El cuentito de la democratización y la solidaridad selectiva

Luis Gasulla

En La Plata, la inundación no sólo sacó a la luz la pobreza en la que viven millones de argentinos. Las miserias políticas de sus gobernantes también quedaron expuestas. Luego de diez años de un aluvión de crecimiento económico, de supuesta redistribución de la riqueza y de disminución del desempleo, vastos sectores de la sociedad conocen las bondades del llamado modelo “nacional y popular” sólo en tiempos electorales. “Vienen a dejar algo cuando es época de votar”, fue una de las frases más escuchadas en los barrios olvidados del conurbano platense.

El copamiento del grueso de organizaciones sociales, financiadas por el Estado, denominadas Unidos y Organizados, de la solidaridad espontánea de los vecinos no es una crítica a la política como sí. Se trata de la eterna confusión que ejercen dirigentes como Andrés “El Cuervo” Larroque del Estado con el gobierno y, más aún, con un partido, el único, el que está en el poder.

Aquí, en China y en cualquier país del mundo, a eso se lo conoce como totalitarismo. La preocupación de la Presidenta de “los 40 millones de argentinos”, como suele repetir Cristina y su locutora oficial hasta el hartazgo, pasa por maniatar a la díscola Justicia “corporativa”. No debería sorprender a nadie el nuevo avance del gobierno sobre la Corte Suprema de Justicia y las “malditas” cautelares ya que fueron los únicos que frenaron, o le quitaron el pie del acelerador a un gobierno que iba “por toda” la prensa. En ese contexto se explica la reacción del citado Larroque frente a una pregunta del conductor del noticiero de la Televisión Pública, Juan Miceli. “Puede preguntar lo que quiera pero se tiene que bancar la respuesta”, dijeron los voceros oficialistas.

El diputado camporista reaccionó como un patrón de estancia sorprendido ante un peón que le escupe el asado en su propia casa. “El noticiero lo maneja la Cámpora”, confesó la panalista de Duro de Domar Julia Mengolini, de forma abierta y clara. Ante las repercusiones de la noticia y las posteriores declaraciones del periodista en “Ahora es Nuestra la Ciudad”, programa que conduzco en FM Identidad, la Presidenta se mostró a todo momento con Larroque.

También es cierto que La Cámpora venía siendo denunciaba por apropiarse de la ayuda solidaria de miles de personas y presionar a los vecinos que querían ayudar sin banderías políticas ni ponerse la pechera de nadie. Sus dirigentes volvieron a reivindicar a la militancia y la política, eso sí, la de ellos. El resto sería antipolítica. El programa ultraoficialista 678 sacó del archivo una imagen de Juan Miceli con el buzo de “Un Sol para los Chicos” y criticó la pregunta que hizo “desde su cómodo sillón” de conductor. Sus panelistas asintieron con la cabeza ¿sentados sobre un tendal de espinas?

Ninguna voz se solidarizó con Juan Miceli, víctima de un apriete en directo, por un diputado que, en la actualidad, ostenta un poder enorme de influencia sobre la Presidenta de “todos” los argentinos. Nada dijo Cristina. La solidaridad, en el poder político, aparece y desaparece según quién sea la víctima. Semanas atrás, dos punteros políticos enviados por funcionarios de segunda línea del gobierno del Chaco de Jorge Capitanich, me apretaron en un programa de radio de Resistencia y dijeron, públicamente, que no salía del estudio sino me rectificaba de las denuncias que había realizado en mi investigación periodística. El conductor radial, Roberto Espinoza, que me defendió al aire fue despedido de su productora televisiva al día siguiente con uno de los matones como invitado.

El gobierno chaqueño expresó el repudio frente al despido de Espinoza pero nada dijo del motivo ni del apriete previo que había sufrido en mi viaje por el Chaco. 48 horas después, los medios oficialistas y paraestatales invitaron a Pedro Robledo, un joven que había sido atacado por ser homosexual por un grupo de fervientes católicos. La Presidenta se solidarizó con él “a pesar de que me dijeron que es del PRO”. La diversidad, en ese caso, podía plasmarse en la realidad. Guillermo Moreno aplaudió el discurso de Cristina pidiendo paz entre los argentinos. Nadie mencionó que estaba a cargo de “los doce apóstoles” que desde hace años amedrentan trabajadores díscolos en el Indec y que sale a “copar la parada” en los actos públicos.

Mucho se ha hablado de la violencia de género en la Argentina pero a Laura Elías, ex mujer del diputado oficialista y camporista José Ottavis, ningún referente del gobierno mencionó su tema. El caso de Elías como el de Paula de Conto, víctima de las amenazas de Guillermo Moreno, son paradigmáticos pues muestran la otra cara de la solidaridad y el pluralismo oficial. El modelo no se discute, se acata. El poder no se negocia, se obedece. En un verticalismo absoluto, repitiendo los vicios de lo peor de la política, ha crecido una generación que sólo conoce las virtudes y defectos del proyecto del “vale todo” y del “vamos por todo”.

La historia es cíclica y, tal vez, en unos cuántos años, en las escuelas habrá que explicarle a los niños que hubo un tiempo en nuestro país que millones creyeron que La Cámpora era el Estado y que si te portabas bien y obedecías, Ella acudiría a ayudarte. Entender a la política como una forma de dominación, y no como un servicio, no es muy progresista que digamos. Quizá sea hora de analizar viejos conceptos y contrastarlos con la dura realidad.