Por: Julio Cobos
Días atrás tuve la oportunidad de ir, conocer y “vivir Malvinas”. Durante una semana -sólo hay un vuelo semanal los días sábados- estuve allí, siendo parte de una experiencia fuerte, intensa y llena de sensaciones encontradas.
Fui a Darwin a rendir honor y rezar por los caídos en combate, en particular por mi compañero y amigo de secundaria, el Primer teniente Jorge Casco.
También recorrí Puerto Argentino, Bahía de Gitanos y varios puntos dónde se desarrollaron las batallas decisivas del conflicto: Monte Longdon, Wireless Ridge, entre otros.
Caminé por los montes y encontré los pozos en la tierra dónde durante meses vivieron y combatieron compatriotas, soportando las inclemencias del tiempo crudo e imprevisible. Aún hoy se encuentran vestigios y pertrechos de aquella guerra que nunca debió haber existido y que, a pesar de las carencias, fue sostenida por valientes soldados. Además de sortear la hostilidad climática, combatieron con heroísmo en situaciones de desventaja desde el punto de vista del poderío bélico y tecnológico. Conocí infinidad de actos heroicos, de reconocimientos de valentía mutua, de dolor, de ausencia, de muerte.
Además, en Malvinas encontré dos realidades. Una base militar que intimida, dónde funciona el aeropuerto internacional a unos 70km de Puerto Argentino. Nada justifica esta presencia. Por otro lado, alejado de esa base, una población rural de isleños de varias generaciones concentrada -la mayoría- en Puerto Argentino y compuesta por una gran variedad de nacionalidades, más de cincuenta, con predominio de chilenos.
Percibí también el costo que significó para los isleños la guerra. Según cuentan las personas de mayor edad, antes de 1982 accedían al continente: había vuelos de Aerolíneas, correo, servicios educativos y de salud en Río Gallegos y Buenos Aires, etc. Amables, desconfiados, correctos; con recuerdos tristes y dolorosos, como los nuestros. Una guerra se puede perder o ganar en términos políticos y fácticos, pero siempre ambos bandos pierden desde lo humano.
Debemos reconstruir puentes, sin con ello contradecir lo que nuestra Carta Magna establece: la soberanía indeclinable sobre las Islas. La soberanía Argentina en Malvinas no es un punto de discusión, pero no rehúyo al desafío de tender lazos a las Islas, de acercarlas al continente, de cumplir con cada palabra de lo que estable la Constitución Nacional: “La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino”.
Soy consiente que no hay otro camino que el de la paz y la diplomacia y valoro el esfuerzo hecho por los sucesivos gobiernos de la democracia, para por medio del diálogo y la intervención de los organismos internacionales, lograr para Malvinas el destino que deseamos.
Malvinas es una experiencia que no debe ser vedada a nadie; ojalá otros acepten este desafío.
Vivir Malvinas, necesario e imprescindible.