Por: Lisandro Varela
La mejor jugada posible para la Presidenta es adelantar las elecciones de octubre a mayo de 2015 y anunciar un paquete de medidas que se resumen en la palabra que todos sobrevuelan pero nadie dice: ajuste.
Los que saben coinciden en que con un ajuste milimétrico, en todos los frentes y liderado de manera honesta, el país se ordena y vuelve a crecer en poco tiempo.
Pero el kirchnerismo no está dispuesto a hacer eso, porque en la lógica política básica no tiene sentido hacer el trabajo sucio y que el beneficio se lo lleve el próximo.
La oportunidad del kirchnerismo es despertar a la realidad de que ya no pueden ganar y entender que la mejor opción es perder en sus propios términos. Hay poesía japonesa en un político que puede elegir como perder. Cristina Kirchner tiene la oportunidad de perder con patriotismo.
Si el gobierno adelanta las elecciones gana mucho en una sola jugada. Empareja el cronograma electoral al ciclo político que se termina, obliga a los líderes de la oposición a definirse sobre medidas concretas de fondo que vienen reclamando, empuja a los peronistas no kirchneristas a acelerar el despegue o a quedarse.
Para mayo de 2015 falta mucho. Por eso fijar las elecciones ese día sería visto como una medida de liderazgo y no de desgobierno. Está el ejemplo de Alfonsín, que le ganó un largo partido de truco a los militares en beneficio de la democracia porque supo manejar los tiempos pero tuvo que dejar el gobierno antes y apurado porque no pudo tratar con la economía. También está el ejemplo de Duhalde, en cuya biografía política no pesa haber entregado antes el mandato justamente porque él mismo se puso fecha de salida.
Irse antes les puede sonar impensable, porque en el kirchnerismo conviven una vieja guardia santacruceña con muchos años adentro del Poder con un montón de jóvenes que llevan años militando pero todavía no saben cómo es cuando toca ir a las duchas.
La nadería por la que circula el equipo económico que drena dólares todos los días se explica porque el kirchnerismo se enfrenta al problema de tener que hacer justo lo que combatió en el discurso con amplificador por diez años.
El arte de perder consiste en pagar el costo político de hacer algo distinto cuando lo que venias haciendo ya no va a funcionar.