Hay 95 planes sociales pero ni uno solo de seguridad

La carnicería de lo inmediato hace que estemos afilando el cuchillo cada día esperando a carnear a la víctima de la semana. Ivo Kutzarida se abraza al motochorro. El motochorro, que para unos es una víctima del sistema y para otros hay que crucificarlo ya se perfila como participante del próximo Bailando por un sueño. El Padre Juan Carlos Molina, titular de la SeDroNar, opina que hay que despenalizar todas las drogas. El Padre Pepe le achaca que desconoce la realidad de los barrios y que el Papa no estaría de acuerdo con esto; el Padre Molina dice que sí estaría. Continuar leyendo

La crisis del sindicalismo argentino

Ocurrió algo importante la semana pasada, que no empezó hace un mes, ni un año. Es una sucesión de hechos que desembocó en una imagen triste, de calles y discursos tan vacíos como extraños.

Los líderes sindicales solo reclamaron por la elevación del mínimo imponible de ganancias, que hoy se aplica sobre quienes perciben sueldos por encima de los $15.000, en un país donde a partir de $7500 se pasa a ser parte del 25% que mejores ingresos registra de la sociedad, es decir, “luchar” por quienes ganan $15.000 en un país donde el 75% de los trabajadores no llega ni a la mitad de esa cifra es un poco cínico, y por cierto, nada con lo que el Gobierno Nacional pueda torearlo, porque es más responsable que ellos.

Esto exhibe un problema central, y es que el trabajo no cumple su función como redistribuidor de riqueza y menos aún de dignificación. El acceso a la vivienda demanda un 50% más de salarios completos que hace 15 años. El 37,5% de los trabajadores se encuentra en negro y quienes están en blanco aportan todos los meses a las cajas de obras sociales para un sistema de salud decadente. Sobre esta situación no reflexiona ni propone absolutamente nada el sindicalismo.

En este contexto es inevitable hablar de Hugo Moyano, el gremialista más influyente que dio nuestro país desde el legendario Saúl Ubaldini. Es inevitable porque resulta un ícono para comprender qué lo moviliza, qué entiende por trabajadores, qué rol debe ocupar el sindicalismo y qué debe representar la política. El 6 de Julio de 2011, cuando aún era kirchnerista, y enojado por la renuencia del oficialismo por incorporarlo en las listas de su partido, dijo: “No solo estamos para votar o concentrarnos, o cuando nos llaman para una movilización. Los trabajadores tenemos la herramienta y el instrumento más importante de la democracia: tenemos la posibilidad de encauzar el voto y seremos invencibles”. Toda una declaración de prioridades su consideración sobre los trabajadores, que se queda muy corta.

El sindicalismo, que surge como una herramienta para equiparar la asimetría de condiciones existentes entre el empleador y el trabajador, ha desnaturalizado su finalidad desde el momento en que sus representantes están más preocupados por cómo se verán en televisión y en ser “el Lula Da Silva argentino”. Moyano, en el lenguaje político no significa en absoluto “representante de los trabajadores”, significa “poder de extorsión” y es por eso que cuando rompió su matrimonio con el kirchnerismo se generó un equilibrio en la balanza de poder en Argentina, básicamente porque de esa manera “el control de la calle” pasaba a estar disputado luego de varios años de monopolio del oficialismo.

Moyano y los líderes sindicales se convirtieron en un eufemismo, en la variable del poder, y esto es independiente de su representatividad de los trabajadores más que el poder de sus estructuras organizacionales. La semana pasada debieron recurrir a la obstrucción de los accesos para obligar a que los trabajadores acaten el paro, no pudieron hacer una sola movilización, para que las centrales generales tuvieran cierto grado de diálogo debió interceder el Papa… ¡El Papa!

El sindicalismo argentino no tiene una crisis, tiene varias y de ellas se desprenden algunos desafíos: iniciar un proceso de despartidización, siendo que en una estructura legal donde se prima la unicidad sindical la inclinación de una Central de trabajadores hacia un partido produce un desbalance democrático; limpiar su imagen, generar un vínculo humano y transparente entre el afiliado y los representantes, volver a enamorar a los trabajadores de la importancia de los sindicatos; generar diagnósticos y propuestas estructurales para los desafíos del presente y el futuro, lo cual implica una inversión para la profesionalización del entendimiento de las condiciones laborales y libere a los representantes sindicales de opiniones coyunturales.

