La corrupción y el compromiso

La corrupción no es sólo un problema legal, moral o ético, es un problema político de importancia mayor que está destruyendo la política y la democracia y corroyendo nuestras sociedades. La corrupción acaba con la confianza de la gente en sus dirigentes y de los ciudadanos en sus vecinos.

La corrupción por dinero -la que todos más directamente vinculamos al concepto- generalmente está tipificada y penada por la ley y puede ser perseguida, por lo que frente a ella siempre queda la esperanza de que las instituciones funcionen y de que los corruptos puedan ser castigados por la vía judicial.

Pero es sobre la corrupción de la política sobre la que queremos poner atención porque corroe la confianza entre la gente y, aunada a la del dinero, son capaces de liquidar las instituciones y hacer difícil la convivencia social.

Por la dinámica que genera de frustración y descreimiento, la corrupción política transmite una sensación de engaño y propicia salidas no democráticas, como sucedió en la Argentina del 2001 cuando se generó aquel grito desesperado “qué se vayan todos”, y que en la Venezuela de los 90 sirvió de caldo de cultivo para la irrupción de un caudillo militar.

La corrupción de la política, la politiquería, la negociación de carguitos y prebendas personales o para el partido, el toma y dame, el manoseo, es vivido por el ciudadano como una traición. Una deslealtad y un desprecio que deja la sensación de haber sido utilizado para fines no acordados previamente con él, que es desechado como un bagazo a ser recogido la próxima vez que se lo necesite. Eso es evidente hoy en el partido de gobierno y en sus seguidores.

Estas acciones políticas cuasi delictivas no tipificadas en la ley -frente a las que el ciudadano común y corriente se siente totalmente indefenso porque no tiene ni cómo ni ante quien reclamar- son las que más daño producen a la sociedad y a la democracia y es contra ellas que se espera que la sociedad civil organizada actúe.

Conductas cuasi delictivas

Sin partidos no hay democracia. Los Partidos Políticos son esenciales y es fundamental que los primeros en comprender esa gran verdad sean sus propios dirigentes para que puedan, responsablemente, actuar en consecuencia.

La sociedad está harta de la corrupción, no sólo porque muchos se han enriquecido vendiéndose y comprándose, también porque lo vive como una mera utilización de su presencia sin que ella represente ningún compromiso para los partidos.

Frente a la corrupción política que afecta la confianza de la gente, se desarrolla una relación perversa que llega a corroer las bases mismas de la sociedad democrática. Quizás esto explique el porqué en algunos países, ante gobiernos populistas cuyos dirigentes han hecho incluso ostentación de enriquecimiento ilícito, mucha gente los sigue votando – y hasta los comprende o justifica- a cambio de no sentirse traicionados. Se llega a preferir el autoritarismo al desprecio de la utilización.

En Argentina, a pesar de haber vivido procesos dictatoriales tan cruentos como los que han sufrido, ni la oposición ni el gobierno han logrado construir las bases de un programa que les sirva de punto de partida común y el fantasma de la inestabilidad de la democracia ronda permanentemente.

En Venezuela, la Mesa de la Unidad Democrática se ha ofrecido a la sociedad como un acuerdo programático y de principios fundamentado en la Constitución de 1999 y no como un acuerdo meramente electoral. Si los partidos no actúan en consecuencia – y hay algunas señales de que algunos no lo van a hacer- propinarán un nuevo golpe a su propia credibilidad y con ello a la lucha por la libertad y la democracia.

Ante la debilidad de las instituciones, quienes tienen la obligación de exigir honestidad, responsabilidad, transparencia y coherencia son las organizaciones de la sociedad civil.

En el caso de Venezuela, fue la denuncia de la corrupción la que llevó al poder a un caudillo militar y todo parece indicar que será su propia corrupción la que sacará del gobierno a sus herederos. La gente quiere y necesita gobiernos serios y decentes.

No se trata sólo de que el régimen de Maduro implosione corroído desde sus propias entrañas. Es imprescindible también contar con partidos y dirigentes que hoy están en la oposición y que mañana deben ser capaces de reconstruir responsablemente el país y sus instituciones democráticas.

El compromiso adquirido por los partidos de oposición alrededor de la unidad programática basada en el respeto de la Constitución Nacional es un logro fundamental de la sociedad civil. De la observancia de ese compromiso depende el futuro del país.

De la misma manera, la selección de candidatos idóneos, que se comprometan públicamente y sean capaces de llevar adelante el programa de la unidad sin traiciones ni deslealtades, es fundamental, no sólo para la gobernabilidad, también para el rescate de la credibilidad y el fortalecimiento de los partidos.

