Por: Mario Juliano
La República Oriental del Uruguay se encuentra abocada desde 2010 a un importante proceso de transformación de su sistema penitenciario, realizando enormes esfuerzos (Uruguay es un país que no cuenta con recursos ilimitados, sino más bien escasos) para abandonar un régimen deshumanizante y sustituirlo por otro que contribuya a que las personas que cometieron delitos puedan encontrar nuevos cauces a su vida.
El establecimiento donde comenzó este proceso se llama Punta de Rieles y se emplaza en las afueras de Montevideo. Cuenta con unos quinientos internos, todos condenados por la comisión de diferentes delitos. Visto del exterior, se trata de una típica cárcel que podríamos ver en cualquier otro país de la región, con un muro perimetral y una guardia armada que vigila desde el exterior.
Sin embargo, nada más ingresar al predio, de unas veinte hectáreas, el panorama varía radicalmente. Lo primero es que nos encontraremos con gente (los internos) deambulando libremente, abocados a diferentes actividades o, simplemente, acompañados por sus familiares en los días de visita.
Si tuviéramos que definir rápidamente a Punta de Rieles, podríamos decir que se trata de una cárcel pueblo, autogestionaria, que reproduce en su interior casi lo mismo que podemos encontrar en el exterior: negocios (peluquería, almacén, confitería, pizería, heladería, cafetería, casa de tatuajes, centro interreligioso), escuelas, biblioteca, hospital, actividades deportivas, una radio y muchos emprendimientos productivos. La única diferencia con el afuera es que los habitantes de esta peculiar prisión no pueden trasponer el muro que rodea al establecimiento, aunque lo cierto es que en lo que lleva de vida no se han registrado intentos de evasión.
Las autoridades de Punta de Rieles hacen la diferencia. Su primer director (Rolando Arbesún) fue un psicólogo. El actual jefe (Luis Parodi) es docente. Nada más distante que la formación militarizada. Se trata de personas que han roto la lógica penitenciaria y, sin abandonar la autoridad estatal (Punta de Rieles no es una cárcel autonomizada, gobernada por los presos), han comprendido y llevado adelante la idea que la seguridad carcelaria debe estar del otro lado del muro (en el exterior) e intervenir únicamente cuando exista la necesidad. Del muro para adentro, sólo hay personal civil: operadores penitenciarios, la mayoría mujeres. Los operadores penitenciarios se encargan de atender las necesidades de los privados de la libertad y ayudarlos para que traten de mejorar sus vidas.
El esfuerzo no ha sido en vano: en los casi cinco años de vida de Punta de Rieles sólo se registró un episodio grave de violencia y la tasa de reincidencia de las personas que egresan de este establecimiento es del 3 por ciento. Cifras impactantes para la realidad carcelaria argentina o de cualquier otro país de la región.
Muchas cosas llaman la atención. Allí se jactan de tener una tasa de desempleo inferior a la del Uruguay. Casi todo el mundo trabaja y estudia (la consigna es que tienen que hacer algo con su vida). Pero el dato distintivo es que la mayoría de los “empresarios” son los propios presos, encargados de desarrollar las actividades (bloqueras, carpintería, panificadoras, recicladoras, talleres variados), quienes a su vez contratan a sus propios compañeros para que se desempeñen como operarios. Toda la actividad laboral se desarrolla “bajo laudo”, que es la forma que los uruguayos tienen para decir que se respetan las mismas condiciones laborales que en el exterior. Lo que gana el preso con su trabajo queda registrado en la administración y ese dinero puede ser dispuesto para gastarlo en los negocios que allí existen (con un sistema de tickets, ya que no circula dinero) o entregarlo a los familiares.
Punta de Rieles tiene su propio banco, inspirado en el Banco de los Pobres. La dirección del banco está compuesta por personas privadas de la libertad (electas en asamblea) y el capital social se integra con el aporte que mensualmente realiza el resto de los emprendimientos (una suerte de impuesto). Cualquier preso que tenga la inquietud presenta su proyecto productivo al banco, que luego de estudiarlo decide si otorga el crédito para llevarlo adelante. Este es el único banco del mundo que no cobra intereses y que si el deudor no puede pagar la cuota mensual, no pasa nada.
También llama la atención que todos los presos deambulen con su propio teléfono celular (debidamente registrado en la administración), que, según confiesan las autoridades, ha contribuido de modo sustantivo a la pacificación de la vida interna, en la medida en que permite que el privado de la libertad permanezca en contacto con el afuera, con sus amistades y sus familiares.
Las autoridades del establecimiento deben rendir cuentas de su gestión anualmente (“Punta de Rieles rinde cuentas”). ¿Ante quién se rinde cuentas? Ante las personas privadas de la libertad reunidas en asamblea. El director y el resto de sus colaboradores brindan un informe a los directos destinatarios de su acción, exponen las metas alcanzadas, los desafíos a futuro y aquellos proyectos que no se han podido concretar. Luego, los privados de la libertad toman la palabra y exponen sus inquietudes, sus acuerdos y sus discrepancias, en esta suerte de relación horizontal, donde todos (autoridades y presos) son iguales, aunque con diferentes roles que cumplir.
Es una cárcel en la que se respira libertad, aunque pueda resultar paradojal. El ambiente es distendido y los internos (que conocen perfectamente lo que es vivir en el infierno) valoran este espacio y se han constituido, sin lugar a dudas, en los principales garantes de este esperanzador proyecto.
No estamos hablando de Suecia, Noruega o los Países Bajos, que son los ejemplos que suelen presentarse para hablar de ideales carcelarios. Estamos hablando de nuestra hermana República Oriental del Uruguay. Un país con el que tenemos un destino manifiesto y una historia en común. Hombres y mujeres que no podríamos distinguir si los mezclamos con argentinos. Con realidades muy similares.
No propiciamos la exportación de modelos, comprar paquetes cerrados, como se ha hecho en otras oportunidades para diversas cuestiones. De lo que estamos hablando es de la necesidad de fijarnos en lo que ocurre a nuestro alrededor. Abandonar el ensimismamiento y comprobar que es posible pensar en otras realidades, que mejore la forma de vida de las personas privadas de la libertad (como lo quiere la Constitución), pero que, a su vez, posibilite elevar el estándar de vida (fundamentalmente en moneda de seguridad ciudadana) del resto de la sociedad.