Me hubiera encantado poder marchar junto a otros miles de trabajadores la semana pasada a una convocatoria que me hiciera sentir representado, pero no confío en nuestros representantes sindicales y confieso que me encantaría poder confiar.

Podríamos bajar el dedo

Escuchar al Cuervo Larroque hablar de amor fue extraño.

El sábado Cristina dio una entrevista a Hernán Brienza y dijo que ella no compartía la visión “amigo-enemigo”, luego de haber hecho una campaña cuyo slogan fue “En la vida hay que elegir”, que La Cámpora profundizó con su campaña “En la vida hay que confrontar”.

Siempre sentí una enorme curiosidad por la fé y las religiones, sobre todo porque nunca nos entendimos muy bien con la fe religiosa, por lo que cada encuentro con alguien del mundo religioso para mí es una experiencia maravillosa. Hace unas semanas compartí un café y unas palabras con el padre Fabián Báez -quien tiene una original cuenta de twitter: @paterfabian-, que pertenece a la Arquidiócesis de Buenos Aires y se desempeña en la Parroquia del Pilar. Por supuesto, nuestra conversación se centró en el fenómeno de Francisco y la enorme admiración que genera en múltiples sentidos, al padre en lo religioso y a mí en lo político. El padre Fabián me contó de un reciente discurso de Francisco en un seminario que brindó en Río de Janeiro, donde tiró de las orejas a los sacerdotes con muchos argumentos que podrían ser sintetizados en esta frase: “Después de una batalla lo primero que hay que hacer en un hospital de campaña es curar las heridas, curar tantas heridas de gente que se fue, que se quedó a mitad de camino, que se confundió, que se desilusionó”.

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Peronismo artesanal

Sobre Carlos Menem todos tenemos anécdotas de algún amigo, familiar cercano, o de mínima conocido de un conocido que nos habla de su aura de líder, insuperable carisma o memoria de elefante.

Carlos Menem, sobre quien se pueden decir muchas cosas malas, encaró en 1985 un “trip peronista”, que consistió en recorrer cada pueblito de nuestra Patria para hablar cara a cara con cada militante y cada argentino con el que pudiera para decirle que quería ser Presidente y que lo acompañaran con su voto. Así, el tigre riojano -en cuya provincia solo estaba el 2% del padrón nacional de afiliados al PJ- venció de manera contundente en 1988 al entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires –donde se encontraba el 40% del padrón de afiliados-, Antonio Cafiero -el peronista “blanco” y renovador-, en las últimas internas que el Partido Justicialista celebrara hasta la fecha.

Para acceder a la Presidencia Menem volvió a recorrer el país entero, pueblo por pueblo. Disfrutando de la campaña, fortaleciéndose con la energía de la gente, manteniéndose cerca de las expectativas y las necesidades que tenían los argentinos. Toda una gesta de peronismo artesanal.

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El papa Francisco, un héroe rezagado

El mundo es un Monet. De lejos la imagen resulta homogénea y, a medida que uno se acerca, ve que cada punto es diferente, pero que a su vez forma parte de una extraña complejidad. Vivimos en una época maravillosa, en la que suceden cosas malas, buenas, intrascendentes, terribles y esperanzadoras… todas a la misma vez, como en toda nuestra historia.

El pasado martes, Lula Da Silva, ex presidente de Brasil, escribió una columna -que debería leer cualquier persona que sienta vocación por la política-, “El mensaje de la juventud brasileña”, para el reconocido The New York Times, donde ofrece una visión sensible sobre las recientes manifestaciones y revueltas producidas en su país. En ella ofrece definiciones poéticas como “quick fingers” para referirse a los “dedos rápidos de los jóvenes con sus celulares”, cómo internet cambió todo y que los políticos de todos los partidos políticos -empezando por el suyo- deben hacer el esfuerzo por adaptarse a los tiempos que corren para volverse más sensibles y comprensivos de los nuevos fenómenos. Que la ciudadanía reclama una vida democrática que sea algo más que votar cada cuatro años.

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