La revolución 3.0

Martín Yeza

Ayer se cumplieron 160 años del nacimiento de José Martí, poeta, periodista, filósofo y héroe de la Independencia cubana, quien escribió que “el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo”.

Decimos que derecha e izquierda no existen pero cuando nos preguntan por tal o cual candidato decimos “es de izquierda” o “es de derecha”. Las ideologías más que modelos representativos de una visión de mundo se han convertido en cajas de herramientas de argumentos, en la que se toman los instrumentos que hacen falta para cada ocasión. Así se pierde el sentido y la política se vuelve una práctica nihilista, sin valores ni fundamentos.

La política se convirtió en una máquina de construcción de prejuicios contra el otro: que los peronistas son corruptos pero garantizan gobernabilidad o que los radicales son honestos pero inútiles. Que si tiene plata es de derecha y si no la tiene es progresista.

Mirar las cosas sin prejuicio nos abre un universo de posibilidades infinitas.

Una idea masificada entre los políticos es creer que a la sociedad no le importa la política. Esto es falso. Ocurre una paradoja entre la ciudadanía, en la que a mayor interés en la política hay un mayor alejamiento de ella. La palabra clave es: desconfianza. La sociedad no es indiferente a la política pero sí desconfía de ella. Pocas actitudes tan sanas como ésa.

Asimismo, la desconfianza ha generado un doble rasero, por un lado la pérdida de fe en la idea de progreso y por el otro la constitución de una estética filosófica en la que lo importante es sobrevivir individualmente -acaso una deformación del ideal valorativo de Ayn Rand, que incluso en su estado ideal está mal-.

Una de las mayores incomodidades que produce el estado actual de la política argentina es la imposibilidad por sentir desconfianza con comodidad, como si se reunieran méritos para tener que confiar. Con la amenaza de la Ley de Medios y la potencia de un Estado que cada vez avanza más sobre los medios tradicionales, se abrió una oportunidad para pensar creativamente en cómo volver a conectarnos entre nosotros.

El surgimiento y explosión de las redes sociales hoy es un terreno fértil para la innovación e imaginación. El principal desafío de cualquier colectivo que aspire a constituirse como alternativa al modelo actual tiene el deber de generar un espacio en el que, en lugar de volverse destructiva y conservadora, negativa y pesimista, la desconfianza se vuelva una herramienta de creación y transformación, positiva y optimista.

No deberíamos vivir en sociedad para que “el político solucione los conflictos”. La búsqueda del bien común tiene que ser un trabajo de conjunto, basado en la desconfianza y en la certeza de saber que podemos equivocarnos. Es por esto que con urgencia debemos generar las bases para un nuevo cambio en la forma de hacer política. Generar una revolución 3.0.

La revolución 3.0 está sucediendo tímidamente. Consiste en transgredir los límites de nuestros mundos: el cotidiano y el virtual. Invertir un poco de comodidad y tranquilidad en buscar el bien común.

Todos tenemos en nuestro barrio, pueblo o ciudad una asociación que nos parece interesante: un comedor para chicos, una asociación protectora de animales, un grupo de vecinos contra la inseguridad, grupos que concientizan sobre asuntos de género y violencia, y podríamos seguir enumerando decenas de casos.

Tal vez esté equivocado, pero la transformación del mundo siempre me pareció una misión muy complicada de entender, es por esto que creo que una de las claves para la cohesión social es el asociativismo. También es una clave para que la política sienta “el aliento en la nuca”, y se desburocraticen los procesos conservadores que envuelven al Estado y lo vuelven torpe, lento y antitransformador de una realidad que pide a gritos ser cambiada.

La revolución 3.0 consiste en que dos horas a la semana las dediquemos al prójimo y a nosotros mismos, entendiéndonos parte de un conjunto. Vinculándonos con humildad y un espíritu cooperativo. Uniendo lo sencillo con lo imposible. Soñando con los ojos abiertos.