial de 2016 domine todo el panorama político en Washington.
Esencialmente, la suerte de los indocumentados se encuentra en manos del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, quién en el pasado ha estado firmemente opuesto a la legislación amplia del senado, pero que recientemente ha sugerido, según versiones periodísticas, que estaría abierto a revisar las leyes de inmigración con un enfoque más fragmentado. Con suerte, veremos un cambio. Pero 2009 es el mejor ejemplo de lo que pasa cuando se deben hacer las cosas y no se hacen por falta de visión y voluntad política. Hoy está clarísimo que 2009 era el año que se debió aprobar la reforma migratoria. Ojalá sea un error corregible y, pronto, podamos decir más vale tarde que nunca.