Por: Martín Guevara
Durante mucho tiempo se habían llevado excepcionalmente bien. Se profesaban cariño pero sobre todo se necesitaban. Tras un percance tormentoso estuvieron un largo período de tiempo separados.
Por un lado iba la Coca Cola presumiendo de ser más saludable y seria que el ron. Por el otro iba el ron encargándose de la fiesta, vanagloriándose de su creatividad y su libertad.
Alejados uno del otro tejieron sus historias, hubo pequeñas y grandes traiciones, sucedáneos de amoríos, escándalos, rupturas y más traiciones. Nunca fueron del todo felices en aquél distanciamiento.
Este 17 de diciembre, día de la deidad Babalú Ayé del panteón afrocubano o de su equivalente cristiano San Lázaro, a expensas y gracias en gran parte al aporte del hielo, que ofició como concienzudo mediador, decidieron escenificar un aparcamiento de las diferencias, y se acercaron para sumergirse juntos en el trasluz de un vaso por primera vez en muchos años.
La importancia del deseado anuncio del acercamiento, entre la mayor potencia mundial y la isla rebelde que ya duraba 54 años, y que habían representado roles de variada índole para el consumo del hemisferio entero, habían dramatizado sobre distintos antagonismos, ora el de dos sistemas sociales irreconciliables, ora el de David frente a Goliat, o el de la recreación del sitio y la resistencia de la antigua Numantia, excede los limites de sus ámbitos, es acaso el mayor hito universal en lo que llevamos de siglo para las sociedades civilizadas, para los seres humanos que creen en el diálogo, en la política y la razón sobre la violencia y la represión.
La lección de audacia que han brindado los actores en liza, es comparable a su templanza durante un año y medio para, con la mediación del irrepetible actual Papa Francisco, Bergoglio, como prefiero llamarle, llegar a este punto histórico de entendimiento.
No hay que lanzar las campanas al vuelo aún, ni en el caso del festejo del gobierno y pueblo cubano por el posible fin del bloqueo económico a la isla, ni en el del gobierno norteamericano y el pueblo cubano por el fin del sistema de partido único y de ausencia de una amplia gama de libertades y derechos humanos y cívicos.
Aún está todo por hacerse. Obama debe dar dura batalla aún en su territorio para lograr convencer al ya más cercano arco político del partido adversario a que levanten el Embargo, y Raúl, aunque haya abierto una hendija que sitúa el cambio tras los otrora rígidos portones a sólo un fuerte empujón de distancia, deberá enfrentarse a no pocas dificultades dentro de la isla, frente a los sectores más inamovibles. Serán de difícil aplicación las excusas oficiales a los sectores disidentes que a partir de ahora en más, en todo su derecho y deber exijan inmediatas muestras de buena voluntad, en la disposición de agilizar los cambios democráticos necesarios para ubicar a Cuba en el concierto de las naciones modernas y prósperas.
Desde el acceso de Raúl Castro al poder, o como él le llama, desde su “elección por unanimidad” , ha hecho hincapié en la necesidad de optimizar los recursos, la productividad de los trabajadores, en la eliminación de la parte ociosa y onerosa del Estado, erradicando un buen número de puestos de trabajo inútiles y burocráticos, reduciendo el acceso al derecho a los productos dispensados a través de la libreta de abastecimientos a lo estrictamente necesario, intentando aplicar en cierto modo las políticas de autogestión y autonomía económica que intentó desarrollar con diferentes baremos de éxito en las Fuerzas Armadas.
Raúl demostró que no sólo no era tan mediocre como muchos lo veíamos siempre a la sombra de su hermano mayor, sino que al ser mucho más pragmático, menos temperamental, menos empecinado en el error permanente, terminó siendo más capaz, más audaz y con diferencia más práctico y eficaz que el autoritario hermano.
