Guerra a los jueces

Martín Pittón

La Presidente Cristina Fernández de Kirchner está enojada y su furioso discurso en Rosario fue un sincericidio honesto y brutal. Eso también es efecto del fallo de la Corte que declaró la inconstitucionalidad de la ley que modifica el Consejo de la Magistratura. Cristina Fernández equiparó el instituto del veto presidencial con el control de constitucional, tal vez la principal función de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Nada más alejado de la realidad.

Es curioso que la Presidenta no pensara que la voluntad popular era doblegada cuando vetó la ley que le garantizaba a los jubilados percibir el 82% móvil. En aquella oportunidad el Congreso, que representa el ciento por ciento de la voluntad popular, le dio fuerza de ley a un viejo reclamo de los jubilados y la doctora Kirchner tomó su lapicera y la borró de un plumazo. Se pudo estar de acuerdo o en desacuerdo con su decisión, pero nadie dijo que la Presidenta era golpista y atentaba contra la democracia. Era el juego de la división de poderes, en definitiva lo mismo que sucede ahora con el fallo de la Corte que le causa tanta bronca. Pero ya se sabe que el kirchnerismo y en particular la Presidenta las contradicciones no son importantes y más bien son inherentes a la revolución que creen estar llevando adelante.

Los voceros de siempre del oficialismo ya no lo disimulan, piden una reforma constitucional urgente porque entienden que la Constitución tal como está es un obstáculo para profundizar el modelo. La misma idea que en su momento utilizó Hugo Chávez para convertir a Venezuela en una república bolivariana. Hoy los opositores venezolanos sostienen que ese fue el punto de inflexión para que el chavismo se convirtiera en la única alternativa de poder. La Presidenta y sus seguidores empiezan a transitar el mismo camino.

En las últimas horas Cristina Fernández ha reafirmado que no acepta ningún límite a su poder. El kirchnerismo pide la reforma constitucional, que si la consiguiera el punto menos preocupante sería la reelección ilimitada. El senador oficialista Marcelo Fuentes fue claro al respecto: “Hay un debate necesario sobre la reforma de la Constitución que ha sido bastardeado, limitado y condicionado por el tema de la reelección. Pero es necesaria una reforma de la Constitución y no solamente por ese tema”. Las palabras del legislador no dejan lugar a dudas, una reforma constitucional pergeñada  por el kirchnerismo se trataría de un verdadero cambio de régimen que daría el nacimiento de una Argentina con otra fisonomía seguramente más parecida a la venezolana que a la republicana. En ese proyecto el Poder Judicial  pasaría a convertirse en un mero convalidador de las iniciativas del Ejecutivo. El control de constitucionalidad, una de las principales funciones de la Corte Suprema, sería borrado y emergería un gobierno que efectivamente habrá ido por todo. Eso es lo que está en el fondo de toda esta discusión, donde a medida que pasan las horas se demuestra que el fallo de la Corte se ha convertido en un verdadero disparador para que el oficialismo termine por desnudar todos sus objetivos.

Los voceros del kirchnerismo se han encargado de dejar en claro dos cuestiones. La primera es que ha comenzado una discusión sobre el papel que tiene que tener el Poder Judicial en un contexto político donde el modelo encarnado por la Presidenta es la Patria. Así, cualquier límite al gobierno o a Cristina Fernández es una ataque al modelo y por ende un acto de traición a la Patria. El fallo de la Corte es eso y por eso sus miembros son ni más ni menos que traidores y un escollo a remover. La segunda cuestión, todavía no develada, es qué forma tomará la represalia del gobierno contra la Corte. Hoy una reforma constitucional parece irreal. El oficialismo no tiene el número suficiente de legisladores para llevarla adelante y las perspectivas para alcanzarlo luego de las elecciones de octubre también parece impensada.

“Hay países latinoamericanos que, por fallos de la Corte Suprema, sacaron a un presidente. Hay que estar preparados para resistirlo”, declaró la diputada Diana Conti, ubicando a la Corte Suprema directamente como un órgano golpista que atenta contra la democracia. Pero la legisladora dijo más: “Creo que el pueblo no lo toleraría, pero si la ametralladora mediática intenta mostrar que sólo lo que dice la Corte es lo que dice la Constitución, vamos a tener que estar atentos“. En esta última frase está la clave de lo que quiere el gobierno. En nuestro sistema la Corte tiene la última palabra sobre lo que dice la Constitución y por ende lo que es o no constitucional. Por eso, es el poder del Estado que termina las discusiones y no el que las comienza y por lo tanto es quien le pone límites al poder político. En suma, la Corte es la que marca la cancha en donde se juega el partido.

Las declaraciones de Diana Conti están en perfecta sintonía con la ironía furiosa de Cristina Fernández anunciando que en el 2015 quiere ser jueza “para tener una lapicera, una cautelar y firmar. ¡Y qué me importa lo que vota la gente, los diputados, el presidente! Así que ya saben: Cristina jueza 2015“. La Presidenta entiende que los jueces no tienen límites y en su sincericidio transmitido por cadena nacional reconoció que es lo quiere para ella. Que nadie contradiga sus deseos y mucho menos que alguien le diga “no se puede”.

Hasta ahora el gobierno respondió con palabras, pero bien es sabido que el kirchnerismo no se queda en ellas. Las represalias de la Presidente nunca son testimoniales. Hace un año la Cristina Fernández anunció que iba por todo y hasta ahora nunca ha retrocedido, es difícil pensar que lo vaya a hacer ahora. En Rosario, la Presidente le declaró la guerra a los jueces, que se han convertido para el kirchnerismo en una amenaza para la continuidad del modelo. Es seguro que en los próximos días el kirchnerismo terminará por descubrir su juego y en ese momento se sabrá la verdadera dimensión de la bronca presidencial y de la forma que tomará la guerra contra los jueces. Ahora, el kirchnerismo vela las armas. Rosario ha sido el lugar elegido para declarar una guerra que todavía no comenzó pero que sin lugar a dudas comenzará.