Ser kirchnerista ya no es tan cool

Era muy difícil, luego del 27 de Octubre de 2010 explicar por qué no se era kirchnerista. Era una escena común ver a alguien joven lucir una remera del Nestornauta o Cristina Capitana. Hoy no es tan difícil explicarlo. Dejó de serlo desde el primer cacerolazo del 13 de septiembre de 2012, cuando se habían prendido las mechas de las bombas que están explotando hoy –y posiblemente antes también- y los que no éramos kirchneristas nos dimos cuenta de que no estábamos tan solos.

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No sé si fue la devaluación, el aburguesamiento, el haberse acostumbrado a la comodidad de creer que la confianza del voto es eterna, la corrupción desfachatada de Boudou, la fuerza de toro con que embistió Lanata durante dos años, la desidia en la gestión nacional, o la fe en que sus mejores pericias se ven en la adversidad –como incluso en alguna ocasión desde aquí también se ha dicho- o si simplemente el poder degenera y corrompe.

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Hacia una discusión política superadora

La muerte del relato es la muerte del contrarelato.

Alcanza con poner cualquier programa de televisión para ver a los políticos de cualquier partido que cuando se les pregunta por la inseguridad responden “más seguridad” y que frente a la inflación se dediquen a criticarla mucho y a discutir si es del 9% como dice el Indec o si es del 22,9% como dicen las consultoras privadas y a echarle la culpa a la emisión monetaria. El lenguaje político argentino resulta insuficiente a la hora de ofrecer una ventana que nos muestre cómo queremos que sea el 2016. Se ha institucionalizado un lenguaje de cassette tanto en oficialistas como opositores que oficia como una cortina de hierro a la hora de plantear alternativas que no oscilen en extremos previsibles.

Existe básicamente una agenda, producto de encuestas, en la que todos más o menos podemos coincidir que constituyen sensiblemente problemas para la ciudadanía. Hay dos inamovibles que son desde 2009 materia obligatoria para cualquier político y en donde no existe una posición que escape a la linealidad. Estos dos asuntos son la inseguridad y la inflación: la inseguridad es el primer problema que figura en las encuestas y frente a esto el kirchnerismo durante mucho tiempo dijo que constituía una sensación. La oposición propone, para combatir la inseguridad, “seguridad”. Seguridad que se traduce como más policías, penas más duras, penas para menores y más cámaras en la vía pública que filmen constantemente lo que hacemos. El segundo problema es la inflación: el kirchnerismo aduce que es propia del modelo de “matriz diversificada con inclusión social” -dixit- y el crecimiento económico. Aquí la oposición dice que el problema de la inflación es la emisión de billetes y que si no se emite más no habrá inflación.

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Ser peronista ya no es tan rebelde

En “Hablemos de langostas”, programa radial de culto que conduce Lisandro Varela, estuvo Silvia Mercado, periodista, quien recientemente publicó el libro Apold, el Goebbels de Perón.

Silvia Mercado, de histórica militancia y pertenencia peronista dijo que se hizo peronista en la dictadura, porque el peronismo era entre muchas cosas un movimiento de rebeldía, que ser peronista era ser rebelde. Durante unos segundos me acordé de Néstor Kirchner, quien antes de ser Presidente pensaba “el pejotismo es la antítesis del verdadero peronismo, el pejotismo es la claudicación, el aparato corrupto, la traición y la transformación de un movimiento revolucionario en una estructura conservadora”.

Por algún fenómeno extraño, posiblemente explicable, estar asociado a intendentes de municipalidades populosas o gobernadores de provincias de escasa calidad democrática se convirtió en una garantía de que se tiene cierta capacidad para gobernar el país. Municipalidades donde el progreso es una cosa que sucede en los cortes de Fútbol para todos y las propagandas de la Anses, donde te muestran almacenes con nombres lindos con una canción de Pappo de fondo.

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