Alta en el cielo: volar con Aerolíneas Argentinas

Julián Schvindlerman

Para los amantes de lo incierto, no hay nada como volar con Aerolíneas Argentinas. Miles de pasajeros habituales lo saben. Tuve mi propia experiencia singular días atrás en un vuelo de Santa Fe a Buenos Aires. Es un vuelo de una hora nomás, pero déjeselo a la aerolínea de bandera y usted lo padecerá como si estuviera cruzando el globo terráqueo.

Comencemos con los 45 minutos de retraso con los que despegó. El check-in fue veloz y el pre-embarque, aceptable. El avión podía verse desde la sala de espera, lo cual era tranquilizador. Pero alcanzada la hora de partida, nada. No se veían desplazamientos de valijas ni empleados que ordenaran el abordaje. Resta decir, ningún representante de la compañía informó a los pasajeros de las razones de la demora; o de la demora en sí. Simplemente lo advertimos mirando nuestros relojes. Me dirigí a la policía presente y les pregunté si había por allí algún oficial de la aerolínea. Fueron a buscarlo. Al cabo de unos minutos apareció un empleado con un chaleco verde fosforescente encima y dijo que hubo un corte de luz y en consecuencia no podían realizar los check-in pendientes. Le pregunté si no podrían hacerlo manualmente. “No se puede” respondió, estimó que serían unos pocos minutos más y se fue. Al rato otro señor, que parecía ser el piloto, apareció con un empleado y le ordenó que diera lugar al abordaje.

Una vez ubicado en mi asiento, noto que un oficial de a bordo les indica a algunos pasajeros donde sentarse, quienes no tenían idea de qué asiento les correspondía y escucho que le explica a alguien que debieron hacer los check-in pendientes manualmente, lo que desmentía al del chaleco fosforescente.

Despegamos. Ya en el aire intento reclinar mi respaldo, pero no puedo. No era culpa de la compañía, simplemente se me asignó un sitial lindante con la salida de emergencia, espacio que no admite reclinación alguna. Volaré a noventa grados, pensé. Nada grave para una hora de viaje. En eso percibo que cae algo de agua del techo. Y un pedacito de hielo. Ignoro el curioso acontecimiento y me apresto a matar el tiempo con la pantalla que tengo enfrente. Está apagada. Todas lo están. Toco los tres botones posibles que, imagino, podrían prenderla, pero no hay caso. Uno era el del brillo, otro el del volumen, y el del medio no tenía modo de saberlo pues el símbolo estaba despintado. Voy al baño -nada malo que reportar- y cuando regreso advierto que un hombre se sentó a mi lado. Le pido permiso para pasar a mi asiento al lado de la ventanilla y de paso le pregunto por qué se cambió de lugar. “Me cansé del agua que me caía encima” me dice. Cinco minutos después, escucho a otro pasajero quejarse de lo mismo.

Busco la revista pero no hay. Veo que hay alguna que otra esparcida en el avión y me hago de un ejemplar. En portada se ve a Mariano Recalde ascendiendo una escalinata y oteando el horizonte: “6 años de gestión en Aerolíneas Argentinas” reza el título. La entrevista se extiende a lo largo de siete páginas. Más fotos del presidente de la compañía: disertando ante hombres trajeados, abrazando a una familia, saludando a Susana Trimarco, junto a la Presidenta de la Nación en la cabina de un avión. El preámbulo informa que AA ha sido renovada y que está cumpliendo los objetivos trazados para su recuperación. Él afirma que “Aerolíneas es una empresa que está en consonancia con un proyecto integral de país”. Nadie puede poner eso en duda. La entrevista es relajada y aduladora: versa sobre su trayectoria militante, cuenta del fraude electoral que denunció en el Colegio Nacional Buenos Aires, de la denuncia que hizo junto a su padre contra las empresas distribuidoras de ticket canasta, de su docencia en la Universidad de Buenos Aires, de sus gustos por Boca Juniors, los Redonditos de Ricota, Alejandro Dolina y -por supuesto- de sus políticos preferidos: Juan Domingo Perón, Néstor Kirchner, Cristina Fernández.

Fantaseo imaginando las preguntas alternativas que le hubieran hecho en un medio de prensa objetivo mientras continúo la lectura y me topo con un chiste que Recalde comparte con su entrevistador: “¿Cómo hace alguien para convertirse en millonario? Primero debe ser billonario y después comprar una línea aérea”. Dejo la revista de lado. Mi vuelo ya está irremediablemente estropeado.