Alpargatas sí… ¡y libros también!

María Belén Chapur

¿Dónde quedaron aquellos tiempos de gloria de nuestras universidades públicas? Aquellas épocas doradas, que en el pasado ya lejano dieron a luz a grandes hombres que obtuvieron máximos galardones. Carlos Saavedra Lamas (Nobel de la Paz, 1938), Bernardo Alberto Houssay (Nobel de Medicina, 1947), Luis Federico Leloir (Nobel de Química, 1970), Adolfo Pérez Esquivel (Nobel de la Paz, 1980) y César Milstein (Nobel de Medicina, 1984). Todos ellos, sin excepción, egresados de la UBA y de la Universidad de la Plata.

Si la educación es el pilar fundamental para el desarrollo sostenido de una nación, ¿por qué entonces no hacer hincapié en ella? No basta sólo con elevar el presupuesto en educación. Hay que invertirlo eficientemente. Y si no miremos a India y Singapur, que sólo invierten el 3,3 % de su PIB obteniendo grandes resultados, en contraposición a Cuba, que con una inversión del 12,9% de su PIB, sigue siendo uno de los países menos desarrollados.

Argentina actualmente invierte en educación el 6% de su PIB, pero esto parece no alcanzar. ¿Qué nos paso? ¿Por qué la Universidad de Sao Pablo figura en prestigiosos rankings internacionales en el puesto 146, la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) en el puesto 163 y la UBA allá, por el puesto 175? Sería bueno preguntarnos en qué estamos fallando, en lugar de creer que seguimos siendo los mejores y que los que se equivocan son quienes elaboran esos rankings.

¿Por qué tenemos que destruir y refundar con cada nuevo gobierno, en lugar de mantener la herencia de aquello que funciona y mejorarlo? Es más productivo pensar que todo se puede mejorar. Observar lo que hacen en otros países para copiar y pegar todo aquello que nos pueda ser útil.

En estos tiempos está más de moda ser “progre” que el progreso mismo. La cultura “progre” es un pseudo pensamiento intelectual donde se dice mucho pero se hace poco. Necesitamos más ingenieros, más técnicos y menos psicólogos y abogados. El mundo va hacia otro lado en este siglo XXI, ciclo de las ciencias, la tecnología y la innovación.  El gobierno debe incentivar a los estudiantes a ingresar en las carreras de las llamadas ciencias duras. Ofrecer becas y difundir las mayores oportunidades laborales y mejores salarios que estas ofrecen comparativamente. Así lo han entendido China, Finlandia, Singapur, Vietnam, entre otros.

Podemos entrar también en una discusión sobre la gratuidad de la universidad. Sería una batalla perdida y seguramente más de uno me llamaría fascista. Pero permítanme sólo una reflexión. A nuestras  universidades públicas asisten en su mayoría estudiantes pertenecientes a clase media y media alta. Son pocos los que llegan de los sectores más pobres de la sociedad, como consecuencia de una precaria educación secundaria que conlleva a la deserción escolar. Entonces me pregunto si no estamos transfiriendo riquezas en sentido contrario. Damos gratis a quienes pueden pagar, privando de una mejor educación a aquellos más pobres. Si todos aquellos estudiantes que van en auto, ya que los estacionamientos están plagados, pagarán tan sólo una matrícula, esto daría recursos para invertir en la escuela secundaria, que hoy es una fuente de retraso. Otra opción sería otorgar becas con ese dinero a aquellos que verdaderamente no pueden pagar.

Por otro parte, cuando algo cuesta, el compromiso y el esfuerzo que se invierten es mayor. Ésta es una regla indiscutida de comprobación empírica. En China, país comunista de tinte pragmático, las familias aportan dinero, que no es poco, para la educación universitaria.

Y si no queremos pagar, ¿por qué no devolver con trabajo social durante y una vez finalizada la carrera? Armar grupos de trabajo que o bien después de hora, o durante fines de semana, se dediquen a mantener estos colosales edificios en condiciones. Quizás así dejarían de pegar pancartas políticas en vidrios y paredes, y tirar papeles y coletas de cigarrillos por toda la Facultad. Esto induciría en el largo plazo a concientizar que deben cuidar lo que es de todos. Otra forma de devolución sería contribuyendo con trabajos solidarios al graduarse. Donar algunas horas semanales, enseñando o asesorando en las diferentes materias en barrios carenciados o de bajos recursos.

El ciclo básico común (CBC) es totalmente ineficiente. Permite que los aspirantes se sienten años ocupando un lugar hasta aprobarlo. ¿Por qué no copiar a Brasil e instaurar un examen vestibular de lectura y comprensión de textos? La capacidad de expresión y comprensión se está extinguiendo. Deben ingresar aquellos que estén más capacitados. El Estado y los gobiernos provinciales no tienen por qué pagar estudios a alumnos que pululan por años en la facultad sin recibirse, transformándose en eternos estudiantes. Esto es completamente ineficiente y antieconómico. Ecuador y México están introduciendo reformas al respecto para instaurar una meritocracia.

No todos los que terminan el secundario están preparados para entrar a la Universidad. Pero necesariamente se los debe preparar para insertarlos en el mercado laboral. Finlandia y Singapur resolvieron esto creando escuelas vocacionales e institutos técnicos que preparan a sus alumnos para ser mecánicos, electricistas, peluqueros, entre otras profesiones.

Con respecto a los estudiantes, deberían hacer menos política y estudiar más. Existe una Universidad de Ciencias Políticas para aquellos cuya vocación sea el servicio público. Pero acá y en el resto del mundo a la facultad se va a estudiar. Prepararse para ser el mejor y no un mediocre. En lugar de ir a rincondelvago.com para apropiarse de monografías de otro y no pensar, o a salvavidasfuc.com, o tantas otras páginas de este tipo, sería más aconsejable leer libros. Ir directo a las fuentes y no a las fotocopias. Los libros enriquecen y llenan de conocimiento. Ayudan  a pensar, comprender, analizar y aprender.

¡Qué decir de los profesores, que es como un apostolado, ya que es imposible vivir de sus sueldos! Mientras que en otras partes del mundo se pueden dedicar en forma exclusiva a enseñar, en Argentina y en una gran mayoría de los países latinoamericanos, sólo lo hacen por vocación. Necesariamente deben tener otros trabajos para sobrevivir. Un profesor con años de antigüedad gana aproximadamente 250 pesos la hora. ¡Hagan los cálculos! Y muchos hasta enseñan ad honorem. ¿Cómo puede ser que quienes son vitales sean los que menos ganen? Es una lógica ilógica. Pero como decía la canción de María Elena Walsh, estamos en “el reino del revés”.