La ciencia y la religión tienen muchos puntos de desencuentro pero no se puede negar que probablemente sean las dos formas más importantes de interpretar el mundo. Para algunos son dos visiones absolutamente contrapuestas, para otros hay muchísimos matices y puntos de contacto. En este debate se distinguen tres posturas bien claras: la reflexiva, la conflictiva y la pacifista. Existe un mito que sostiene que todo científico debería ser ateo porque ser religioso implicaría descreer de la teoría de la evolución, uno de los más álgidos puntos de desencuentro entre la religión y la ciencia. Mi experiencia me dice que se trata sólo de un mito ya que he tenido la oportunidad de conocer durante mi formación científica a colegas de diversas regiones del país y de diferentes países del mundo y muchos de ellos son religiosos practicantes, otros son simplemente creyentes y otros tantos son ateos. Ninguno es mejor o peor científico por eso. El debate religión versus ciencia necesita de una reflexión seria y serena que examine la relación entre ambas como formas de conocimiento y como fenómenos sociales. Dentro de esa reflexión debemos incluir también el rol de la política porque la religión y la ciencia, así como quienes forman parte de ellas, están atravesados por la política.
Cuando los Poderes Ejecutivo y Legislativo dejan de atender problemas ambientales, nuevos actores entran en el juego político generando muchas fricciones con los representantes del pueblo. En muchos países el Poder Judicial, por ejemplo, está empezando a tomar partido de manera activa a favor del medio ambiente y el Derecho Ambiental está creciendo cada vez más. También adquieren cada vez más fuerza las organizaciones vecinales en las ciudades amenazadas por el extractivismo urbano o los grupos de resistencia en otros territorios donde el medio ambiente se encuentra amenazado por la contaminación del agua y el aire, por la impermeabilización de los suelos debido a la construcción desenfrenada que resulta en tremendas inundaciones, por el aumento de la temperatura del planeta por emisión de gases de efecto invernadero, por el envenenamiento del agua y el suelo con agrotóxicos, por la desertificación causada por los desmontes y por los incendios intencionales producto también de la especulación inmobiliaria.
Y ahora, uno de los actores políticos más importantes de la década, Jorge Mario Bergoglio, ha dado a conocer Laudato Sii, una Encíclica sobre Ecología. La Ecología bien entendida es una rama de las Ciencias Biológicas que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio en el que viven. Una de las ideas centrales de esta Encíclica es aludir a las responsabilidades de la política internacional y a cierto modo de entender la economía como causantes de la degradación del medio ambiente en el que vivimos. Uno de los puntos más destacados del texto señala a los países desarrollados como los principales responsables del calentamiento global y de la contaminación pero no en sus propios territorios sino en los de los países donde hacen inversiones y que pertenecen al llamado Tercer o Cuarto Mundo. Laudato sii pone de relieve que existe una “deuda ecológica” entre el Norte y el Sur del planeta debido a desequilibrios comerciales con consecuencias ecológicas. Esto coincide plenamente con lo manifestado el año pasado durante la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático en Lima (COP20) acerca de cómo las Naciones Unidas, conducidas por los países desarrollados, utilizan estratégicamente la “condena ambiental” para frenar el crecimiento de los países en desarrollo para su propio beneficio y sin hacerse cargo de sus responsabilidades en el pasivo ambiental que nos dejaron. La Encíclica propone también que ciertos elementos de la naturaleza, como el clima y el agua potable son bienes comunes y que eso debería reflejarse en políticas de Estado, algo que sólo suele ser manifestado en nuestro país por partidos de izquierda con escasa representatividad.
Científicos y religiosos podemos no acordar en nuestras disputas racionales y emocionales acerca de la teoría de la evolución postulada por Charles Darwin, o acerca de la teoría del Big Bang, entre muchas otras. Incluso podemos no acordar con las políticas llevadas a cabo por Jorge Bergoglio como arzobispo de la Arquidiócesis de Buenos Aires en el pasado o como jefe de Estado del Vaticano en la actualidad. Pero no podemos negar la importancia de que un Jefe de Estado y líder religioso en el que el mundo entero deposita su mirada se involucre con la Ecología siendo políticamente incorrecto con los más poderosos. Los científicos podemos ser ateos, religiosos practicantes o sólo creyentes pero no podemos ser necios.
El tema de la Ecología comunicado por nuevos actores comenzará a tener seguramente mayor relevancia ahora y es por eso que debemos seguir trabajando para demostrar con datos concretos cómo se está modificando nuestro planeta, para comunicarlo de manera clara a los demás. Esto nos ayudará a hacer entrar en razón al poder político y económico ya que es necesario empezar a trabajar muy fuerte junto a ellos con ideas innovadoras para obtener soluciones concretas para poder vivir mejor y para evitar la constante y acelerada degradación a la que se somete al planeta.
Stephen Jay Gould un reconocido paleontólogo estadounidense, biólogo evolutivo e historiador de la ciencia, manifestó cierta vez con acierto que “la ciencia intenta documentar el carácter objetivo del mundo natural y desarrollar teorías que coordinen y expliquen tales hechos; la religión, en cambio, opera en el reino igualmente importante de los fines, significados y los valores humanos”. Los roces surgen, según Gould, cuando una esfera se entromete en la otra. En mi opinión, que es apenas la de un científico ateo, Laudato Sii no se entromete con la Ecología como ciencia sino que la pone en el debate político internacional amplificando las voces de muchos que hoy no tienen tanto volumen. Pone también en evidencia a los verdaderos responsables de los problemas ambientales. Es algo para celebrar.