La ley y el juego: anomia y personalismos

Lucas Arrimada

La selección nacional no jugó bien. El juego del equipo estuvo lejos de gustar, de ser atractivo para los ojos de los exigentes hinchas argentinos, y apenas fue efectivo. Se ganó 2 a 1. Un gol en contra y un gol del mejor jugador del mundo. Más allá de los increíbles talentos, de los rivales que no asustan, de todo el trabajo previo, algo parece faltar en el corazón de un equipo que podría brillar y hacerse respetar.

El Mundial recién comienza. Un primer partido no determina nada y el equipo de Sabella puede encontrar su propia magia, ganar y gustar. Sin embargo, al hacer esta descripción de aficionado parece que estuviésemos sintetizando el imaginario histórico de nuestra vida como sociedad: grandes expectativas, bajos resultados. Alto potencial, bajo rendimiento. Tenemos recursos abundantes pero vivimos en una sociedad con pobreza estructural. Todos reconocen mucho talento individual pero un juego social siempre desdibujado.

Los paralelismos entre la selección y su juego, vis a vis, la sociedad argentina y su vida política e institucional, resultan no sólo evidentes sino extremadamente gráficos.

El primero de los aspectos más notables de nuestro juego disfuncional es la tendencia a la anomia colectiva: La sociedad argentina tiene una seria dificultad de respetar y cumplir la Ley. El segundo, es la concentración de poder en los “jugadores” excepcionales del sistema político. La salvación del partido está concentrada, no en estrategias conjuntas y al largo plazo sino en líderes personalistas.

Respetar la ley es jugar en equipo y cooperar con los demás.  Desde la propia Constitución pasando por toda la legislación no hay área sin problemas de anomia social. A nivel de nuestra ley suprema, la Constitución Nacional, tenemos muchos ejemplos de artículos que se incumplen, se ignoran o directamente se violan (Art. 14, 16, 17, 18, 24, Art. 75 inc 22, 99 inc. 3, 114, 121 y ss). Incumplir la ley suele ser la regla. Cumplir la ley es la excepción. Eso se traduce en conflictos sistemáticos: Corrupción, falta de transparencia, poca información, debilidad institucional, imposibilidad de pensar según reglas claras, cortoplacismo, conflictos de interés, nepotismo, evasión impositiva, etc. tanto en el sector público o privado, en el poder ejecutivo, legislativo y judicial; en gobernaciones, municipios o a nivel nacional, sin distinción de partido político ni gobierno pasado o presente.

La anomia social es una práctica histórica. Todos jugamos ese juego y todos perdemos, día a día. Nadie gana con la anomia cultural. Esto genera, por un lado, un juego social individualista que piensa en sacar ventajas personales al incumplir la ley sin observar el daño colectivo y el auto-infringido. Por eso, Carlos Nino, llamó a este tipo de conducta “anomia boba”. Por otro lado,  el segundo aspecto, al sobredimensionar la importancia de los liderazgos de los supuestos “capitanes” se olvida que todo jugador es parte de un equipo y se encuentra en un juego colectivo. Esto se acompaña con concentración de poder, personalismos fuertes y una cultura “delegativa”. Se espera que “Maradona” o “Messi”, o cualquier líder  político coyuntural,  salve “el partido” individualmente con su “excepcionalidad”. Esa apelación a los “pilotos de tormentas” es parte de una cultura presidencial, ejecutiva y de emergencia que limita el juego democrático y reduce el poder a pocas manos. Ningún jugador puede ser más importante que el equipo o que el mismo juego.

La falta de juego cooperativo en nuestro respeto por la ley es públicamente reconocible. Al mismo tiempo, la subordinación social a las decisiones, virtudes y defectos de los liderazgos personales en un juego colectivo como el democrático es siempre contraproducente. Por eso, sería un grave error depositar todas las expectativas en habilidades individuales en contexto de un juego de dinámicas colectivas.

La sociedad no puede triunfar a nivel social a través de delegar todo en los talentos individuales o excepcionales. La clave es jugar colectivamente para ganar colectivamente, haciendo cooperar las virtudes individuales con la fortaleza del trabajo en equipo.

Identificar y pensar esas disfuncionalidades en el juego político y social es el primer paso para trabajar por una sociedad más democrática e igualitaria ante la ley.