Desde el dolor (II)

Quiero dedicar esta columna a todos los habitantes de Venezuela que hacen vida cotidiana con una sonrisa y una canción en los labios a pesar de la terrible y permanente inseguridad que padecen.

Las estadísticas

Según cifras de la ONU -que surgen de la información oficial proporcionada por los gobiernos-  en 1998 en Argentina la tasa de homicidios fue de 7,22 por cada 100.000 habitantes mientras que en Venezuela fue de 19, y en 2012 la tasa de homicidios en Argentina bajó a 5,5, mientras que en Venezuela subió a 53,7 por cada 100.000 habitantes. En Venezuela hubo en 1998 4.550 homicidios, y en 2012 16.072 según cifras oficiales.
En los primeros 14 años de discurso populista y militar en el gobierno, en Venezuela la tasa de homicidios -según cifras oficiales- se triplicó y sigue creciendo. Según otros observadores independientes, se cuadruplicó.

Las agendas

Con motivo de los procesos electorales de Uruguay y Brasil y de la campaña electoral ya en marcha en Argentina, tiende a posicionarse un análisis -que tuvo su antecedente en Venezuela con Chávez- según el cual mientras las campañas oficialistas se orientan a defender los avances y logros programáticos alcanzados por sus gobiernos, “la agenda de la derecha” sólo se sostiene sobre los temas de la corrupción, la inseguridad y la inflación por no tener que proponer en materia de política social, educación, salud o empleo.
Ese breve párrafo, que los oficialismos repiten una y otra vez, resume muy bien su discurso que incurre en peligrosas simplificaciones tanto para el análisis político de la realidad de nuestros países, como para la defensa de los intereses de los sectores populares que pretenden representar.
Meter en una sola bolsa a toda oposición contribuye a una polarización innecesaria que, aunque tiene objetivos electorales en el corto plazo, en el mediano favorece un clima de intolerancia política que no es conveniente para la consolidación de la democracia.
Darle connotaciones ideológicas a los problemas y no a las soluciones transmite la idea de que es la oposición quien se preocupa por ellos, y conlleva el mensaje de que las fuerzas hoy en el poder son corruptas y que no se preocupan por la inseguridad y la inflación que tanto afectan a toda la población.
Cuando se habla de esos problemas y se dice que conforman la agenda de la oposición, por una parte se está diciendo que no forman parte de la agenda del oficialismo, y, por la otra, se está insinuando que esos temas son vistos, por esos gobiernos, como problemas que sólo afectan a los sectores sociales medio y medio-alto (tradicionalmente de derecha, según ellos), cuando en realidad estadísticamente es perfectamente claro que los sectores más afectados por la inseguridad, la corrupción y la inflación siempre son los que tienen menos recursos.

Las otras víctimas

Pero la consecuencia más terrible de ese tipo de análisis, es que abandona y deja en total indefensión a todo aquel que teme por su seguridad.
En Venezuela lo que estamos diciendo adquiere visos de tragedia. Cuando un país llega a la situación de ser considerado uno de los más peligrosos del mundo surgen tres tipos de sujetos que necesitan ser comprendidos, contenidos y atendidos, a quienes ni los discursos, ni el gobierno ni la polarización política les resuelve nada y que están solos frente a la tragedia:  las víctimas propiamente dichas, sus familiares cercanos y los millones de personas que lo único que anhelan es vivir en paz y seguridad, y que viven en un permanente estado de terror atenazados entre la delincuencia, las policías y el gobierno militar.
En Venezuela a las 21 Hrs. el transporte colectivo prácticamente desaparece, las calles se vacían, los restaurantes cierran, los semáforos dejan de cumplir su función pues nadie se detiene ante una luz roja por miedo a que lo asalten, los automóviles a los que se pincha una goma siguen rodando y si el auto se detiene por alguna falla mecánica, el propietario prefiere correr el riesgo de dejarlo en la calle hasta que pueda regresar a buscarlo de día, porque sabe que quedarse a esperar una grúa puede significar la muerte. 
Mucha gente anda armada y especialmente los funcionarios del gobierno hacen ostentación de ello y de sus guardaespaldas. Un accidente de tránsito con un motorizado o un raspón con otro carro, puede derivar en una tragedia y mirar distraídamente al guardaespaldas de algún “chivo” del gobierno puede llevar a la cárcel. Los militares hacen lo que les da la gana y los empleados públicos -obligados a asistir a las marchas con el uniforme oficial- no hacen comentarios sobre política  por miedo a ser escuchados por un sapo o confidente que lo haga perder el empleo.
En fin, el problema de la seguridad no es el mismo en todas partes ni tiene las mismas causas ni las mismas soluciones, pero decir, o peor aún, creer que es un tema de la derecha, como también lo serían la corrupción y la inflación, además de inhumano es un gravísimo error.