La problemática a la que los cientos de miles de cubanos que viven en Estados Unidos se enfrentan de ahora en más con las perspectivas de apertura en Cuba, dadas las ventajas migratorias de que disfrutan, las cuales los sitúan como los inmigrantes más ilustres y privilegiados del país más codiciado del mundo para emigrar, hace comprensible su reacción negativa a las negociaciones entre ambos gobiernos. Pero con una política previsora, las ventajas históricas, algunas podrían mantenerse y otras ir disminuyendo paulatinamente sin suponer un trauma social. Y además muchos sienten y con razón, que los mismos que los vilipendiaron y estigmatizaron como residuos humanos, por emigrar, son quienes ahora abrazan al Imperio.
Lo único cierto es que más de cincuenta años de persistencia en el sitio económico, no sólo no produjo los resultados esperados, sino que fortalecía y daba argumentos de peso al discurso victimista de la Nomenclatura ante la permanente amenaza del enemigo externo. Desarmada esa excusa será mucho más difícil explicar las carencias domésticas culpando al Imperialismo norteamericano, incluso será interesante observar que ocurre con el uso de este manido recurso, cada vez que se busca culpable de la ineficacia de las políticas en los sub continentes Sud y Centro Americano.
Los vaticinios en el terreno de la política son tanto o más arriesgados casi en el de la economía, pero lo que sí se puede aventurar es que una situación de normalización del comercio, de las relaciones de mercado exteriores, cabría esperar que agilice también la normalización interna, de las libertades sociales, políticas y económicas a la que todos los ciudadanos deben tener derecho y acceso.
Por primera vez en su ya dilatada historia, Cuba tuvo un lapso en que no fue la novia del país más poderoso. Desde su descubrimiento hasta la independencia, fue la colonia más mimada de España, la Perla del Caribe, donde recalaban aristócratas que preferían los aires y la rica arquitectura de La Habana, a sus ciudades de procedencia ibérica, pasó de manos de España directamente bajo la Enmienda Platt a ser la niña de los ojos de los Estados Unidos de Norteamérica, el imperio de entonces, teniendo unos estándares de calidad de vida altísimos, una renta per cápita inusual en el área, hasta que luego de la Revolución, pasó a ser la novia preferida de la URSS, uno de los dos imperios de entonces, el satélite soviético más privilegiado de todos, Moscú no escatimó recursos energéticos y militares para apoyar a Cuba, un poco por la aplicación exótica del leninismo entre palmas reales, cocoteros y siestas, y mucho por la situación geo estratégica de la isla.
Caída la URSS, por vez primera Cuba tuvo que verse en la tesitura de una verdadera independencia, y entonces se dio cuenta de que ese no era su sino, no era su estilo, no sabía ni por donde comenzar a ser adulta, autosuficiente, entró en un violento período de escasez de hasta lo más elemental producido en la isla, y entonces debió aceptar que su destino está indisolublemente atado al de algún interesado, aunque generoso mecenas que sepa apreciar sus encantos. Y por primera vez debió entregar su belleza a proveedores menores, como los menos ricos de Oriente o Venezuela.
Cuando estaba nuevamente por acceder a la órbita de un grande del momento con las promesas chinas y rusas, apareció la posibilidad de regresar a Palacio de mano del príncipe. Cuba está a sólo noventa millas del mejor socio comercial al que aún hoy se puede aspirar. El gran paso de evitar el derramamiento de sangre ya está dado. Esto no es un regalo de nadie, le costó sangre sudor y lágrimas a la gente irredenta, a los que dijeron “no” cuando les pidieron que delatasen a un vecino, a un amigo. a un hermano, a los que se quedaron en el mar, en el delirium tremens, en el arte abstracto, los que se perdieron en la inconformidad, en la rebeldía, en la sombra de la razón y a los que dejaron la vida.
Ahora es tiempo de optimismo aderezado con mucho trabajo, buena voluntad y concordia por parte de los demócratas del mundo, para lograr que esa unión trascendental del ron y la Coca Cola, en el vaso pálidamente iluminado por el reflejo de un rayo esperanzador, llegue a fraguar en esa Cuba Libre tantas veces prometida, tantas veces olvidada.