Hacia una discusión política superadora

Martín Yeza

La muerte del relato es la muerte del contrarelato.

Alcanza con poner cualquier programa de televisión para ver a los políticos de cualquier partido que cuando se les pregunta por la inseguridad responden “más seguridad” y que frente a la inflación se dediquen a criticarla mucho y a discutir si es del 9% como dice el Indec o si es del 22,9% como dicen las consultoras privadas y a echarle la culpa a la emisión monetaria. El lenguaje político argentino resulta insuficiente a la hora de ofrecer una ventana que nos muestre cómo queremos que sea el 2016. Se ha institucionalizado un lenguaje de cassette tanto en oficialistas como opositores que oficia como una cortina de hierro a la hora de plantear alternativas que no oscilen en extremos previsibles.

Existe básicamente una agenda, producto de encuestas, en la que todos más o menos podemos coincidir que constituyen sensiblemente problemas para la ciudadanía. Hay dos inamovibles que son desde 2009 materia obligatoria para cualquier político y en donde no existe una posición que escape a la linealidad. Estos dos asuntos son la inseguridad y la inflación: la inseguridad es el primer problema que figura en las encuestas y frente a esto el kirchnerismo durante mucho tiempo dijo que constituía una sensación. La oposición propone, para combatir la inseguridad, “seguridad”. Seguridad que se traduce como más policías, penas más duras, penas para menores y más cámaras en la vía pública que filmen constantemente lo que hacemos. El segundo problema es la inflación: el kirchnerismo aduce que es propia del modelo de “matriz diversificada con inclusión social” -dixit- y el crecimiento económico. Aquí la oposición dice que el problema de la inflación es la emisión de billetes y que si no se emite más no habrá inflación.

Luego hay una agenda de temas que según el contexto van variando en importancia: la corrupción figura como un asunto cada vez que al bolsillo del trabajador le cuesta llegar a fin de mes. El kirchnerismo, mediante su vocero intelectual Ricardo Forster, admitió que existen funcionarios corruptos pero que el gobierno no es corrupto. La oposición, frente a la corrupción, propone honestidad. Intolerancia es quizás una de las características del Gobierno Nacional que se ha logrado instalar desde el discurso opositor; que el gobierno no dialoga, no tolera la idea del que piensa distinto y que se debería dialogar más. También se propone, sin tanto énfasis, que frente a la intolerancia se debe plantear tolerancia que -supongo- se traduciría en la no intervención del Poder Ejecutivo en el funcionamiento de los otros dos poderes. También es parte del discurso oficialista un anclaje en el pasado y que debemos estarles todos muy agradecidos, que “antes se estaba peor y no deberíamos quejarnos”; la oposición por su lado plantea “futuro”, que se traduce en “hay que mirar al futuro” -vaya a saber uno qué significa eso-.

Y la última, y cada vez menos utilizada es la “inseguridad jurídica”, que el kirchnerismo la explica como una suerte de “emancipación de las corporaciones en la toma de decisiones políticas” y hacen de la improvisación un valor. La reacción opositora a esta mirada es proponer “seguridad jurídica”. En una reciente entrevista Iván Petrella dijo que lo opuesto de la inseguridad no es la seguridad, es la convivencia. Esta decisión de romper con la linealidad ideológica política argentina, que retoma el desafío de Roberto Mangabeira Unger por presentar una izquierda democrática -sin categorías marxistas-, asume que proponer a la ciudadanía una idea de progreso implica algo más que un mero antagonismo. También es parte de una tradición cristiana que se evidencia en los textos de la Biblia cuando vemos que Cristo frente a la pobreza no ofrece riqueza, ofrece amor; o que frente a la escasez no ofrece abundancia, ofrece solidaridad.

En el caso de la inseguridad, Petrella sostiene que se debe tratar de construir convivencia, porque no sólo incluye a la seguridad sino también a la ética, el respeto por el otro y de la ley. Se podría ensayar un método similar para las otras categorías. Frente a la inflación y la inseguridad jurídica es difícil, pero debemos abogar por ofrecer a la ciudadanía una propuesta de progreso o si se quiere un “horizonte de progreso”, que requiere mucha honestidad y transparencia a la hora de comunicarse. Que permita al menos saber si el mes que viene va a estar nublado o va a salir el sol y qué responsabilidades o riesgos puede o no asumir cada ciudadano.

En el caso de la corrupción es fácil decir “yo soy honesto”, pero si esto no se corresponde con el compromiso de asumir una actitud republicana es difícil. Se puede ser muy honesto -de hecho el kirchnerismo no se ocupa demasiado por ocultar lo que son y hacen- pero eso no es una garantía de que no haya corrupción. Se requiere de un respeto irrestricto de los órganos encargados de controlar estas conductas para que puedan hacerlo con total libertad. Ser honesto siempre es una esperanza, no se puede prometer, de hecho es parte del discurso que marca una distancia de antemano entre el ciudadano que no confía –y no tiene demasiados motivos por los que hacerlo- y un político que pide que se confíe en él. Se necesita un compromiso republicano e institucional, el resto es propaganda autorreferencial.

En la dicotomía pasado/futuro falta algo que si se lo piensa dos segundos es muy obvio: el presente. La mejor representación del presente es la idea de modernidad. Uno puede vivir en el 2013 como en el 2000 o vivir en el 2013 como Singapur, país al que quizás alcancemos en diez años. El Estado debe comprometerse al mejor presente posible y los políticos deberían estar mejor conectados con los sucesos que ocurren en el mundo, por eso además de modernidad se necesita cosmopolitismo, visiones de mundo que nos enriquezcan. La indignación y el fanatismo, el enojo y la agresión, la apatía y el avasallamiento, la desconfianza y el abuso, son muestras de que se necesita seguir trabajando en una idea nacional que incluya, que abandone la pose combativa y se ponga más suave y flexible.

Resulta casi obligatorio abandonar este lenguaje mediocre, gastado y surgido de la negación, porque el 2015 está cerca y parte de las heridas que debemos empezar a cerrar – producidas por el kirchnerismo- podrán solucionarse dotando de humanidad nuestra visión de lo que hay que hacer y sobre lo que hay que pensar. Porque hay mucho por hacer pero también por pensar.