Política emocional vs. gestión racional

Martín Yeza

El 2013 inicia dominado por una poderosa tensión entre dos polos que no siempre son opuestos pero actúan como si lo fueran, el discurso de la política emocional y el de la gestión racional. La oposición binaria entre estos dos polos ocupa tres dimensiones: emocional, institucional y ética.

Este será el año en el que la principal batalla a dar girará entorno a la determinación de la verdad y la realidad. El espíritu detrás de esta estrategia será en base a cimentar las condiciones para que el kirchnerismo inicie un nuevo antagonismo: “la formalidad de las instituciones” o “la imposición de lo real” de cara a un inevitable final de ciclo presidencial constitucional.

 

Política 3D

La dimensión ética en Argentina es un bien político totalmente devaluado. Nadie cree que los políticos no roban. “El problema es cuando no hacen”, se dice.

La ética fluye entre la idea de “sí, van a robar, pero hacen” y la célebre “si es honesto, es inútil”. Tiene sentido esta tensión, ninguna de estas sentencias sirve. La ética es una dimensión extremadamente práctica. Hay funcionarios que tienden a creer que la oficina en que trabajan, el auto en que se trasladan y el celular con el que hablan son suyos,  un derecho adquirido y eterno.  No todos hacen el sano ejercicio de recordarse diariamente que aquello no es de ellos.

Se olvida a veces que la corrupción -ausencia de ética- mata, empobrece y anestesia la transformación. En lugar de pensar la transformación desde sí misma, se la piensa desde el negocio. Así la transformación queda a mitad de camino. No se produce, queda inconclusa.

La política emocional es la que se construye en base a la persuasión. Cualquier herramienta sirve para integrar la composición de un relato emocional, épico, que se realiza desde una postura estatal paternalista que señala lo que está bien y lo que está mal. No necesariamente esta determinación es coherente o ausente de contradicción. De hecho, la contradicción es una regla para la emoción. Sin contradicción no hay conquistas, sin conquistas no hay sentimiento.

La política emocional reduce los pequeños problemas a los grandes temas, es grandilocuente. Pretende instalar el pensamiento mágico alrededor de que una empresa estatizada va a hacer que no tener acceso al agua potable o a una vivienda digna no sea tan tortuoso. Reduce la discusión a la imposición de banderas políticas. Realiza la persuasión desde la generalidad.

La gestión racional en cambio es la que se produce partiendo de la construcción de un diseño eficiente en el uso de los recursos del Estado, que no termina de producir un vínculo afectivo con el proceso de transformación.  Le falta una narrativa que hile racionalmente lo que construye cotidianamente más allá de exaltar el valor de lo sencillo. La contradicción es inconcebible en la gestión racional. Actúa sobre la base de la idea de una secuencia racional de sucesos. Una inducción que debiera ser percibida.

El discurso es llano en la gestión racional, pero no enamora. Padece una impotencia que lo distancia de la política emocional.

 

Los buenos y los malos

Así, entonces, el espectro ideológico argentino más que político es estético. El romance -calor- es de izquierda y la racionalidad -fría-, de derecha. Goethe, en el Fausto, dice que “cultivando nuestras virtudes cultivamos nuestros defectos”; con más sencillez, un sindicalista argentino lo expresó a su manera: “Ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos”. Construir una alternativa de centro, cálida y abarcativa es una mera cuestión de tiempo. Se construye con paciencia y comprensión. Sin entrar en la trampa de la discusión binaria, estéril.

La gestión racional como la política emocional no se comprenden entre sí. Se saben insuficientes. Es por esto que intentan vagamente completarse a sí mismas en forma caricaturesca. Tal como se perciben mutuamente. Así, la política emocional realiza una caricatura de gestión racional, como la gestión racional realiza una caricatura de la política emocional. A diferencia de lo que se dice, además de parecer hay que ser.

 

La verdad y la realidad

No se puede pasar por alto que toda esta tensión va a quedar reducida al prisma de lo que se determine como verdad y realidad. No se puede ignorar que el Gobierno Nacional ha pasado a ser el nuevo actor poderoso y protagónico comunicacional de la Argentina. En su esfuerzo por controlar lo que sucede en la realidad, el Gobierno Nacional se esfuerza cada vez más por detentar el dominio del establecimiento de la verdad.

Tampoco se puede ignorar que si del Gobierno Nacional dependiera ya se hubiera reformado la Constitución para habilitar un tercer mandato presidencial de Cristina Fernández. Lo único que separa al depredador de su presa son las barreras institucionales de la Constitución.

Será fundamental en este período no perder los estribos, ni enojarse. En las trincheras de la provocación es donde el kirchnerismo mejor se luce. No será cuestión de torearlo más que de ocupar los espacios vacíos que han ido desocupando.

El kirchnerismo deja un legado peligroso, la política como guerra. El siglo XXI ha abierto la era en que la democracia no es más la continuación de la guerra por medios pacíficos. En el siglo XXI, la democracia es una forma de gobierno que debe aspirar a solucionar los problemas generacionales desde la sencillez. Esa sencillez requiere inevitablemente de un giro en grandes temas, como repensar las instituciones bajo las que seguimos viviendo para poder generar las bases de una sociedad próspera y que esas instituciones acompañen el progreso. Para empezar, democratizar la democracia no estaría mal.

El 2013 será un año en el que sucederán, más o menos, las mismas cosas que años anteriores. En el que la vida seguirá más o menos igual. No obstante ello, los desafíos seguirán allí, esperando.