Con El origen, la televisión uruguaya ha dejado en evidencia que es posible crear productos de calidad, empleando un lenguaje televisivo capaz de atraer al gran público.
Facundo Ponce de León viene haciendo una demostración notable para nuestra vida cultural: narrar grandes hitos de la historia, con un lenguaje televisivo, capaz de llegar al gran público sin tergiversaciones. Lo ha hecho con equilibrio y honestidad. Siempre alguien podrá decir, de cualquiera de sus programas, que hubiera añadido algo o quitado otra cosa, pero el lenguaje de las imágenes impone un relato que, además de auténtico, debe ser atractivo y eso es lo que se logra con creces, sin desmedro de su calidad.
Se informa que la audiencia del programa superó en ese momento a todo lo que había en televisión, con habituales platos fuertes de entretenimiento. Teledoce merece, por lo tanto, el reconocimiento de que después de haber arriesgado con una producción de esta naturaleza en horario principal, haya mediado una respuesta esperanzadora. El hecho es tan alentador como que, por el contrario, las redes sociales exhiban una fantástica ignorancia sobre Batlle y Ordóñez, sin duda la figura política más conocida del país. Realmente es alarmante el desconocimiento de aspectos elementales de la vida nacional, un síntoma más del retraso educativo que adolecemos.
En el caso de Batlle, cualquiera que sin apasionamiento haya mirado el programa tendrá una idea clara de lo que fue el enorme empuje realizador de este gigante. Es evidente que lo más importante de la construcción de nuestro Estado y sociedad es obra de Batlle y del batllismo. Razón por la cual, salvo excepciones, todos se declaran batllistas. Resultó muy revelador cuando el conductor interrogó a los sindicalistas del PIT-CNT que proclaman su ADN batllista, pero que sin embargo ninguno es colorado. Se quedan en silencio y luego Read, ingeniosamente, dice que hoy en día Batlle estaría con ellos, lo que es exactamente opuesto a lo que él predicó. En efecto: Batlle consideraba que el partido político no debía contaminar al sindicalismo, representante de los intereses gremiales, del mismo modo que esta visión no debía tergiversar la del partido. No sé si fue un acierto, porque habiendo sido el Partido Colorado el líder del progreso social, con el correr del tiempo el sindicalismo se identificó más con el anarquismo, comunismo o socialismo, que alternativamente predominaron en su seno.
La única voz crítica fuerte es la del Cr. Conrado Hughes, que hace responsable a Batlle de los 300 mil funcionarios actuales del Estado, e ignora hechos tan elementales como la expansión de los servicios educativos, que en la época de Batlle era unos 15 mil y hoy son 60 mil. O que los Gobiernos departamentales, en su mayoría nacionalistas, pasaron de unos 1.800 a casi 40 mil funcionarios. El diario El País, con más mesura, reitera algunas de las críticas históricas contra el batllismo: que habría postergado al interior, cuando en realidad llevó un liceo a cada departamento, trajo a Alberto Boerger de Alemania para fundar un establecimiento pionero de investigación agrícola, promovió la fundación de la Facultad de Agronomía (con su ministro Eduardo Acevedo) y, entre otras cosas, creó en el Banco de la República un sector especial para el crédito rural.
En cualquier caso, lo relevante es el éxito del modo de comunicar la historia y la acogida multitudinaria de un público al que el prejuicio lo ubica como despectivo de estas programaciones de valor cultural. La necesaria mirada hacia arriba que representa un esfuerzo de esta naturaleza contradice toda la tendencia que ha derruido nuestra educación con un facilismo que iguala hacia abajo y nos va apartando de un mundo en cambio, en que el conocimiento domina la producción y el desarrollo.