El humor político en Venezuela y Argentina

Sobre Pinochet se dice que no le molestaban los chistes que se hacían sobre él…, hasta que se los explicaban.

“Se salvó la Patria”, gritó exultante el médico para anunciar al gabinete que el General Gómez, el dictador que gobernó Venezuela de 1908 hasta 1935, ya en su lecho de muerte con un cáncer de próstata, había logrado echar tres gotitas de orina. Esta anécdota fue lo primero que me vino a la mente cuando supe que habían despedido, por una caricatura, a Rayma del diario El Universal.

Aunque hoy la imagen que nos transmite la anécdota referida pueda resultar una caricatura de una época pasada, también sirve para ilustrar buena parte de lo que está sucediendo en Venezuela.

La mezcla simbiótica de militares, civiles arribistas y un concepto simplón de Patria basado en un relato hollywoodense, y elaborado a su medida por los mismos militares que lo administran, da para cualquier cosa, como por ejemplo, para perseguir periodistas -especialmente humoristas- que no pueden dejar de ver en esa mezcla un filón inagotable de inspiración.

En circunstancias como las que se están viviendo, las intervenciones de los humoristas desnudan con mucha perspicacia y una envidiable capacidad de síntesis situaciones que suelen ser incluso trágicas en su profundidad.

Sería una gran mentira decir que todos los civiles que apoyan el proyecto chavista son arribistas. No tengo dudas de que la gran mayoría de los que allí trabajan son gente honesta que cree firmemente en ese proyecto y trabaja denodadamente por él pero ¿qué duda cabe de que para congraciarse con el Gobierno despidieron a Rayma? Ni el más ingenuo piensa que el despido fue por razones ideológicas. Sólo hubo razones crematísticas.

“Que el patrón quiera congraciarse con el Gobierno” no es una causal de despido. Debe ser denunciado  incluso por los chavistas, pero hay miedo, la mezcla simbiótica también los amenaza, y de esto puede dar testimonio Jorge Giordani.

Giordani, ministro por 14 años y hombre de confianza de Chávez hasta su muerte, fue despedido por Maduro cuando se atrevió a denunciar el robo de 20.000 millones de dólares realizado a través de la Comisión Administrativa de Divisas sólo entre los años 2012 y 2013.

Para que tengamos una idea clara de las magnitudes de las que estamos hablando, es bueno que consideremos que el total de las reservas internacionales de Venezuela es de 21.000 millones dólares y el total de las de Argentina son USD 29.000 M. En Venezuela se robaron -en dos años- un monto casi igual al total de las reservas internacionales. Entre otras razones, es por eso que no hay medicamentos y la sanidad pública está en terapia intensiva, que es lo que denuncia Rayma en su caricatura.

Aunque parezca un chiste, Rayma y Giordani (ella de la oposición y él del gobierno) fueron despedidos por los mismos y con el mismo objetivo: acallar la denuncia.

Argentina y Venezuela

Aunque hay similitudes, las diferencias son inocultables en temas como la  libertad de prensa. Valga por ahora una referencia cuantitativa; mientras en Venezuela las agresiones, detenciones y casos de censura se cuentan por cientos y constituyen una Política de Estado, en la Argentina sobran los dedos de las manos para contar las denuncias de este tipo de hechos.

En tanto que en Venezuela  no hay humorista opositor que en los últimos 15 años no haya sido agredido, censurado, detenido, multado o despedido, en el mismo lapso ningún humorista ha sido perseguido en Argentina, más allá de alguna crítica.

Lo que llama poderosamente la atención es el escandaloso silencio de los argentinos frente a estas denuncias en Venezuela. Que el gobierno calle, aunque es injustificable desde el punto de vista ético, tiene explicaciones políticas y económicas. Pero que callen sus intelectuales, comunicadores y humoristas de avanzada resulta inexplicable, no sólo porque ellos sufrieron en carne propia la censura de gobiernos militares y saben de lo que se trata, sino además, porque muchos de ellos conocen Venezuela o buscaron allí refugio y fueron acogidos sin reserva por los colegas que hoy son perseguidos allá.

Dependiendo de la generación, muchos de estos intelectuales, comunicadores y humoristas argentinos conocen personalmente la obra de Pedro León Zapata, Laureano Márquez, Luis Chataing o Rayma Suprani, y muchos otros ¿Por qué callan? ¿La cuestión político partidista puede llevar hasta el silencio cómplice?

Estos son  temas que merecen ser tratados aparte.