La conformación de espacios políticos debe efectuarse desde los partidos políticos y no en contra de estos.
En el espectro opositor se ha puesto de moda hablar de espacios políticos, más allá de los partidos. Se dice, con algo de razón, que por qué no sumarnos aquellos que pensamos más o menos parecido. Justamente, para eso nació la doble vuelta, que permitió sumar los segmentos más parecidos de la opinión en una u otra opción.
Está claro que la oposición al Frente Amplio tiene que ofrecer una alternativa viable, capaz de generar confianza. En el comienzo de este tercer gobierno del Frente Amplio se advierten ya desgastes importantes y todo hace pensar que estos continuarán, porque su incoherencia ideológica ya hoy es insoslayable. Está claro que de un lado están los que creen que el desastre educativo merece un tratamiento y quienes piensan que estamos en el mejor de los mundos. Así como hay quienes creen que el Uruguay debe estar en el mundo comercial y quienes pararon la negociación preliminar del TISA, aun sin saber su contenido, por simple rechazo a la globalización.
Lo ocurrido en Venezuela y en Argentina alienta a la oposición y con razón. Pero la lección hay que entenderla en toda su dimensión.
En Venezuela la oposición ganó cuando se unió, pero ello ocurrió porque la dictadura chavista, con sus arbitrariedades, prácticamente se lo impuso. Acorralados por el chavismo, lucharon juntos, acallaron diferencias y de ahí el resultado. Pero no puede olvidarse que el problema de Venezuela fue —justamente— la pérdida de sus dos grandes partidos; no fue Hugo Chávez quien los debilitó, sino que, a la inversa, él fue un hijo de esa claudicación.
El caso argentino es diferente y la elección de Mauricio Macri muestra, precisamente, un buen ejemplo de construcción de una alternativa. Él formó el PRO con gente nueva, que le aportó a la vida política argentina. No nació de dividir a los otros, sino de promover valores nuevos como lo son la vicepresidente Gabriela Michetti, la gobernadora María Eugenia Vidal (que era su vice en el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires) o el ministro Rogelio Frigerio. Ganó dos veces la capital, hizo un buen gobierno y eso lo proyectó. Llegó tarde a la política, pero luchó diez años para llegar, ofreció la garantía de quien incluso gobernó con la hostilidad de un gobierno kirchnerista que ofreció la peor versión del peronismo.
Estas reflexiones importan porque nuestro país podrá orquestar un cambio en la medida en que los dirigentes de la oposición generen esa credibilidad, esa expectativa, esa confianza.
Lo que está claro es que, si se quiere unir, lo peor es comenzar dividiendo. Fraccionar aún más a la opinión pública es un camino contradictorio con lo que se busca. Refrescar a los partidos políticos es necesario, pero ha de hacerse adentro de ellos y no desde afuera, debilitándolos, como pasó en Venezuela aun antes de Chávez, durante el gobierno del Dr. Rafael Caldera, que llegó al poder expulsado de su propio partido.
Un siglo de experiencia democrática en el mundo nos dice que la presencia de partidos organizados es fundamental para tener gobiernos estables. Inglaterra y Estados Unidos son buenos ejemplos. Italia también es un ejemplo de lo contrario, porque el fraccionamiento partidario llevó a la constante debilidad institucional. Hoy España parece encaminarse a ese mismo destino, cuando además del Partido Popular (PP) y el Partido Obrero Socialista Español (POSE) (y los partidos nacionalistas catalán y vasco), ahora están también Ciudadanos y Podemos, horadando a los dos primeros, lo que probablemente lleve a que quien gane la elección pierda el Gobierno a manos de una coalición de minorías relativas.
Nuestro país tiene, en su base democrática, un conjunto de partidos que han sido su historia y que siguen siendo su presente. Los dos partidos tradicionales han vivido renovándose y lo volverán a hacer ahora, esperemos que con éxito. El propio Frente Amplio, que ya es un partido histórico, sumó cosas muy diferentes, pero llegó justamente porque sumó y electoralmente consolidó su coalición, la misma que hoy cruje en el Gobierno por esa incoherencia ideológica.
Toda esta reflexión conduce a señalar que son bienvenidas las aproximaciones, porque la democracia es diálogo. Del mismo modo que hay que asumir que esos espacios deben ser instancias de coordinación de partidos y no de sustitución de ellos. Todo lo que sea dividirlos, fraccionarlos o desdibujarlos a la corta o a la larga no será bueno, porque se contradice con el gran propósito de ofrecer una oposición responsable y coherente, capaz de sustituir con éxito a este Frente Amplio que comienza a decaer.