Por: Luis Rosales
Nadie duda del impacto impresionante que la elección de Jorge Bergoglio como ocupante del trono de Pedro ha tenido puertas adentro de la Iglesia Católica. Tampoco del interés, orgullo y esperanza que ha generado en millones de seres humanos de todo el mundo, especialmente los que viven en las zonas pobres o marginadas, los que habitan las periferias existenciales a las que precisamente tanto él mismo se refiere.
En estos pocos meses de papado, ha planteado uno a uno los grandes desafíos y problemas que afectaban a la institución espiritual más poderosa y extendida de la tierra. Las finanzas, la pedofilia, los abusos de todo tipo, entre otras incongruencias e incoherencias, enfrascado en un afán imparable de ir enfrentando las amenazas que la habían hecho tambalear en los últimos años y que hasta provocaron la renuncia de Benedicto XVI.
Sólo basta asistir a una de las audiencias colectivas de los días miércoles en la Ciudad del Vaticano, para descubrir la potencia de sus palabras, la imponencia de su ejemplo y la masividad de su mensaje. Lo mismo si uno revisa la prensa mundial, donde no pasa un solo día sin que algo se diga, se comente o se exalte sobre algún gesto, un discurso o un guiño del Papa argentino. Una verdadera bocanada de aire fresco para una organización que parecía cerca de la asfixia.
Sin dudas, Francisco va a pasar a la historia por la elección de su nombre, por las reformas que plantee y pueda instrumentar hacia adentro, por su ecumenismo y diálogo interreligioso, y por su visión y preocupación permanente por los pobres y desprotegidos. Con eso le bastaría para marcar un antes y un después, una vuelta a los principios y valores fundacionales de la Iglesia de Cristo. Pero también si él se lo propusiera podría ejercer un rol central en el diseño del nuevo mapa de poder que se está gestando en el planeta que vivimos.
El mundo enfrenta una época de profundos cambios geoestratégicos. La hegemonía estadounidense surgida tras el colapso por implosión del comunismo y de la Unión Soviética en 1989 está siendo desafiada por las potencias emergentes, especialmente las que representan a las dos civilizaciones más antiguas y desarrolladas de Oriente. La Europa unida, enfrenta problemas graves, que la tienen muy entretenida en sus propios asuntos. Por eso, todo hace suponer que en un proceso lento y gradual, la preponderancia de nuestra civilización y sus valores, la libertad individual, los derechos humanos, la trascendencia de destino, el progreso constante, pueden quedar subsumidos por un nuevo orden que poco a poco vaya imponiendo otros, más propios de otras civilizaciones. Desde hace medio milenio, con el salto impresionante que significaron los grandes descubrimientos, sumados a las interminables peleas por imponer limitaciones a los abusos del poder, es que nuestra civilización occidental, primero a través de las diferentes potencias europeas y después con la posta tomada por los EEUU al terminar la Segunda Guerra Mundial, constituyó la fuerza predominante que dirigía a la humanidad.
Una eventual transferencia del cetro del poder mundial desde Washington a Beijin, seguramente tendrá mucha más trascendencia que un cambio de capitales. La civilización china se construyó a partir de otras premisas y valores, totalmente distintos a los nuestros y que aunque muy respetables, se nos harían muy difíciles de tolerar y aceptar. Orden absoluto en lugar de libertad individual, Estado y autoridad omnipresente, muy poco lugar a la religión y a la trascendencia espiritual. Así como en los ochenta, la elección de un Papa polaco fue clave para darle el golpe de gracia al ya decadente modelo dirigido con mano de hierro desde Moscú, ahora la presencia de un argentino en el mismo lugar podría permitir la integración de una nueva coalición de poder, que asegure la permanencia de nuestra civilización y sus valores por varios años más.
Francisco con su prédica permanente señalando los errores y falencias del sistema vigente; con su visión dual de latinoamericano formado y forjado en la dureza de las villas porteñas, pero con la cultura europea mamada desde la cuna, puede aportar una visión superadora pero no destructiva de todo el sistema. Puede hacerle ver a los algo decadentes poderes centrales que necesitan una renovación y un replanteo de objetivos y miras. Puede hacer renacer la potencia y la fuerza de los valores y principios que construyeron toda una civilización. En definitiva, con su aporte y su originalidad puede hacer sentar a Latinoamérica a la mesa de tres lados que debería constituirse, conjuntamente con Europa y los americanos del Norte, para generar un nuevo renacer civilizatorio.
Nuestra región, enfrentando ahora la crisis terminal de las aventuras e ilusiones populistas de los últimos años, puede contribuir enormemente en esta nueva construcción. Con sus inagotables recursos naturales, con su gente y sus ideas, pero por sobre todo con una visión innovadora que permita rejuvenecer y sanear prácticas y procedimientos, para volver a acercar los medios a los fines. No se trata de reemplazar el hegemonismo estadounidense por uno nuevo que surja de México DF o de Brasilia, sino de integrar hacia arriba a todos los humanos que compartimos la misma cosmovisión. Así como después de la Segunda Guerra Mundial, los EEUU le tendían una mano a la destruida Europa, ahora las enriquecidas y desarrolladas ambas márgenes del Océano Atlántico norte deberían hacer lo mismo con sus hermanos del sur. No sólo por caridad o compasión con los que sufren y están peor, sino por una necesidad de subsistencia y proyección futura.
Sólo así se logrará prorrogar la primacía de nuestra forma de vida, que tanto nos ha costado conseguir, claramente mejorada y superada con nueva sangre y perspectiva, y al mismo tiempo se podría elevar y equilibrar las enormes diferencias e injusticias que todavía subsisten entre el desarrollo y el subdesarrollo. Qué mejor que el líder espiritual más importante de toda esta mitad del mundo hilvanando este nuevo orden. No con la espada, ni el poder del dinero, sino con la palabra, los gestos y el ejemplo. Si él se lo propusiera, esa es la magnitud del rol geoestratégico del papa Francisco, el papa argentino.