Supercokito y el kirchnerismo hormonal

Martín Yeza

Tenía 15 años en marzo de 2001 cuando asumió Cavallo como el mesías del desgobierno de la Alianza y semanas después el Congreso de la Nación lo invistió con los recordados superpoderes que le valieron el mote de “Superminguito”. No me olvido más esa tapa de Página/12 donde aparecía Cavallo vestido de Superman. Nueve meses después De la Rúa se iba en helicóptero y Cavallo se convertía en mala palabra.

superminguito pagina12

Las comparaciones son crueles, inexactas, pero también inevitables. El jefe de Gabinete de Ministros, Jorge Capitanich, asumió el rol de recuperar la iniciativa política y también recuperar cierta cordura y sensatez en el discurso gubernamental de los últimos años. Dio entrevistas, atendió a periodistas, generó una agenda con referentes opositores, dio indicios sobre posibles cambios respecto a algunos proyectos utilizados demagógicamente como Fútbol para todos y hasta se comprometió a asistir mensualmente al Congreso de la Nación. Todo parte de un plan que seguramente no fue improvisación, sino que estuvo al servicio de algo bastante planificado. Sin embargo en estas últimas semanas sucedió una cadena de situaciones que podrían tener distintas lecturas.

Ni en Harvard, Oxford, London School, o donde se les ocurra, se les hubiera ocurrido la hipótesis que nos tocó vivir, pero que configura una herramienta fenomenal para entender qué calidad de Estado, sociedad y cultura democrática tenemos:

Si no hubiera fuerzas de seguridad por un día, ¿cómo actuaría la sociedad?

La respuesta a esta pregunta es cruel porque hace que todo el bagaje que a veces se quiere construir alrededor de la “pasionalidad latinoamericanista” parezca una cosa bastante ridícula si no se fue capaz de haber construido una ciudadanía permeable a la idea de convivir pacíficamente sin fuerzas de seguridad por un rato, tal como sucedió en Córdoba y que luego fue escalando.

A esto hay que agregarle otra pregunta:

 ¿Hasta qué punto están dispuestos a tolerar los ciudadanos para sostener al Gobierno y no continuar en esta línea temporal de fragilidad democrática con estallidos sociales cada 12 años?

Seguramente mucho.

En el medio de todo esto Capitanich mantuvo un discurso correcto en lo institucional, “las disputas salariales son responsabilidad de las provincias”, pero cínico en los hechos, porque la historia de nuestro federalismo revela que siempre se le asignó más relevancia a los jugadores que a las reglas de juego, y es bastante claro que nuestro federalismo genera incentivos para que los actores de poder jueguen de tal o cual manera. Con el devenir de los días esta posición se fue flexibilizando porque hubo un efecto de contagio que se multiplicó en otras provincias, posiblemente alimentado por cierta psicosis generada desde los medios, que revela la fragilidad de la construcción de ciudadanía -prácticamente nula- del kirchnerismo en estos años.

Frente a esto la postura del jefe de Gabinete, ya más hormonal que en sus primeras medidas, fue denunciar que hay grupos que intentan desestabilizar al Gobierno nacional, revelando la necesidad genética del kirchnerismo por tener enemigos monstruosos e invisibles. De esta manera, un gobernador que parecía que venía a comerse crudos a los chicos terminó siendo devorado por el microclima del palacio de Gobierno nacional y entrando en la lógica kirchnerista. Y hay que ser bien clarito, sólo hay dos actores con el suficiente poder hoy en Argentina para derrocar a un Gobierno: el kirchnerismo y el narcotráfico. No hay fuerzas armadas, no hay grupos económicos, no hay clase política, ni grupos conspiradores relevantes, no hay nada de eso. Lo que se ve es lo que es, una cosa muy evidente: bandas de patoteros, chorros, narcos y vivos de ocasión capaces de poner en jaque nuestra democracia por robarse unos LCD y meterse en la casa de quienes quieren.

En esto también, en una prueba incontrastable del avance del kirchnerismo sobre los medios de comunicación, pudimos observar por omisión la cobertura mediática que le dieron al tema. El domingo a la noche en las redes sociales circulaban imágenes de saqueos y desmanes en Mar del Plata, Concordia y distintos puntos del conurbano bonaerense; mientras que en la TVPública pasaban un partido de hockey, en C5N un documental de Flor de la V, en canal 9 Víctor Hugo Morales reproducía un video de un discurso del ex secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno. Incluso se supo por algunas fuentes que en algunos casos eran falsas alarmas, pero ahí había un rol para cumplir y tratar de dar un antídoto a la psicosis colectiva si es que las denuncias fueran falsas e infundadas. Es muy propio del kirchnerismo la negación y la posterior denuncia de una conspiración destituyente.

Personalmente siento que en estos 30 años de democracia aprendimos a sentir y pensar lo importante que es vivir democráticamente pero también siento que hoy somos presos de consignas políticas pre-adolescentes que nos impiden pensar y discutir el futuro y el desarrollo.

Gobierna una clase dirigente -oficialista y opositora- que se alternan elección a elección y se esconden en lugares de gobierno y de esta manera todo cambia muy lentamente, con timidez. El mundo cambió pero nuestra clase política sostiene recetas de hace 50 años, son los mismos los que crean la enfermedad y luego ofrecen la curación.

Hoy con esta democracia ni se come, ni se cura, ni se educa; no sé bien qué se hace, pero sí estoy seguro que no es culpa de la democracia. Sí sé que en marzo de 2001 empecé a participar e interesarme más fuertemente en política y sé que hoy hay un montón de jóvenes políticos, dirigentes que se involucraron en la misma época y por motivos similares.

Es un momento para reflexionar en familia y pensar en lo que se pierde cuando se permanece indiferente tanto tiempo.