Por: Julio Bárbaro
Pareciera que la impotencia de convertirnos en una sociedad se asienta en los dogmas que definen el ayer. Hay una frase del Evangelio que nos negamos a hacer nuestra: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Todos somos dueños de un pasado de glorias sin que nadie tenga nada que ver con el terrible fracaso que habitamos. Si todos tenemos razón y la culpa fue del otro, tendremos que pasar por lo peor. Lo más difícil de aceptar y asumir es que el paso del tiempo no sirvió para aprender absolutamente nada. Y entonces, seremos eternos habitantes de un fracaso compartido; eso sí, con el premio consuelo que estaremos constituidos por varios grupos, todos ellos dueños de una rebuscada y sofisticada explicación que demuestra que la culpa, la tuvo el otro.
Uno no imagina qué hubieran hecho los países de Europa después de sus guerras atroces si no hubieran tenido la grandeza de imponerle al futuro más pasión que a explicar, condenar o justificar los errores y los odios del pasado. Lo nuestro es habitar un camino para transitar la eterna inmadurez. Cada tanto -demasiado seguido- surge un talentoso pensador que impone toda la culpa al populismo, al peronismo, al liberalismo, a la dictadura, a la guerrilla, a la violencia, a la oligarquía, al imperialismo, al marxismo y siguen las firmas. La editorial “El culpable es el otro” es desde siempre, la primera en ventas. Finalmente, el mensaje es simple: “el que no odia no vive”. En ese ejercicio de cultivo del enemigo soñado, el último gobierno fue -sin duda- de los más especializados. Después de ellos resulta complicado entender la enorme distancia que hay entre un soñador y un vengador.
Es como si participáramos cada uno del Partido Culpar al Otro donde una vez elegido el enemigo puedo estar tranquilo de haber encontrado mi identidad. Ahora la palabra “populismo” es tan eficiente y abarcadora como lo eran antes el viejo trauma con el “imperialismo”. Compartiendo enemigos se estructura una secta. Se trata de un mundo cerrado dentro del cual participamos de algo parecido a una ideología o concepción política, hecho absolutamente falso porque nada es posible de ser desarrollado si se lo basa en el resentimiento.
Existe la fábula según la cual pudimos llegar a ser un gran país y no lo logramos porque nos lo impidió la democracia y la revolución industrial. Esa fábula es tan inasible como olvidar el detalle de que carecemos de clase dirigente, de burguesía industrial y entonces siempre terminaremos marcados por el fracaso. Hilvanan una historia sin inmigrantes ni hijos de la tierra y bautizan como populismo a todo aquello que no sigue los cánones sagrados de las leyes milagrosas del mercado. Siempre me pregunto qué hay del otro lado del tan mentado “populismo”; sin duda está habitado por el ancho espacio de la virtud, de esa que ni siquiera se ocupó -hasta ahora- de forjar un Partido y apasionarse por la política. O mejor dicho, recién ahora pareciera que lo han logrado y son gobierno.
En fin, cada vez que alguno le echa la culpa al pasado ajeno no está recuperando el propio, está tan solo impidiendo que forjemos juntos un mañana digno de ser vivido.
Me causa asombro y me da bronca la manera en que para explicar a los Kirchner recurren al Perón anterior al golpe. Es como si en los EE.UU. fueran a buscar a Luther King para cuestionar a Obama. El Perón del retorno y del abrazo con Balbín es el que corresponde a la historia; acompañar a Osvaldo Bayer a reinstalar la “Patagonia Rebelde” es simplemente ser un retrogrado, no asumir que la historia evoluciona aun cuando algunos mediocres se nieguen a acompañar los signos de los tiempos. Y regalarle a los Kirchner un sentido histórico que nunca tuvieron es tan erróneo y define y expresa la peor voluntad al asignarle al error una dimensión que no le corresponde.
El peronismo fue la expresión de los trabajadores; la guerrilla de los setenta junto con el estalinismo trasnochado de los Kirchner nada tienen que ver con aquella historia, solo que los extremos, tanto de izquierda como de derecha, tan necios como ciegos tratan de juntar todo para ayudar a que no se entienda nada.
Necesitamos superar el autoritarismo de izquierda y de derechas -que en rigor siempre termina siendo el mismo- y convocar a un encuentro donde nadie se crea dueño de ninguna verdad, donde todos tengamos asumido que si lo hacemos con humildad, todos y cada uno tiene algo que aportar. Ese camino no será grandioso, pero sin duda es el único que nos permite salir del pantano del pasado. Y eso es sin duda lo que estamos necesitando.