Un fallo contra la concentración

Julio Bárbaro

Nuestra sociedad es compleja, o al menos así la forjamos. La confrontación con el Grupo Clarín se vivió y definió siempre como una lucha contra la concentración. En ese punto coincido, sólo que me molesta que se limite a la concentración que opina: en rigor, a la que opina en contra de la opinión del poder de turno, del Gobierno. Lo digo convencido de que si Telefe fuera de pronto opositor, el gobierno descubriría la desmesurada concentración de las telefónicas. Por eso esa señal no habla, y muchos saben que si opinan tendrán que dar explicaciones. Y el gobierno dedica ingentes sumas de dinero, de ese que tanto necesitan los necesitados, para multiplicar los medios y las voces oficialistas. Esas que se quedaron con Canal 9 y Crónica TV, con C5N y Radio 10, y siguen las firmas de adherentes rentados de pauta oficialista.

La concentración de los medios privados no es menos nefasta que la concentración de los medios oficialistas. La enfrenté en su momento: fui destinatario de una solicitada en varios diarios en 2005, dedicados a confrontar con mis criterios. Claro que yo opinaba en favor de la dispersión de las voces y jamás a favor de la concentración de un descomunal monopolio estatal. Una burocracia oficialista es un camino sin retorno hacia una decadencia que no conoce excepciones. Las hubo de izquierda y de derecha, y siempre terminaron agrediendo a la misma sociedad de la que habían surgido con la excusa de defender.

Estoy en contra de la concentración económica, por eso insisto en militar contra los daños que genera la expansión del juego en la estructura social, y ese sí que es un monopolio demasiado rentable y demasiado corruptor, más aún cuando termina invadiendo el mundo de los medios para defender desde él sus espurios intereses. Hace rato que busco apoyar a un candidato que proponga dejar las tragamonedas y sus parientes en manos de las instituciones de bien público. No encuentro eco en mi lucha contra semejante monopolio. Y sí algunos medios que me imponen el silencio.

Mientras la riqueza no tenga límites tampoco los tendrá la miseria. DirecTV debe estar cerca de los 2,5 millones de abonados en Argentina, ni siquiera se ajusta a nuestras leyes, sólo que no habla en contra del gobierno y en consecuencia recibe sus caricias y no sus limitaciones. Pero la verdad es que tampoco podría cumplir con ciertos artículos de la ley por imposibilidades técnicas, no porque no quiera. ¡La ley nada dice de las transmisiones DTH (Direct-to-Home), ni de Internet!

Un Estado enorme con pocos empresarios privados es la peor cárcel para un mundo de ciudadanos. Es caer en manos de una burocracia agresiva y unos gerentes oportunistas y soberbios. Cada vez hay un Estado más grande, y un grupo de empresarios más limitado y en consecuencia más poderoso. Entre ambos pareciera que se ponen de acuerdo para convertirnos en simples insectos de sus designios.

Con todo el respeto del mundo, guardar un 33% del espectro para las comunidades indígenas, ONG y universidades es no entender por dónde pasa la audiencia.

La Corte Suprema falló de manera de intentar salvar su prestigio, el Grupo Clarín parece ser tan sólo una excusa: con este fallo habrá más propietarios pero sin duda menos libertad. Si Clarín no existiera, todo quedaría más claro, quedan pocos privados que no profesen el oficialismo. Debemos esperar otro gobierno para tener otra ley, una que nos proteja de todos los monopolios, en especial de los estatales. Espero que para eso sólo falten dos años.