Hitler, Durán Barba y la sobrevaloración del marketing político

Mariano Caucino

La poco feliz afirmación del gurú Jaime Durán Barba, hace pocos días, en Noticias, respecto de que Adolfo Hitlerfue un fenómeno espectacular” nos invita a reflexionar un poco más allá de la frase puntual.

Quizás como nadie en nuestro medio, el ecuatoriano encarna la política-de-la-no-política del seguidismo encuestológico. No sin éxitos que respalden su prédica, Durán se ha convertido en el más perfecto exponente de una generación que ha hecho del marketing político un dogma de fe. En su visión, para ganar elecciones, hay que leer encuestas y comprender qué demanda la sociedad. Esta política-de-la-no-política implica, por tanto, no generar “oferta” política o, lo que es lo mismo, adaptarla a la demanda puntual del electorado. Así, desprovista de valores y contenidos, un candidato que busca el poder debe ofrecer aquello que se pide.

De ahí la inevitable pasión por la lectura obsesiva de encuestas en que todos los actores políticos atraviesan. Y diría, atravesamos, dado que el fenómeno abarca a todos los involucrados en el fascinante proceso político. Es decir, dirigentes, gobernantes, opositores, periodistas, pensadores, comentadores y curiosos. Dicho de otro modo, el “microclima”, o en palabras duranbarbianas, el “círculo rojo” del que nos habló Mauricio Macri.

Pero para algo está la Historia, ese fantástico laboratorio de la política: en el cambio de siglo, ya de nuevo presidente de la República, el general Roca retira el proyecto de consolidación de la deuda pública impulsado por su administración y gestionado en Londres por su gran aliado, el entonces senador Carlos Pellegrini. El presidente ha comprendido que la iniciativa, si bien acertada técnicamente, es resistida por la opinión. Antes de decidir, consulta a Mitre, quien ya casi convertido en prócer, recurre a la frase de Mirabeu: “Cuando todo el mundo está equivocado, todo el mundo tiene razón“.

Veamos otro ejemplo: 25 de junio de 1950. Corea del Norte cruza el paralelo 38 y estalla la Guerra de Corea. La decisión del régimen comunista de Kim-il-sung (aún hoy gobierna su nieto) provoca la inmediata reacción norteamericana. El presidente Perón se apresura a declarar que la Argentina estará del lado de Occidente y promete enviar tropas para sumarse a la contienda. Sin embargo, semanas más tarde se ve obligado a retroceder cuando tienen lugar en Rosario importantes manifestaciones en contra de la guerra. “Haré lo que el pueblo quiera“, declaró Perón. Pero ¿se equivocó? ¿Debió haber insistido en su parecer inicial? El instinto político del líder lo había hecho comprender que la Argentina podría allí lavar las culpas por su actuación en Río de Janeiro cuando en enero de 1942 se negó -junto con Chile- a apoyar la iniciativa de Cordell Hull de declarar la guerra al Eje después del ataque a Pearl Harbour. Así lo afirmó su canciller de entonces, el inolvidable Tuco Paz: ”Creo que Perón se equivocó. Debió afrontar esas críticas , como lo hizo cuando pocas semanas después se ratificó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR)”.

¿Qué habría ocurrido de haberse realizado una encuesta sobre la necesidad de dar un golpe de Estado para terminar con el gobierno constitucional de Isabel Perón en marzo de 1976? ¿Qué habrían aconsejado los gurúes del marketing político?

Cuando Gerald Ford indultó a Richard Nixon, un mes después que éste renunciara a la presidencia, ¿acaso tuvo en cuenta el costo político que dicha medida implicaba o puso por delante los intereses permanentes de la nación? En 1957 John F. Kennedy escribió, siendo senador, Profiles on Courage (Perfiles de coraje) en el que describió la conducta de varios senadores que a lo largo de la historia norteamericana no dudaron en desafiar la opinión pública para hacer lo que creyeron que era lo correcto a pesar de las pérdidas de popularidad momentánea que tales acciones suponían. Sus herederos, años después de su asesinato, instauraron el galardón que lleva su nombre. En el año 2001, Gerald Ford mereció el reconocimiento por su controvertida pero histórica contribución a la pacificación.

En pocas materias resulta más grave la adoración de la forma sobre el fondo y del reemplazo de la política por la marketinera campaña permanente como en la política exterior. Conviene siempre advertir el riesgo de endiosar el marketing político que a menudo deriva en un bonapartismo que llevó al desastre de la aventura mexicana de Napoleón III o la alocada invasión a Malvinas sin medir costos y consecuencias en vidas humanas.

Más recientemente, ¿los presidentes Alfonsín y Menem tuvieron en cuenta las encuestas o el interés nacional cuando impulsaron polémicas medidas como las leyes de obediencia debida y punto final (1987) y los indultos (1989 y 1990)? Resulta evidente que tuvieron en vista satisfacer el estado de opinión pública o buscaron pacificar el país.

En síntesis, cuando la política pasa solamente por la lectura encuestológica, cuando los valores son dejados de lado en el altar del pragmatismo y del marketing político, cuando antes que las ideas valen los sondeos y cuando se reemplaza el pensamiento y el debate, vaciamos la política de contenido y consagramos la política-de-la-no-política.

Por eso la torpeza de Durán Barba de afirmar que un monstruo como Hitler fue “espectacular”, además de condenarlo, nos brinda la oportunidad de ofrecer una mirada sobre los riesgos de haber endiosado y sobrevalorado el marketing político y haber relegado a la política. Si, la Política. Con mayúsculas.